Saber escuchar está muy cerca de saber amar. Es el mejor alimento con el que se puede construir una relación amorosa, duradera y fructífera. En caso contrario, el amor palidece, se vuelve frío y escaso. Si la escucha solo se realiza por parte de uno de los miembros, el otro acaba sintiéndose solo y se aleja. Sin escucha, el amor puede morir .
¿Te sientes escuchada por tu pareja? ¿Podéis hablar de lo que más os importa? Si esa escucha es precaria, un proyecto para este nuevo año que comienza podría ser intentar construir una mejor comunicación entre ambos. Lograrlo es posible si dejamos de tener miedo a los límites propios; solo así podemos aceptar mejor los ajenos sin precipitarnos a dar soluciones ni a juzgar. Podemos acompañar, pero no dirigir.
La pareja tiene un espacio común, que es el que se ha construido entre sus miembros. Establecer una comunicación íntima con la pareja solo es posible si hemos podido asomarnos a nuestra propia intimidad. Tenemos que conocernos lo suficiente como para poder aceptar nuestras carencias y nuestros límites. Es esencial comunicarnos bien con esa parte de nosotros mismos que menos conocemos y no proyectar así en la pareja conflictos propios ni asumir sus problemas como nuestros. Es una tarea compleja y difícil, pero esa es la escucha verdadera.
La falta de escucha se produce cuando alguno de los miembros de la pareja no puede dar el espacio y el tiempo suficiente para que el otro pueda expresarse.
Esta incapacidad de escuchar al otro se sustenta en dificultades psicológicas que provienen de un narcisismo excesivo y de no poder aceptar algunos conflictos propios.
Para ambos sexos es fundamental hablar y ser entendidos y apoyados. Pero cada uno lo pide de un modo diferente: mientras la mujer comparte pronto los sentimientos de disgusto, el hombre habla cuando cree que tiene la solución cerca.
Aquella noche, la relación sexual se convirtió en un desencuentro emocional. Otra vez. En un encuentro de sexo sin deseo. Envuelta en sus fantasías, Clara se sentía sola mientras se abrazaba a Enrique buscando un poco de compañía. A veces, se sentía culpable de lo que pasaba; otras pensaba que él era incapaz de escucharla. Habían discutido esa misma tarde. Ella tenía problemas en su trabajo y Enrique le había dicho que no debía preocuparse tanto por lo que estaba pasando, y que si no le gustaba, dejara su empresa.
-¿Cómo me puedes decir algo semejante, según está la situación actual? Además, sabes que a mí me gusta lo que hago. ¿Es que nunca me escuchas? -le recriminó ella. Enrique, muy enfadado, respondió: -No sé para qué hablo, si nunca me entiendes.
Clara creía que él la estaba tratando como a una irresponsable, mientras que Enrique pretendía ofrecer una solución. Eso sí, rápida, efectiva y sin preguntar qué es lo que ella quería y qué había pensado hacer.
En realidad, Clara solo quería que su pareja la escuchara y valorase sus sentimientos, no que le diera soluciones. Después de la conversación, Enrique también se había quedado frustrado, pues había intentado ayudarla y se había sentido rechazado. Pero lo último que necesitaba Clara eran sus supuestas soluciones. Ella consideraba que sabría cómo hacerlo y no podía soportar sentirse tratada como una niña a la que le solucionan la vida. Pensaba que esa actitud era una manera de ejercer poder sobre ella y no verla como a una igual.
En cierta medida, estaba en lo cierto, ya que Enrique siempre se había sentido obligado a ser quien resolvía los problemas. Con esa identidad, trataba, inconscientemente, de alejarse de la figura de su padre, al que le consideraban un incapaz que nunca ayudó realmente a su madre.
Era habitual que Enrique buscara a Clara durante la noche después de una discusión, como si en el encuentro cuerpo a cuerpo quisiera estrechar la distancia que se estaba abriendo entre ellos. Desde el principio se habían entendido muy bien en ese terreno, pero ella había comenzado a dudar si podrían entenderse en otros que también era muy importantes para ella, y si ahí se encontraba la razón de su falta de deseo.
Si se desea mantener una escucha efectiva, se necesita la madurez psíquica suficiente como para tener ciertas dosis de humildad. Es fundamental admitir los errores y pedir perdón por ellos.
Conviene hablar con el otro en el caso de no sentirnos escuchadas.
Interesarse por el otro es fundamental para escucharle, pero es necesario mantener una cierta distancia que permita a ese otro no sentirse invadido por opiniones y consejos.
Cuando algo de la pareja molesta, conviene hablarlo. En caso contrario, se acumulan reproches y después no se querrá escucharla.
El que sabe escuchar basa su relación en la igualdad y la reciprocidad. Cree que el otro tiene cosas que decir, al igual que él. Porque quien sabe escuchar, sabe escucharse.
Clara y Enrique no podían acceder a algunos conflictos que les hacían difícil una escucha activa y plena de lo que el otro les quería contar. De hecho, a Clara le sería mucho más fácil escuchar a Enrique si fuera capaz de reconocer que, tras sus legítimos deseos de ser escuchada, se encontraba la búsqueda de compensar la desvalorización que sintió desde niña por parte de su padre. También sería más fácil para Enrique si él supiera que, tras su afán de proponer soluciones sin escucharla, se encontraba un intento de resolver una identificación: quería sentirse capaz de solucionar los problemas familiares.
La mujer busca un clima emocional donde expresar lo que siente sin ser censurada; donde nombrar sus sentimientos sin riesgos y sin dejar de ser valorada. El hombre, con frecuencia, se siente responsable de todo lo que le ocurre a ella, se siente acusado y puede llegar a actuar de forma paternalista. Es entonces cuando comienza a dar soluciones que a la mujer suelen no servirle. Le cuesta aceptar que es una igual a la que no hay que proteger. No hay que decirle lo que debe hacer, sino compartir su inquietud.
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