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¿Cómo decirle que no quieres una relación seria, sólo quieres sexo?

No necesariamente tenemos que amar ni de lejos a alguien para interactuar sexualmente con él, pero sí debemos tener claro que hay “algo” y ese algo es erotismo

Valérie Tasso
Valérie Tasso

Ya Freud señalaba que una de las mayores dificultades con las que la condición humana tenía que lidiar, además de ser sexuado y de morirse, era con el estar dotado de lenguaje. Y no sólo por lo que el propio lenguaje en sí supone, exige y construye en torno a ese animal que se tiene que “sujetar” gracias a él, sino en cuanto que es el elemento propio de la comunicación entre sujetos que para mantenerse sujetos tienen que relacionarse con los que son como él. Su ambigüedad, sus dobles sentidos, las posibilidades infinitas que otorga para mentir, sus estrategias de manipulación y su falta de exactitud hace que, hasta las palabras más concretas y específicas que utilizamos (un “no”, por ejemplo), siempre puedan contener un algo más implícito, una ristra de significados que quedan abiertos, un cúmulo de posibles alternancias en la comunicación (sirva de ejemplo esa máxima comercial que reza algo así como; “un “no” es siempre el principio de una negociación”). Pero esa particularidad en nuestra forma de comunicarnos es la que hace que el lenguaje humano sea exclusivamente humano y no un simple “activador” (como, por ejemplo, las señales bioquímicas del celo de un mamífero) que exige una respuesta inequívoca. Hasta los planteamientos post y transhumanistas, esos que propugnan el objetivo de la mejora de lo humano hasta su perfección (o sobrepasarlo hasta la aniquilación) a través de antropotécnicas que incluirían desde la alteración genética hasta la inteligencia artificial y la robótica, suelen tener en sus objetivos la supresión del lenguaje para conseguir otros tipos de comunicación sin la medicación de las palabras (de tipo tal vez telepático), sin ambigüedades ni sobreentendidos, al modo que lo hace el lenguaje binario de las máquinas.

Una utopía que ya, por ejemplo, Orwell reflejó como la más trágica de las distopías. Sea como fuere, el “diálogo de besugos” es algo con lo que tenemos que enfrentarnos cientos de veces al día; cuando digo algo, ¿es eso realmente lo que quiero decir?, cuando el que me escucha recibe lo que le digo, ¿entiende eso mismo que ni yo sé exactamente lo que le quiero decir? Una de esas situaciones se produce cuando, después de conocer a alguien, te lo quieres (posiblemente) simplemente follar y ese alguien entiende (posiblemente) que lo que quieres es establecer un idilio con tarta de bodas y todo.

¡Ojo con la “elección” erótica! Siempre puede subyacer algo más…

Así que más o menos tenemos una situación como la que sigue; has establecido con alguien una relación agradable de “folleteo” pero el otro o la otra empieza a dar síntomas de que entiende esa relación como algo más aposentado en el amor que en lo puramente hedónico…. En medio, las intenciones, el lenguaje y la comunicación hacen de las suyas. Pero vayamos al principio del embrollo; tú tienes muy claro lo que quieres (tener sexo) y lo haces explícito de una manera concisa (“sólo quiero sexo, no establecer una relación a largo plazo”). Y la primera duda nos asalta; ¿seguro? Algunas veces sí, pero otras no. Cuando tenemos sexo con alguien, por mucho que nos parezca que nuestra finalidad es solo esa, siempre subyace, un vínculo de prioridad que ha hecho que, en ese momento, nuestra pareja sexual sea esa y no otra.

Ese “subyacer” electivo, y ya tenemos con eso el lío armado, puede ser entendido por el otro como una simple posibilidad pero también como una real manifestación (basta que queramos entender algo para que todo nos indique que ese algo se confirma) que nosotras queremos reprimir (y si topas con alguien “muy seguío” o con un temido trastornado por erotomanía, ya le puedes dar dos patadas implícitas y explícitas que sólo se reafirmara en su errónea creencia). Pero, lo importante es que sepamos, por clara que tengamos las cosas, que ese “subyacer” siempre está ahí y que puede ser entendido (malinterpretado) por el otro, con lo que conviene, antes de encamarse, saber valorar las estructuras psíquicas y las intenciones del que nos vamos a llevar al buche. ¿Quiere eso decir que siempre detrás de una elección erótica hay amor? No, quiere decir que siempre hay erotismo (en sus más “positivas” estructuras de concreción pero también, desgraciadamente, en las más “negativas”). No necesariamente tenemos que amar ni de lejos a alguien para interactuar sexualmente con él, pero sí debemos tener claro que hay “algo” y ese algo es erotismo (las ganas, el impulso, el deseo y la avidez de vincularnos a ese otro de algún modo). Una vez y durante la interacción, tampoco hay que olvidar que le ofrecemos a ese otro, por más que una esté más trotada que una cebra en la sabana, algo exclusivo, nunca público (ni aun siendo actriz porno) y siempre resultado de nuestra elección… Le ofrecemos el privilegio del secreto, y se lo ofrecemos a él o a ella y no a otro (y eso es lo que hace el amor; priorizar, jerarquizar lo que damos a unos frente a los demás). Motivadas por los misterios del deseo erótico, le estamos diciendo (y nos lo hemos dicho nosotras antes) “de todos con los que podría estar, estoy contigo”. La potencia de este mensaje (unida a la confusión comunicacional que hablábamos y a los intereses del otro), no debemos nunca olvidarla.

Un embrollo ético

Así que cuando nos asalta la inquietud de si se nos entenderá bien cuando lo que manifestamos es que sólo queremos sexo, debemos tener varias cosas claras; que no está tan claro nunca que yo sólo quiera sexo, que lo que subrepticiamente (pero de manera muy clara) estoy mostrando es que ha habido una elección de partida (que puede ser interpretada como amor) y que si no queremos lastimar al otro o sacarle el tuétano, puede darse el caso de que nos metamos en un embrollo ético. Frente a la posibilidad de esta problemática, hay pocas vías que la eliminen por completo, pero conviene insistir en algunas. Por ejemplo, además de tener un buen “ ojo clínico” en la elección del “ partner”, elegir bien el contexto; si estás o te relacionas en un contexto donde todo el mundo “va a lo que va” (por ejemplo, en una orgía, con tu pareja en un local liberal…), los riesgos de una mala interpretación se minimizan, mientras que, por el contrario, mientras una se aleja más de un contexto explícitamente erótico para “cazar” a su presa, el vínculo tendrá cada vez una mayor ambigüedad de partida. Lo segundo es ser honesta, sincera y explícita en la medida de lo posible con tus intenciones. Todas sabemos que, a según quién, si le haces un mimito o una promesa espuria, te lo llevarás o volverás a llevártelo al catre sin mayores dificultades… Y aquí entra la ética; si utilizas al otro como un medio (para tu autosatisfacción) y no como un fin en sí mismo (teniendo en consideración su malestar), vas a propiciar de manera intencionada que se incrementen la confusión, la angustia y el conflicto. Si esas dos premisas se cumplen de la mejor manera posible, no es que aseguremos el evitar la confusión y el daño pero minimizaremos mucho el riesgo. A partir de ahí nos queda, cuando se desea, el asumir, desde la madurez, el sentido común y la empatía, el riesgo de meternos en un lodazal… Y es que hay polvos que merecen algunos lodos.

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