vivir
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Los humanos somos animales biográficos. Es cierto que, a una caballa del mar del norte, también le pasan cosas desde que nace hasta que muere pero a diferencia nuestra, ella no tiene sentido histórico de eso que le sucede; no celebra, por ejemplo, su cumpleaños ni rinde memoria a sus muertos. A nosotros, a diferencia de la caballa a la que sólo le pasan cosas, nos ocurren acontecimientos, “dotaciones de sentido” que diría el bueno de Kant, cosas que “significan” algo y que posibilitan que eso que pasa determine el sentido de nuestra biografía (lo que nos pasa y lo que nos puede pasar a partir de él). A esas cosas; un amor, la pérdida de un ser querido, unas palabras escuchadas, una filiación o una pertenencia, les rendimos homenaje (somos animales “ conmemorativos”) en forma de referencia simbólica, porque creemos que sobre ellas articulamos nuestra biografía porque creemos que nos explican algo de nosotros mismos.
Eso hace que los humanos tengamos historia y sentido histórico. Cada una de nosotras tiene su biografía repleta de esos obeliscos, arcos del triunfo y figuras votivas que nos recuerdan que algo que pasó (una victoria o una derrota) sigue pasando en nosotras. Son rastros, cicatrices y huellas de nuestro paso por la existencia, los ejes que han articulado que una sea lo que es en determinado momento pero también los sitios de proyección que nos encaminan a ser lo que aún no somos. A veces, esos hechos de la historia (de “mí” historia), los llevamos ocultos (muchas veces, sin saber siquiera que los llevamos), pero otras, los mostramos ostentosamente, de manera reafirmativa, frente a los demás. En esa lógica se inserta el tatuarnos la piel de forma indeleble e irrenunciable…al menos, en su origen. Bien es cierto que, hoy en día, no nos hace falta tomar Troya para tatuarnos algo, olvidando esa función radical que reseñábamos y el tatuaje ha adquirido, para muchos, un carácter meramente de adorno en el que se busca más lo “bonito” que lo “significativo”.
Su auge encajaría mejor en una especie de reivindicación de rebeldía (en nuestra cultura, el tatuaje era básicamente cuestión de grupos marginales; presos, legionarios, marinos o prostitutas) que también, hoy en día, y por su “normalización” de uso, se ha acabado disolviendo (hoy, no hay que ser malote o aspirante a ello como motivación para tatuarse). Sin embargo, el tatuaje, salvo excepciones, mantiene las condiciones de perdurable e imborrable que le daban su función referencial, con lo que hacer de algo irrenunciable un mero adorno coyuntural tiene sus consecuencias negativas; los humanos, además de conmemorar, también crecemos, variamos nuestros gustos, y lo que hoy nos parece trascendente, mañana nos parece una chorrada…una chorrada que vas a arrastrar de por vida.
Pequeña reflexión sobre los tatuajes y los piercings como reclamo sexual
El tatuaje no tiene una exclusiva función sexual. Pero, como la sexualidad forma parte de nuestro dinámico proceso biográfico, del mismo modo que lo hace nuestra personalidad, pues no se ha descartado el “celebrar” en forma de tatuaje algo relacionado con ella. Si tiene alguna función, especialmente ahora en que cada vez se realizan en sitios más “comprometidos”, es la de resaltar esa parte genital o “ pregenital”, y actuar como acicate frente a un posible amante al que se le ofrece o se le insinúa algo que se pretende poner en valor con dicha decoración. Además podríamos indicarle un parde cuestiones; “eso que tú ves, no lo ve todo el mundo” y que somos ya personas “trotadas” y avezadas en esas eróticas áreas. Pero, en sí mismo, poco más da de sí el tatuaje que, en funciones de excitación y hasta de estimulación, pierde terreno frente a otra forma de “marcarse” que le gana terreno; el siempre arriesgado piercing.
Aquí, en estos asuntos de las perforaciones, sí parece existir un amplio abanico de opciones, cada cual de mayor riesgo en lo sanitario y en lo funcional. Desde perforarse los pezones hasta hacerlo en el monte de Venus y/o en la propia vulva. Piercings como el denominado “Christina” (realizado entre el pubis y los labios mayores) o el “Fourchette” (entre la vagina o el perineo) o el “Nefertiti” (por debajo del capuchón del clítoris hasta alcanzar el pubis) hasta los escasísimos casos, por razones obvias, que se pueden realizar directamente en el clítoris, componen con sus múltiples variantes el amplio catálogo de ornamentadas “tropelías” con las que las mujeres nos podemos adornar los genitales. Y es que, en estos de marcarse de por vida y rotos ya los condicionantes y motivos de antaño, podríamos aplicar el refrán aquel de; para gustos los colores… Eso sí, normalmente es mejor antes de coger un lápiz verde el saber, además de si te gusta el verde, si con él quieres dibujar algo o sacarte un ojo (y es que, a veces y aún hoy en día,el sentido común sigue sirviendo de algo).