El sexo anal cuenta con muchas barreras sociales y fisiológicas para convertirse en una práctica normalizada. /
"Nefando" es un adjetivo normalmente de uso culto que se emplea para referir que la cosa adjetivada es algo abominable, repugnante o que su simple mención causa horror. La mayoría de las personas que conozcan este adjetivo lo hacen porque su uso se ha restringido a su asociación con un sustantivo concreto; el de "pecado". Así, decir que es un "pecado nefando" significa que el hecho así juzgado (primero como "pecado" y, después, cuantitativa y calificativamente como "nefando") está en la jerarquía de los pecados más atroces y, por lo tanto, más condenables.
En esta categoría, podríamos incluir muchas acciones (algunas de las cuales hasta legitimadas) con solo ver un telediario, pero lo que designaba, mientras estuvo en uso moral y jurídico, era una acción concreta: la sodomía. La sodomía, término también de carácter religioso, designaba en principio todas aquellas prácticas eróticas que incumplían el propósito de la reproducción o las que se recreaban en la mera contemplación, pero fue estrechando el círculo definitorio hasta designar, casi en exclusiva, la penetración anal, diferenciando entre "sodomía perfecta" (cuando se realizaba entre dos varones) y la "sodomía imperfecta" (si formaba parte de las eróticas heterosexuales).
Entre las creencias religiosas que más hincapié pusieron en esto de sancionar la sodomía, destaca el cristianismo (que, especialmente a partir del siglo XII, la asoció a prácticas musulmanas, heréticas y a actos contra natura) y, aunque en los primeros momentos del cristianismo era considerado más bien como una conducta inapropiada y reprobable, fue a partir del siglo VII cuando la cosa se puso fea de verdad para los y las sodomitas… Y muy feas a partir del siglo XIV. Al considerarse un "pecado nefando", ni siquiera pronunciable por su magnitud (Tomás de Aquino, por ejemplo, lo asemejaba ya en el siglo XIII, a una categoría moral equivalente al canibalismo), las sanciones por sodomía pasaron de la lapidación y castración directamente a la socorrida hoguera.
Con estos antecedentes culturales, no es de extrañar que, todavía hoy en día, en los que el sexo anal es una práctica erótica más, a más de una se le encoja el ano nada más vea llegar algo por ahí. Si a eso le añadimos que el dilatar los esfínteres (interno y externo) del ano de manera traumática puede llegar a doler (y mucho), pues el asunto se complica un poco más. Complicación que se puede matizar si, de partida, sabemos esas dos cosas: el que, por un lado sigue existiendo un cierto tabú cultural a utilizar el ano como elemento erótico, y que, fisiológicamente duele el intentar desbloquear súbitamente y de manera forzada esa doble corona muscular que son los esfínteres.
Santo Tomás de Aquino asemejaba el sexo anal a una categoría moral similar al canibalismo. /
En el plano cultural, religioso y de creencias y de sus implicaciones psicosomáticas que pueden hacer que, a una persona, eso de entrar por 'el recto camino' le resulte tarea complicada, poco podemos hacer más allá del plano terapéutico individualizado y de repetir las consignas de 'normalización' sobre el uso hedónico, recreativo y erótico que se le puede otorgar al ano.
Sobre las medidas profilácticas y de higiene de las eróticas anales, que se englobarían en la salud sexual, tampoco hay que repetir gran cosa más de lo que hoy en día se difunde a los cuatro vientos. Y en el plano puramente fisiológico, recordar que los peores enemigo del llamado sexo anal son la ansiedad, el estrés, la premura y la obligación.
Y recordar un par de cosillas más. El ano tiene un buen número de terminaciones nerviosas (muchas más que la vagina, por ejemplo), lo que le confiere esa ambivalencia propia de las zonas erógenas; es placentera, convenientemente estimulada, y en el momento oportuno pero deviene 'histérica' si no se dan ambas condiciones. Recordar también que el ano y el recto no son vías y conductos que, por ejemplo, tengan una lubricación natural, con lo que una lubrificación 'sintética' de base acuosa para no dañar el preservativo es más que recomendable, prácticamente obligatoria (la saliva a veces ayuda, a veces no) si lo que se desea es realizar una penetración.
Existen en el mercado multitud de productos (normalmente en formato gel) que, además de facilitar la lubricación, permiten una cierta relajación local de la zona, pero hay que prestar atención con los anestésicos locales (normalmente, con base de lidocaína) pues, además de anular o amortiguar las sensaciones placenteras, también inhiben uno de los mejores mecanismos que tenemos para saber que algo no está funcionando; el dolor. Masajear el ano y la zona perineal suavemente y de forma circular con el lubricante, así como practicar el 'anilingus' (la estimulación oral del ano) suele ser un buen comienzo. También conviene saber que el 'atrevimiento' con esa zona debe ser progresivo y proporcional a la excitación con lo que lo mejor (y cuando sea el momento oportuno) es probar primero con la punta de la lengua o con un dedo (también valen los dilatadores progresivos que se emplean, por ejemplo, en el tratamiento del vaginismo) antes de meterse en empresas de mayor calado.
Y poco más que no se haya repetido hasta la saciedad, sin olvidar, en el plano de los bloqueos y de las fisiologías, que si bien el poder mantener relaciones sexuales anales sin temor a que nos quemen es un logro social no es un deber social; hay personas, mujeres y hombres, que disfrutan con estas eróticas, otras a las que les resultan insulsas y otras que sencillamente las rechazan sin por eso estar un escalón por debajo del escalafón de 'liberación' ni ganarse el título de reina de la mojigatería… Las eróticas son terrenos de experimentación que ni suman ni restan puntos en el carné (ese es otro triunfo social; el que el ser buenas o malas personas no tenga que pasar por dar por culo a nadie…o sí).
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