vivir
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Es conocido que el término “costumbre” se nominaba en latín como “ mos, moris” y que cuando Cicerón exclama aquello celebérrimo de “ O tempora, o mores” (¡Oh tiempos, oh costumbres!, en castellano), está haciendo un juicio sobre lo insoportable que están deviniendo las actuales costumbres de nuestro tiempo (el siglo I a.C. en Cicerón) con relación a las precedentes. Está haciendo, en definitiva, el bueno de Cicerón, lo mismo que aquel tango de nombre Cambalache; quejarse por los tiempos que le toca vivir (el siglo XX en “Cambalache”) y de las costumbres que comportan. O, dicho de otra manera, ambos, el retórico y el tanguista, están haciendo un juicio moral sobre sus respectivos tiempos y es que “moral”, y esto también es sabido, viene etimológicamente directamente del latín, “mos, moris”. Así, ambos lamentos, quejas y juicios morales llevan implícito, y casi nadie se sorprenderá de esto, que las costumbres son dependientes de los tiempos (y de las culturas) donde esas costumbres (esa moral) se ejercen.
En la primera entrega…
En la primera entrega vimos algunos ejemplos de esa variabilidad de criterios a la hora de establecer la moral sexual (véase, las costumbres sexuales) según distintas áreas de nuestro amplio mundo, con el objetivo de que podamos constatar que algunas cuestiones sexuales que tenemos por universales no lo son en absoluto. No se trata de aceptar a ciegas y por la mera divergencia esas, en ocasiones sustanciales diferencias, como de intentar aceptar que existe la diversidad y que esta, lejos de ser un problema, es un valor, un valor de la cultura, un valor de la vida en común y un valor de la problemática condición humana. Y es poner un poco en cuestión ese concepto, tan extraño a un sexólogo, de “lo raro” en materia, que solo adquiere sentido desde una óptica parcial, desde un paralaje muy anclado en la propia moral que observa. Seguimos con más ejemplos.
Más prácticas sexuales alrededor del mundo
Si bien para nosotros no resulta ya extraño ver unos pechos desnudos de mujer en público (en una playa, por ejemplo), para los Naaga de la India es lo único que no se puede mostrar porque son un signo de madurez que no se debe exhibir (una no nace ya con senos). Por el contrario, la vulva o los glúteos no suponen ningún problema, se pueden exhibir, pues son un símbolo de inocencia al tenerse desde el nacimiento y no varian sustancialmente en su forma. Y siguiendo con los desnudos; en Samoa, parece que lo que más les pone es el ombligo, no sólo por sus simbólicas referencias genitales sino porque es lo que siempre suele ocultarse al ojo ajeno, mientras que en las islas Célebes, el “top” del erotismo se lo lleva la rodilla.
Eso de preservar a toda costa la virginidad como un valor no es algo del todo compartido por un buen número de culturas. Por ejemplo, era una costumbre tradicional en el Tibet el que las madres entregaran a los extranjeros a sus hijas doncellas a fin de que compartieran el lecho. El motivo no era otro que el poner en valor a su hija frente a un eventual matrimonio con alguien del lugar, pues se consideraba que una joven virgen era alguien falto de experiencia, y por tanto, incapaz de satisfacer correctamente al esposo… Y no bastaba con decirlo, pues con cada cohabitación previa a un matrimonio, la jovencita recibía un dije que debía engarzarse junto a los otros conseguidos de manera que cualquier pretendiente pudiera ver los “trofeos” sexuales que poseía. Algo, por cierto, también frecuente en las islas del Pacífico occidental (como en la isla de Guam) eso de quitarse la virginidad de encima cuanto antes y entender a esta, no como una virtud sino como una carencia… Los abundantes flirteos de las jovencitas no son vistos con malos ojos sino que son alentados por el colectivo. Pero esto de iniciarse en el sexo no es siempre un buen “trago”.
En Papúa Nueva Guinea, existen grupos étnicos (por ejemplo los Sambia) que mantienen para los jóvenes varones el antiguo ritual iniciático de tener que practicar felaciones a los varones más fornidos y beber el semen de algún anciano para poder alcanzar el vigor sexual de un adulto y poder cohabitar con mujeres, aunque, por el contrario, no hay que irse muy lejos (en el mismo Estado de Papúa Nueva Guinea) para encontrar a los habitantes de las islas Trobriand que optan por una solución radicalmente distinta; que sean los propios niños los que aprendan entre ellos. Así, con apenas unos añitos, son agrupados en cabañas comunitarias (las “casas de solteros”) para que retocen entre ellos como crean conveniente a fin de que alcancen (no hay prisa) la madurez con el debido conocimiento en materia sexual. En el islote de Mangaia, en la zona más meridional de las Islas Cook, las iniciadoras de los jovencitos son las mujeres maduras del grupo.El motivo: sólo ellas saben lo que de verdad satisface a una mujer y eso, el placer femenino, es lo único que cuenta como verdadero saber.
Unas costumbres sexuales y unos planteamientos muy racionales
Entiendo que alguno/a, después de leer estas prácticas, pueda sentir cierta desazón que no se resuelve con un simple “cosas de bárbaros”, pues lo inquietante, para los que se inquietan porque alguien les discuta lo arbitrario, adaptativo y sencillamente funcional de sus costumbres sexuales, es que si repasamos algunos de estos ejemplos (y otros muchos que pudieran quedar por venir), no es que estos sean simplemente depravados, absurdos o incivilizados… Es que el fundamento de esas costumbres y el planteamiento que las sostiene son impecablemente racionales... Mucho más que algunos en los que hacemos reposar las nuestras.
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