El porno no es el sexo, es simplemente una representación de un modelo de una de las múltiples facetas (la amatoria) que conforman nuestra condición sexuada. Esto, que más o menos en los mismos términos se repite sin cesar, parece que no alcanza a verse en la amplitud de su significado. No es el “sexo” en sí porque sólo representa una parte dentro de una parte (algo de lo que se puede hacer en una interacción sexual que, a su vez, es una parte, por cierto, renunciable de nuestra condición sexuada que esta sí es irrenunciable). Es una representación porque todo está en él más o menos guionizado, teatralizado, “espectacularizado”, buscando maximizar la atención del “cliente” y, para ello, se basa, en su planteamiento genérico, en un modelo arquetípico que entendemos como “representativo” de lo que es interactuar sexualmente.
El que sea una representación de una parte basada en un modelo estandarizado de esa parte hace que las cosas en “ la vida real” no siempre se ajusten a la historia parcial que allí nos cuentan… Aunque pretendamos emularlo porque creemos que ese relato es el que tenemos que intentar alcanzar. Pongamos un ejemplo. En el cine convencional y después del encuentro chico/chica (o chico/chico o chica/chica), la amatoria se suele resolver en una escena de apenas segundos en la que no hay manifestaciones ni muy explícitas (se ve lo justo para inducir al espectador a lo que sucede) ni muy inconvenientes (no hay pelos fuera de lugar, ni sonidos fuera de lugar, ni sábanas fuera de lugar, ni maquillajes fuera de lugar) y cuya concreción es normalmente un coito de apenas segundos en el que los amantes alcanzan un satisfactorio orgasmo al unísono. Esto no es el común de nuestras interacciones sexuales, sólo una forma narrativa de contar un encuentro siguiendo un modelo literario que se estima conveniente.
El porno, aunque tenga más amplitud de registros (posturas y eróticas), no sale de esa tipicidad y de esa secuencialidad narrativa de procesos. Pero, sucede algo más; ese modelo arquetípico que es representado es una concepción tipificada de la amatoria que proviene exclusivamente de un determinado grupo de humanos; los adultos, los que han alcanzado o se mantienen en esa categoría fundamentalmente cognitiva que podemos denominar “adulto”. Es una concepción de algo (el sexo, la muerte, el dolor, la responsabilidad…) que realizan los adultos para los adultos.
Lo que hay que saber
La niña o el niño son seres plenamente sexuados, pero no son adultos. Aspiran a serlo y, para ello, despliegan sus potencialidades pero no lo son todavía. Su comprensión de las cosas es otra, su sensibilidad es otra, sus preguntas son otras y sus conclusiones son diferentes. Tienen un enorme interés por los modelos éticos y de conducta que los adultos les ofrecemos y detectan con la fiabilidad de un perdiguero los miedos, inquietudes, violencias y desconciertos de esos modelos que les presentamos. Cuando la niña o el niño acceden a ese modelo amatorio pornográfico (que no da respuestas sólo resultados), para lo único que les sirve es para intentar entender, con enorme dificultad y de una forma descarnada, lo que los adultos entendemos por “sexo”.
Y esa falta de progresividad en las respuestas, en los matices y en comprender que es un simple modelo de hacer las cosas, no les conviene en absoluto… Pero, a poco que tengan ocasión (y hoy en día las tienen a raudales), intentarán acercarse a él. No es su culpa, es sólo su despliegue. Todo eso lo sabemos las madres, los padres y los/as educadores/as y por eso solemos poner el grito en el cielo cuando el pequeño ser humano que está bajo nuestra responsabilidad accede al porno. Ahí, nuestra responsabilidad (además de generar modelos de esta índole) reside en saberle explicar lo irreal y lo poco representativo que este tipo de manifestaciones son de su condición sexuada, porque el niño frente a eso tan reprimido, ocultado y deformado que es el “sexo”, no tiene recursos suficientes como sí los tiene cuando, porque ya lo ha experimentado, por mucho que en el videojuego el personaje que maneja (su “alter ego”) mate dragones y vuele por los aires, él no sólo no puede hacer lo mismo sino que ni tan siquiera tiene que tender o intentar hacerlo (aunque sí podrá cazar lagartijas y saltar para atraparlas).
Con esto quiero decir que en materia sexual, mucho más que en ningún otra, el niño o la niña se encuentran de repente, sin tiempo para haber experimentado nada y sin que nadie normalmente le haya explicado la realidad de las cosas, con un panorama normalmente violento en las eróticas y confuso en el placer que entiendencomo real y como la aspiración que les aguardan en su desarrollo. Por eso, nuestra responsabilidad en cuanto adultos que crean modelos adultos es ir formándolosen la realidad de su condición sexuada y en cómo ésta (por más que haya trampas que esquivar) es un valor y no un problema, y hacerlo desde el inicio, a medida que el pequeño lo solicite, con un lenguaje claro y adaptado a sus capacidades que contrarreste, desde una figura de autoridad (familiar o mejor aún, profesional), las ficciones y sobresaltos que le proporciona el obtener la información que no le damos por sus propios recursos. Eso se llama educación, lo mismo que comer convenientemente frente a otros humanos, tratarlos con el debido respeto, saber leer e interpretar un texto o aprender la tabla del siete, sin plantearles de inicio y como un reto en el que se juegan su madurez, el resolver cálculo integral.
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