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Así fingen los hombres en el sexo... por Valérie Tasso

"Los hombres también pueden fingiry, de hecho, lo hacen. En menor medida que nosotras, sin duda, pero lo hacen. Y no se me ocurre más motivo para tan esforzada actuación que los mismos que nosotras esgrimimos"

Haz click en la imagen para descubrir las mejores películas para ver en pareja./cordon press

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Valérie Tasso
Valérie Tasso

Fingir tiene mala prensa . Atribuye a quien lo hace o bien la cobardía de no afrontar la situación, o bien la de manejarla para que le resulte ventajosa. Su núcleo reside, en cualquier caso, en el engaño. Pero hay situaciones donde fingir adquiere matices más benévolos. Si te ofrecen, por ejemplo, un regalo con las mejores intenciones y no te satisface, existe cierta legitimidad en aparentar agrado. Si tu hija pequeña se esfuerza en una tarea (un pastel de chocolate, por ejemplo) que finalmente resulta infructuosa (el pastel es incomestible), está mejor visto decir que te ha gustado que recriminarle su torpeza. Y así, mil situaciones más. Y sí, en el sexo, también funciona lo de fingir como mentira piadosa.

¿Por qué ellos no se suelen sentir legitimados para hacerlo?

Nosotras hemos utilizado tradicional y ocasionalmente el recurso de fingir nuestro gozo , nuestra excitación o nuestros orgasmos básicamente porque hemos entendido el sexo de nuestra pareja como una donación (un regalo o un juicio que solo espera aprobación) a la que hay que saber responder. También lo hemos hecho porque no teníamos más remedio (despreciar la “ virilidad” en su torpeza era como meter la cabeza en la boca del león).

Hoy, sin embargo, nos hemos ganado el derecho a fingir por mejores motivos. Lo que nos legitima, o al menos eso creemos, es hacerlo por dos motivos fundamentales: no ofender a nuestra compañía sexual o dar por concluido un encuentro que no acaba de enloquecernos. Y si lo hacemos ocasionalmente así es porque, además de sentirnos moralmente legitimadas (somos condescendientes y altruistas), somos capaces de hacerlo. Nuestra respuesta sexual es opaca hasta para un amante avezado y desde el deseo a la excitación o el orgasmo pueden ser fingidos… Basta un poco de actuación, basta un poco de teatro.

Sin embargo, siempre hemos entendido que ellos no gozaban de ese “privilegio”. Ni su código moral influido por la virilidad del guerrero que tiene que culminar a golpe de eyaculación la batalla, ni su presunto egoísmo en la obtención de su objetivo, ni su visible y ostentosa respuesta sexual que exige erecciones evidentes y explícitas eyaculaciones, parecían facilitarles interpretar lo que no había.

Resolver, de manera cariñosa, algo que se eterniza

Los hombres también pueden fingir y, de hecho, lo hacen. En menor medida que nosotras, sin duda, pero lo hacen. Y no se me ocurre más motivo para tan esforzada actuación que los mismos que nosotras esgrimimos: no lastimar al otro y dar por resuelto ya, de manera taxativa pero “cariñosa”, algo que se eterniza. Y es que ellos también pueden saber o haber aprendido algo muy discutible: que el grado de satisfacción que experimenta uno va a ser una medida del afecto por quien se lo ofrece. La afilada amenaza de un “ya no me quieres” (en su espinosa versión “ya no me deseas”) es demasiado taxativa como para afrontarla. Y es, además, en infinidad de ocasiones, tan polémica como falsa.

La afilada amenaza de un "ya no me deseas" es demasiado taxativa para afrontarla"

Pero, ¿cómo pueden hacerlo? ¿No son evidentes la excitación y el orgasmo? Cuando Andrés llegó a mi consulta, su nerviosismo y ansiedad se incrementaban a medida que intentaba explicar su caso. Mientras lo escuchaba, pensé en problemas relativos a la eyaculación pero, poco a poco, la bruma se disipó. Andrés fingía entre ocasional y recurrentemente con su pareja. Su azorada explicación se debía a que a un hombre, por esa especie de código samurai del sexo, le cuesta explicar que él “tiene” que fingir, y más en una sociedad que reclama rendimientos en el terreno sexual, magnificaciones en los orgasmos y horas de performance cuasi pornográfica.

El gran aliado para que un hombre simule un orgasmo es, obviamente, el preservativo. Un habilidoso juego de manos en la retirada tras el llegar al clímax, seguido del reservado protocolo habitual para deshacerse de él, es su mejor aliado. Andrés había utilizado ese truco con relativa frecuencia en esporádicos encuentros sexuales pero, con su pareja no le servía, pues la “chistera del mago” no la empleaba con ella. Así que buscó otro: los orgasmos sin eyaculación. La convenció de su habilidad (por otra parte posible) para poder sentir ocasionalmente poderosos orgasmos exclusivamente prostáticos. ¿Y con la erección? En el caso de Andrés, no había demasiados problemas; su pareja solía excitarle y si no, ya se montaba él la película para mantener, aunque fuera un ratito, el sable desenvainado. En cualquier caso, todas sabemos, o deberíamos saber, que la erección es un proceso puramente mecánico que no es sinónimo de excitación. Un simple incremento de temperatura térmica en el pene surte ese efecto eréctil. Y si falta, siempre nos quedará la farmacología (una oportuna pastillita y la erección, que no la excitación, está prácticamente garantizada).

A vueltas con lo que no es normal

Así, al aclararse la charla, la preocupación de Andrés estribaba exclusivamente en la “normalidad” de su comportamiento y en algo que se espera de una sexóloga pero que, en absoluto es nuestro cometido: un juicio moral sobre si “hacía bien o no”. A Andrés, en su primera preocupación, le tuve que decir la verdad (o fingir, solo un poco): que sí, que su comportamiento entraba dentro de una normalidad de pareja, que era una actuación masculina cada vez más en alza y que, en cierta medida, el hecho de que los hombres también lo hicieran podía hasta considerarse un logro social, pues con ello no dejan de manifestar una preocupación por el estado afectivo de su pareja hasta ahora innecesaria.

En la pareja, fingir implica una comunicación insuficiente, pero también un modo de paz social".

Una sociedad afectiva no puede apoyarse en el engaño, pero tampoco vivir sin algo de él. Pero fingir en una pareja, por más que el motivo sea respetable y legítimo, implica radicalmente y de partida, no lo podemos olvidar, una comunicación parcheada. Una comunicación insuficiente en recursos y en voluntades. Pero también, un modo no traumático de establecer la paz social. No conviene tampoco olvidar que de comunicaciones siempre francas, presuntamente inequívocas y embriagadas de sinceridad, también tenemos las consultas llenas.

Si ya es difícil que dos seres humanos se entiendan, más difícil es que se entiendan dos sexos. Las ambigüedades, los dobles sentidos, las concesiones, todos ellos en forma de fingimiento, suelen ser mucho más frecuentes de lo que pensamos y abarcan muchos más ámbitos que la mera interacción sexual. Así que a la pregunta sobre si pueden los hombres fingir en el sexo, habría que decir que sí. Y a la de por qué tendrían que hacerlo, deberíamos respondernos nosotras mismas... ¿Cosas de la necesaria igualdad?.

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