Antes de nada, convendría decir que para la sexología no existe lo “raro”. Existe una diversidad que puede generar infinidad de particularidades y estas, a su vez, pueden manifestarse estadísticamente de modo más o menos frecuente. El término “raro” tiene un carácter de excepcionalidad (en ocasiones, para poner en valor a quien así se adjetiva, pero en la inmensa mayoría para reflejar un carácter incriminatorio, inquietante y problemático), y se contrapone a otro; “normal”.
Una “peculiaridad erótica” (no empleamos tampoco otras proposiciones como “ parafilia ”, “ desviación sexual”, “ perversión”, etcétera) es el resultado de diversos ajustes y soluciones que, en los deseos hacia el otro y en las formas de llevarlos a la acción, se producen en un individuo particular. Toda esa resignificación semántica que hace la sexología no se enmarca en una especie de “buenrrollismo” tendente a ver todos los pensamientos y acciones derivados del hecho sexual humano como algo “bueno” y que no entraña problemas,sino como algo inevitableal hecho sexual humano, y que lo que refleja muy por encima de que haya “ tarados” es que hay diversidad… Y la diversidad produce resultados de todo tipo (la inmensa mayoría, positivos en todos los análisis que se hagan), pero otros inapropiados, poco convenientes o delictivos.
Sin embargo, lo importante aquí es señalar que la diversidad en sí es un valor y no un problema de partida (consideración ésta que no ha acompañado nunca, y menos en lo relativo a los seres sexuados, lo que se sale del patrón moral establecido, el ordinario, el sometido a norma). Tampoco se trata en absoluto de una apología hacia la “ rareza” sino de una apelación a no temer de origen una inclinación por someter a sentido crítico, con nuestras reflexiones y actos, lo que lo “normalizado” entiende como más conveniente.
Esta inquietud no aparece en un individuo sino en una pareja
Bien, dicho esto, nos encontramos en ocasiones y en consulta con una situación que tiene unas connotaciones distintas a las propias del sujeto que viene a vernos, angustiado, porque cree que empieza a tener inclinaciones “raras”; es cuando la inquietud no aparece en un individuo sino en una pareja.
Uno de los miembros de esta asociación detecta o cree detectar un cambio anómalo y, para él, preocupante en los deseos eróticos del otro, y además, lo entiende como algo sobrevenido, súbito, ajeno a lo que creía que deseaba su pareja, a lo que “era” su pareja.
En estos casos, tenemos que valorar varios factores; el primero de ellos es la presunta o no particularidad de las nuevas aspiraciones eróticas que causan temor en uno de los miembros. Sucede que hay parejas que tienen excesivamente ritualizada y “normalizada” su relación erótica, de tal modo que la solicitud por parte de uno de ellos de un cambio, es vista por el otro como una amenaza.
El que uno proponga, de repente y por ejemplo, que practiquen sexo oral de determinada manera o que el otro se incline a la coprolalia, puede ser visto por su pareja como un síntoma de alarma cuando, en realidad, no hay nada extraño, sino más bien algo enriquecedor en que se puedan introducir esas variantes en sus encuentros. La segunda cuestión a valorar es el nivel de conocimiento que tienen los miembros de la pareja entre sí.
Es muy poco frecuente, aunque puede darse, que una inclinación erótica peculiar arranque un buen día a la hora del desayuno. Normalmente, esa inclinación reside en el sujeto desde muy antiguo y, o bien el otro no la ha sabido o no ha querido constatarlo, o bien el protagonista ha intentado siempre, en nombre de la concordia conyugal, no hacerla muy explícita. Esta distinción es importante porque es lo que puede evitar la sensación de extrañeza, el angustioso estado que puede producir el llegar a conclusiones del tipo “éste no es el Juan que yo conocía” o “Juan ha cambiado” y, del mismo modo también puede ser indicativo de si lo que se avecina puede ser una situación insuperable o una catarsis que puede darse en la pareja al liberar a Juan de las ocultaciones y al descubrir su pareja que nada sustancial en él ha variado. Y luego, está también el modo en el que se “descubre” la “rareza”. No es lo mismo encontrar, un día, al entrar en el baño, a Juan vestido de Shirley Temple, que el que Juan vaya haciendo veladas y recurrentes observaciones a lo curioso que le resulta el fetichismo. El impacto traumático o la progresiva aceptación de una peculiaridad erótica de nuestra pareja, la peculiaridad en sí que se desvela y la calidad de la comunicación, pueden determinar el que eso que sucede, no en Juan sino en la pareja, sea algo asumible (un punto y seguido) o no (un punto y final).
Obligar al otro a que renuncie a su peculiaridad erótica sólo conseguirá que la refuerce
Quisiera señalar, por último, que si se quiere conservar el vínculo de pareja, las soluciones maximalistas frente a esta novedosa situación suelen ser un parche que acaba reventado la cubierta.
El intentar obligar al otro a que renuncie a su peculiaridad sólo conseguirá que la refuerce o la oculte aún más, debilitando los canales de negociación y, del mismo modo, el que sea asumida por el otro de manera adaptativa pero sin que encaje bien en su código de valores sólo conseguirá que se incremente la bolsa de agravios y sumisiones con la que justificar en algún momento, por parte del “neoconverso”, la ruptura definitiva.
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