Los humanos hacemos una cosa que no la hace el cangrejo ermitaño ni el boquerón en vinagre (tampoco la cotorra argentina de pecho gris); nosotros tenemos que dar sentido a las cosas. No nos basta con que algo suceda y actuar en consecuencia (si llueve, ponerse a cubierto), no, nosotros tenemos que encontrarle explicación, es decir, sentido, a ese fenómeno (saber por qué llueve).

Si durante un día soleado, el sol de repente se oscurecía por efecto de un eclipse, eran los dioses que se había atragantado con algo y más valía, pues siempre acababan recibiendo los mismos, que nos pusiéramos con las jaculatorias. El sentido, la explicación que nos hace comprensible el fenómeno, no sólo depende de nuestra inventiva, inteligencia o capacidad técnica, depende fundamentalmente de la ideología dominante (del “poder”) donde ese sentido emana.

Eso pasaba en tiempos de las cavernas y pasa ahora (en tiempos de las cavernas) y no se salva de eso ni los sentidos que puedan encontrar la sacrosanta religión o los que otorgue la sacrosanta ciencia (además de las burradas que se postulan en nombre de la “ciencia”, ¿de qué depende que la ciencia se ocupe de una cosa y no de otra?, pues simplemente de la ideología que regule esa ciencia). Pues bien, a la ideología hegemónica, poliédrica pero siempre patriarcal, que ha venido rigiendo durante aquello de“por los siglos de los siglos”, había un animal en el bestiario universal que le producía especial repugnancia y miedo. No era el pinzón mexicano, el dragón de Komodo o el pulpo a la gallega; era la hembra de la especie humana.

Si a esa marcada animadversión de partida por el “bicho” resulta que se le añadía que de su parte más impúdica (véase, el coño) le manaba sangre cada veintiocho días, pues ríete tú de un eclipse y de una lluvia de ranas, el sentido estaba claro; era poco más o menos el castigo celestial (merecido) que marcaba al animalito “frágil” pero envenenado y que demostraba con ese fenómeno su condición de impuro, culpable de algo y, más si cabe, repugnante. Y si ya había que tocarlo poco (lo justo para reproducir la estirpe o para demostrar “hombría”), “esos días” que le daba por sangrar (por “manchar”…lo propio de lo sucio y maculado), pues mejor ni arrimarse. Y esa concepción de la menstruación, que parece de los tiempos aquellos en los que la tierra aún quemaba y que ya suponemos todos que ha sido ampliamente superada por lo del óvulo y el endometrio, parece enterrada. Pero como suele pasar con las creencias,le hemos hecho un entierro barato, pues a nada que se nos rasque vuelve a renacer. Concebir la menstruación, como algo sucio, patológico o impropio de una señorita y, consecuentemente, el entender que mantener relaciones sexuales durante ese momento del ciclo es algo así como depravado, sigue acechándonos igual que el zombi ese con cara de no haber comido caliente desde que se cayó de boca en un brasero.

Algunos consejos si vas a mantener relaciones sexuales con la regla

Durante la menstruación, te puede o no apetecer mantener relaciones sexuales, eso es otra cosa, pero si te apetece (que es posiblemente lo estadísticamente más habitual), no hay razón, creencia o sentido que necesariamente tenga que privarte.

Sólo algunos consejos; que tengas la regla no significa que, indefectiblemente, no puedas quedarte embarazada, usa preservativo (el hecho de que haya sangre puede aumentar el riesgo de transmitir infecciones genitales), no te fuerces si notas dolor, por ejemplo, abdominal (el cérvix desciende un poco y todo está más sensible…para bien o para mal), informa antes de la situación a tu pareja sexual (no vaya a creer que pasa algo que no pasa) y si usas tampón y mantienes relaciones sexuales con penetración vaginal, acuérdate de quitártelo antes (parece de Perogrullo, pero no lo es y los riesgos de olvidarlo son grandes).

A cambio, es muy probable que si mantienes interacciones sexuales durante la menstruación, tu dolor disminuya en el periodo pues se facilita la dilación y el sangrado, además de que normalmente este tipo de prácticas aumentan la autoestima y nos permiten distraer la atención y si lo que te preocupa son las sábanas, pues basta con tener lavadora o en su defecto un cepillo (ahí tienes el “chorreo” de la ahora tan traída eyaculación femenina y nadie se queja de lavar).

Lo importante es desarticular un prejuicio, no actuar indefectiblemente a la contra

Pero, si te sientes obligada a mantenerlas aunque tu criterio no te lo aconseja o no tienes el “ partner” sexual oportuno, pues abstente con total tranquilidad; no vas a ser más “liberada” por hacerlo en ese periodo ni vas a ganar boletos para la rifa de la chica más “in”. Lo importante, me parece, es desarticular un prejuicio, no actuar indefectiblemente a la contra, pues es otra forma de depender del prejuicio (cosa que, curiosamente hoy en día, está muy de moda. Aquí lo dejo…). Tiene sentido esto último, ¿no te parece?

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