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Pero, ¿qué le pasa a la censura con nuestros pezones?

A fuerza de prohibir, lo puritanos volvieron a hacer de un pezón un elemento exclusivamente sexual, y de su exhibición, una perturbación moral.

Valérie Tasso
Valérie Tasso

Decía Wilde que la diferencia entre civilización y barbarie es una cuestión de matices. Entre esos múltiples “matices”, los “civilizados”, que tenemos que estar continuamente haciendo gala de nuestra “civilización” para diferenciarnos de los “salvajes”, hemos adoptado uno con preeminencia; el cubrirnos el cuerpo con ropa. Así, un buen día, hace mucho tiempo ya, asumimos que el desnudo es cosa de asilvestrados de latitudes meridionales que danzan, mientras que nosotros, tomados por el frío y por la “gracia” (menuda “gracia”) del credo que mortifica el cuerpo y cualquier exhibición de él, debíamos cubrirnos hasta las intenciones para poner en valor nuestra “diferencia”, lo que nos aleja de los bárbaros (o de los animales) que bailan como gorrinos y de las bárbaras que, bailando, se les mueven las tetas. Interdicto éste de mostrar las carnes que, en cuestiones de torso, afectó a nuestras “civilizadas” costumbres y sin distinción de género, desde los tiempos en los que no habían puesto todavía las aceras. Y lo hizo, como decíamos, sin distinguir el género aunque sancionando de desigual manera.

Un hombre, por ejemplo, tampoco podía mostrar las tetas públicamente (o los pectorales, que queda más masculino…) y, según relatan, las primeras “masculinas” que se aprecian públicamente se hacen en el cine y de la mano de Johnny Weissmüller haciendo de Tarzán (el “hombre mono”…se entiende el permiso). No es hasta 1936 que el estado de Nueva York permitirá a los hombres mostrar públicamente sus senos… Para las castas y mujeres, el interdicto efectivo persiste. Así fue al menos hasta que la vieja Europa, hace apenas un ratito y en un gesto de civilización, decidió que lo de taparse estaba bien para el frío, pero que lo de que las tetas vieran la luz de forma pública, era un gesto progresista de civilización. Y empezaron a verse mamas al aire por las playas y piscinas, al principio en la glamurosa costa azul en la década de los sesenta del siglo pasado, y llegaron a España a principios de los ochenta (el nudismo en sí se legaliza en 1995…otra cosa es cómo se pueda hoy “ver” el nudismo fuera de zonas delimitadas) y las mujeres usamos nuestro cuerpo, especialmente nuestras tetas, como un gesto de valentía y rebelión, de progresista reivindicación de libertad individual.

La principal razón que facilitó el que se normalizara el mostrar y ver unos senos desnudos no fue otra que desenraizar el pecho masculino, y en especial el pezón, de los contextos exclusivamente sexuales, que enseñar las tetas, aún con pezones como escarpias, no era sinónimo de ir pidiendo, como una pedigüeña indecente, un macho a gritos que los acoja (del mismo modo que no lo es el llevar una falda por encima de las rodillas). Y el razonamiento, bendito sea, de la posibilidad de que la mujer tuviera bajo su criterio personal y en uso de su libertad individual la misma opción de mostrar o no mostrar triunfó y los censores, moralistas y público en general se lo tuvieron que comer porque se implantó en nuestras latitudes con intención de quedarse. ¿ Para quedarse? Pues, eso creímos algunas ingenuas que pensábamos que el mundo, aun a trompicones, tendía a ser un lugar mejor.

El puritanismo, disfrazado de defensa de lo “femenino”, vuelve a decirnos lo que tenemos que hacer con nuestros cuerpos

Y surgió, de repente, como manda el vaivén de la dialéctica, el argumento contrario. Un torso desnudo de mujer no es un elemento de reivindicación de la libertad individual sino un elemento de cosificación sexual, no de esa mujer, sino de todas las mujeres. Y el puritanismo, enmascarado de defensa de lo femenino, volvió a decirnos a todas, lo que teníamos que hacer con nuestros propios, particulares e individuales cuerpos y volvieron los pudores de antaño (no me vaya a ver las tetas el panadero de mi pueblo y me malinterprete…), y volvieron los censores, esta vez locales y globales, que a fuerza de prohibir volvieron a hacer de un pezón un elemento exclusivamente sexual, y de su exhibición, una perturbación moral.

Y, a fuerza y con el presunto y prístino propósito de que nadie se ofendiera ni se removieran sus sensibles entrañas, se censuraron en las redes sociales (daba igual si reclamabas algo al mostrar el seno o si lo mostrado era una mama que alimentaba a un bebé), el algoritmo que detecta aureolas como un cerdo las trufas y los censores de antaño (esta vez no con sotana y penitencias sino con el rotulador de tachar y “buenrollismo” global de las corporaciones) se pasaron por ahí por donde lo que no enseñan las legislaciones nacionales conquistadas y la comprensión moral de lo que es mostrar un pezón, tratándonos a todas y todos de nuevo como niños ( de teta) que deben ser educados en lo conveniente, pues somos incapaces de distinguir cuándo el cuerpo femenino es cosificación, exhibición, protesta o simplemente antojo y, lo que no se ve tan claro; volviendo a hacer con sus sanciones sobre el pezón un interdicto del mismo, es decir, un elemento puramente erótico que cuando se muestra es para sembrar la discordia allá por donde se pasea.

Y es que convendría, y esto no vale solo para las tetas, recordar para explicar estos arrebatos neopuritanistas y estas vueltas involutivas disfrazadas de progresismos a diestra y siniestra que, como decía Ramón Gómez de la Serna; “La edad de hierro afila su cuchillo en la edad de piedra”… Sentencia que podríamos complementar con que la edad digital también afila sus algoritmos mentales con una piedra (cuando no nos pega, directamente, una global pedrada…).

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