El sexo, y esto no es algo que parece que tengamos todavía muy claro, no es una “cosa” que tengamos a la mano y de la que podamos hacer uso cuando nos conviene… como un chubasquero colgado en un perchero. El sexo es un elemento sustancial a nosotros mismos e irrenunciable (no nos lo podemos quitar nunca de encima, llueva o no llueva) que participa siempre activamente en conformar ese “nosotros mismos” y en los actos que éste emprende. De él, de esa condición, dependen nuestra identidad ( sexuada) y nuestra personalidad (nuestra “ sexualidad”) y, aunque como condición viene dada y no nos la podemos quitar de encima, no viene fijada en su conformación sino que se va desarrollando, desplegando, en función de los avatares de nuestra biografía (condicionados por nuestro ser sexuado).

Por poner un ejemplo gráfico; el sexo es como pensar. Sin pensar, nunca nos desarrollaríamos como humanos, está de partida en nosotros (somos animales racionales) pero no pensamos lo mismo desde que nacemos hasta que morimos y esa condición y esa variabilidad es la que conforma nuestra identidad (humana) y nuestra forma de ser (nuestra personalidad). No podemos un día decir; “mira, coño, hoy voy a pensar un rato”, pues para llegar a esa conclusión ya tenemos que pensar con anterioridad, lo que sí podemos es esforzarnos, en determinado momento, en focalizar nuestra condición pensante en algo concreto, por ejemplo, pensar en jugar una partida de ajedrez (en el ejemplo, sería la erótica) y jugarla (lo que equivaldría, en el ejemplo, a interactuar sexualmente).

¿Qué entendemos por “saludable”?

Saludable es aquello que procura salud, entendiendo por “ salud” ese estado en el que el ser, al no padecer lesión o enfermedad, ejerce con normalidad sus funciones. ¿Cuándo el pensamiento (el sexo en el ejemplo) deviene una actividad saludable? Pues en la inmensa mayoría de situaciones, pero sin olvidar que el pensar, como el sexo, es una condición problemática, que nos puede llevar a lo mejor de nosotros mismos pero también a lo peor. Cuando nos obsesionamos, cuando nos equivocamos en un juicio, cuando pensando magnificamos nuestra tristeza y en mil ocasiones más, el pensar deviene poco “saludable” y produce consecuentemente estados poco saludables; melancolía, ansiedad, obsesión…

¿Cuándo es “poco saludable” el sexo?

En el “sexo”, tal y como lo que es, ese deslizamiento hacia el devenir “poco saludable” está siempre latente, sin que por ello podamos decir, como vienen diciendo los moralistas de la renuncia desde Matusalén, que el sexo sea un problema (es sólo, como el pensamiento, una condición problemática) sino que lo que sí es, de continuo un valor (como lo es el poder pensar las cosas antes de hacerla y haciéndolas, o como lo es respirar por más que en algún momento podamos contraer la gripe respirando). Así, cuando desde nuestra condición sexuada, nuestra sexualidad nos lleva a asumir riesgos innecesarios (emocionales, sanitarios o del orden que sea) en una interacción sexual, el sexo deviene poco saludable, cuando por exceso (“por no quitárnoslo de la cabeza” y hacerlo algo pulsional) o por defecto (cuando por ese mismo “por no quitárnoslo de la cabeza” lo convertimos en la continua represión de sus manifestaciones) coarta nuestra libertad e impide nuestro “funcionamiento normal”, entonces deviene poco saludable, cuando los procesos inherentes al sexo, de sexuación y sexualidad, no se van resolviendo convenientemente y nos producen zozobra o perplejidad, entonces no está resultando saludable… Y en varias situaciones más.

Hemos pasado de la condena al “buenrollismo” sin tener repajolera idea de lo que es el sexo

Sucede que, al seguir considerando el sexo como la “cosa” a libre disposición, hemos pasado de la condena al “ buenrrollismo”, del sexo es siempre e invariablemente malo al sexo es siempre bueno (también invariablemente), lo cual son dos sandeces equiparables en magnitud y, en lo colectivo, nada “saludables”. Y no son nada saludables porque reflejan algo inquietante; colectivamente, seguimos sin tener repajolera idea de lo que son el sexo y nuestra condición sexuada y, moralmente, nos seguimos moviendo entre maximalismos dicotómicos (lo que es malo no es nunca bueno y al revés) que olvidan la continuidad y copertenencia de, por ejemplo, lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo o lo sano y lo insano. Algo que, por cierto, sobre estas cuestiones de la salud y lo saludable, parecía tener muy claro Churchill cuando dijo, con su inteligencia y mala leche proverbial, aquello de que “la salud es un estado precario que no presagia nada bueno”… Va esta reflexión por los moralistas “guais” de ahora que se llenan la boca con el sexo y lo regurgitan sin saber ni lo que se han llevado al buche.

Además...

  • Mantener relaciones sexuales durante la menstruación

  • Casi el 60% de los hombres son infieles en las comidas de empresa de Navidad

  • He pillado a mi pareja chateando con otra/o

Temas

Sexo, Pareja, Amor