vivir
vivir
Es 15 diciembre, empieza la cuenta atrás para cualquiera que ejerza de anfitrión en Navidad. Quedan solo nueve días entre ellos y el momento en que un pavo y 15 invitados lleguen para arrebatarles el sofá, los colchones, los fogones y la calma, y esos sacrificados empiezan a preguntarse cómo se manifestará esta vez su cansancio, su resentimiento y su ira contra sus seres queridos.
Primero, está la forma clásica: el martirio, esa actitud de quien está dispuesto a sacrificarse, pero envuelta en un rencor tan ardiente que se puede percibir en todo el vecindario. "No, no, ya te subo yo la maleta a la habitación de arriba -dicen apenas tocas el timbre-. Llevo desde las cuatro de la mañana cortando jamón y la verdad es que alrededor de medio día he perdido la sensibilidad de la mitad de mi cuerpo, pero es mi típico agarrotamiento navideño, no pasa nada. Si me clavas una uña, seguro que ni me entero. Mira, sabes lo que te digo, anda, clávamela... ¡Es Navidad, joder!".
Luego están aquellos para los que la llegada de sus seres más cercanos puede convertir todo lo que aman en una completa basura. "Pasa, pasa. Siéntate aquí. ¡Ay, nos hemos quedado sin sillas! ¿Por qué no soy el tipo de persona que tiene más sillas? Supongo tiene que ver con el hecho de que mi trabajo sea insignificante e insatisfactorio en comparación con tu trabajo en las Fuerzas Especiales, Dan. ¡Ay, por Dios! Me acabo de dar cuenta de lo feos que son mis hijos comparados con los tuyos. ¡Venga, chiquis, poneos los gorritos de Papá Noel sobre la cara! Oh, soy una persona de mierda, con unos hijos de mierda y vivo en una casa de mierda, ¿verdad? ¡Bienvenidos a todos!".
Y por último, están los que, simplemente, exhiben las consecuencias de sus crisis nerviosas: te los encuentras la tarde de Nochebuena, sentados frente sus casas, fumando un piti, mientras te dicen fríamente "te odio" a modo de saludo y tú te das cuenta de que detrás de ellos hay un repartidor acribillado a flechas y la casa es pasto de las llamas.
Pues sí, el caso es que durante los últimos 20 años, yo he sido la anfitriona de todas las navidades familiares (de ambos lados de nuestra familia). Para que os hagáis una idea, entre nuestros parientes inmediatos hay dos veganos, un apasionado del partido laborista, un apasionado antipartido laborista, cuatro personas de raza mixta, un racista, alguien que cree que "el feminismo está yendo demasiado lejos" (y lo dice mientras se zampa tan ancho el maldito pavo que he pagado yo) y un tío que cree que el turno en el lavabo debe ser de una hora, mínimo, aunque afuera haya una cola de seis persona en agonía urinaria.
A lo largo de los años, he pasado por las fases de martirio, autodesprecio y crisis nerviosa, como se imaginarán; pero creo que finalmente he encontrado el personaje perfecto para sobrellevar las fiestas: Russell Crowe. Más específicamente, Russell Crowe en la película Master and Commander. Y más específicamente aún, Russell Crowe en Master and Commander, en la escena en la que se sube a su barco -un par de kilos por encima del peso que el estudio estipuló en el contrato-, y grita: "¡Olvidaos de las maniobras, a por ellos!". Ese es. El Russell Crowe de ese preciso instante, el principal modelo a seguir para sobrellevar la Navidad. Solo hay que cambiar los cañones por un "¡Pelad esas patatas!" o un "¡Evita que salga otra vez el tema del maldito Brexit!". Si eres como Crowe en Master and Commander no aceptarás ninguna disidencia, disfrutarás las escaramuzas y, lo más importante de todo, llevarás pantalones holgados y cómodos.
Crowe es un Señor de la Guerra y eso es, esencialmente, lo que debe ser un anfitrión de Navidad. Porque creer que debes portarte como un ser apacible y silencioso, con genuino interés en escuchar las anécdotas de viaje de otras personas solo te puede llevar a la depresión. No, el desaliñado ángel de la Navidad que pretendes ser es incapaz de lidiar con lo que realmente es este día: el mayor movimiento financiero, logístico y diplomático del año. Una auténtica operación militar. Estás dando refugio, organizando y alimentando a un pequeño ejército de dragones. Por eso, lo mejor es decirte a ti misma: "Venga, cabrones, lanzadme vuestros mejores dardos". "¿Que el colchón que te ha tocado es una puta mierda?"; "¿Que si tenemos crema para la psoriasis?"; "¿Que si puedo quitar esa puerta de sus bisagras en la víspera de Navidad y lijar el fondo para que cierre óptimamente?"; "¡Claro que sí, que así me hacéis más fuerte!".
Creedme, es la única forma en que se puede recibir gente en Navidad, tratándola como una sucesión de batallas (la batalla del desayuno sin gluten, la batalla de la caminata navideña, la batalla del tío borracho). Y tu objetivo final no es festejar o disfrutar de tu familia. ¡Ja, ja, ja! No, ilusa. Tu verdadero propósito es organizar a tus invitados para derrotar al enemigo definitivo: su propia, atrincherada e incurable atrocidad. Piensa en Aníbal. Piensa en Churchill. Piensa en Rusell Crowe. ¡Viva Crowe!
Y además...
-Caitlin Moran: "Estamos viviendo los últimos días del patriarcado"
-"La locura contra las faldas", por Caitlin Moran