No deja de resultar curioso que la Virgen María nunca se le aparezca a un indígena de Papua Nueva Guinea. Sus “apariciones” siempre se remiten a ámbitos culturales en los que, independientemente de las creencias particulares del individuo, el cristianismo tiene o ha dejado su impronta. Ello no implica, obviamente, que los fenómenos delirantes en sus amplias manifestaciones, estén siempre asociados a la cristiandad, pero que éstos se manifiesten en una figura concreta como la Virgen María, sí. Alguien que nunca hubiera oído hablar de ella nunca la utilizaría como elemento de proyección o agente causante de las voces que cree oír, de los acontecimientos que cree padecer o de las imágenes que cree ver y buscaría en su propio acervo cultural el elemento concreto que establece un contacto con él.
Y es que la cultura donde se encuentra inmerso un sujeto lo condiciona hasta el extremo no sólo de que lo que el sujeto entienda como las causas de sus trastornos no puede encontrarse f uera de esa cultura sino incluso produciéndole trastornos específicos que no se dan, que no se pueden dar, fuera de esos ámbitos culturales. Es un poco como si la cultura actuara en ocasiones como vector de propagación en una epidemia, como si fuera una especie autóctona de mosquito que sólo difunde el agente patógeno allí donde ese mosquito se encuentra. Si hay, por ejemplo, una plaga de mordeduras de serpientes coral, esta plaga evidentemente nunca se podría producir donde no hay serpientes coral. Pues, por extraño que parezca, las culturas con los elementos específicos que las conforman pueden actuar igual.
A esas dolencias psicosomáticas específicas de determinada cultura (de sus creencias, de sus supersticiones o de un “pensamiento mágico” asociado a ella) y que no se reproducen fuera de ellas pero se pueden manifestar en otros lugares por el simple hecho de que el individuo (y su cultura con él) emigran o se desplazan, las solemos denominar aquí “ síndromes culturales” o “ síndromes transculturales”. En materia sexual y en cuanto a lo que afecta a los hombres (que parecen ser más sujetos pacientes en su sexualidad de estas peculiares anomalías culturales), hay dos que destacan por encima de otras; el llamado “ síndrome de Koro”, del que ya nos ocupamos en otro artículo y que consiste en la convicción por parte del sujeto de que su pene se retrae hasta desaparecer, y el “ síndrome DHAT”.
¿En qué consiste este síndrome?
Así, si en un centro sanitario de atención primaria o en la consulta de un urólogo de, por ejemplo, Onteniente, aparece un hombre originario del subcontinente asiático, especialmente de área rurales de Pakistán o Bangladesh, que manifiesta la convicción de que el semen se le escapa o lo pierde a la vez que orina o, mientras duerme, es muy posible que el profesional clínico se encuentre frente a alguien que padece el síndrome DHAT. Esa “pérdida” que, por diversos estudios realizados (especialmente para descartar la gonorrea), tanto generales como específicos, parecen descartar que en verdad se produzca, opera en el sujeto con síntomas en los que la ansiedad de tipo angustiosa por lo que le está supuestamente sucediendo, es el más destacado. Pero también generan en el individuo otros malestares psicosomáticos de carácter general; debilidad, insomnio, cansancio, inapetencia…
Vienen asociados a otros problemas psíquicos como melancolía, estado depresivo o psicosis y actúan en la sexualidad del sujeto con efectos como la disfunción eréctil, trastornos eyaculatorios o deseo hipoactivo. El desencadenante habitual que subyace a este síndrome psíquico de carácter, por lo general, neurótico, suele ser el sentimiento de culpa; el haber faltado a los preceptos que la moral sexual de su cultura impone o bien la dificultad y la responsabilidad por asumirlos en su estricto cumplimiento…
Dicho en otras palabras, la presión que sobre ellos ejerce, algo a lo que aquí no parece que le demos mucha importancia pero que, aunque lo olvidemos, nos condiciona en la misma medida y hasta la médula; la “ educación sexual” y su subsidiaria “ salud sexual”. Basta atender a personas de aquí con dificultades sexuales comunes para saber que la inmensa mayoría de sus problemáticas derivan de una mala comprensión, de una deficiente explicación o de un exceso de exigencia en sus preceptos, de la educación sexual que han recibido. Por eso, aquí, los sexólogos no nos cansamos de reclamar la importancia de una conveniente educación sexual impartida por profesionales de la materia y que abarque la relación y gestión de valores en los afectos entre los sexos, y no simplemente los peligros que expone la salud sexual. Y es que, frente a lo patológico de determinadas creencias, no hay más antídoto que el sentido crítico y el entendimiento de lo que nos trastorna.
Origen del término
El nombre que recibe este síndrome parece haber sido acuñado en los años setenta del siglo pasado por parte de dos psiquiatras indios y tomaba como referencia etimológica el término sánscrito “ dathus” que remite al semen como uno de los elementos que garantizan la salud y cuya mengua ocasiona, según las creencias culturales y religiosas que lo emplean, las deficiencias que antes mencionábamos como sintomáticas en el paciente. Y es que el mundo, los humanos y nuestra avidez por dar sentido a las cosas del mundo, son siempre, para bien y para mal, algo fascinante (y la Virgen María también...).
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