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El mito del “empotrador”

Su denominación de “empotrador” viene de que sus “virtudes” en el “ars amandi” se asocian, de manera errónea, con la capacidad de satisfacer el ansía de la pareja.

Hay un chiste al que suelo recurrir con cierta frecuencia. Es el del misionero que va predicando por la sabana cuando, de repente, topa con un león hambriento. En su huida cada vez más frenética, el pobre predicador tropieza con una rama y cae al suelo. Ante la inminencia de las fauces del felino, se encomienda a Dios; “¡Por favor, Dios mío, haz al león piadoso!”. Inmediatamente el león se detiene y observa con curiosidad al misionero, mira al cielo y con aire solemne pronuncia unas palabras; “Bendice, Señor, los alimentos que vamos a tomar…”

Y es que una cosa es ser un buen tipo y otra ser piadoso, y una cosa es no hacer daño y otra muy distinta saberse de memoria las fórmulas exculpatorias por el daño que se hace. O, lo que es lo mismo; una cosa es ser alguien auténtico y otra ser un farsante que sabe (o cree saber) cómo dar la apariencia de lo que se debería ser, pero que no se es ni por el forro de los pantalones. En la fauna de la selva, la impostura es poco frecuente entre los depredadores, en el parque humano lo frecuente es la impostura. Es lo que, en zoología, se denomina como mimetismo batesiano; simular un poder que no se tiene… La mariposita que simula ojos enormes detrás, la serpiente que simula con su color una toxicidad que no tiene, la mosca que simula ser una avispa, etcétera. En nuestra particular fauna erótica, ese peculiar mimetismo del macho alfa suele dar dos variantes; los corderitos con piel de lobo (por ejemplo; músculos, dientes blanqueados, pieles bronceadas y hasta buenas cuentas corrientes pero luego puro cartón), o el hijo de la grandísima puta (que simula dominar la situación pero que en realidad es un tío violento incapaz de nada más que romper la baraja). Entre estos dos, y cargado de autenticidad, una figura de referencia; el mal llamado “empotrador”.

¿Cómo es un “empotrador”?

El “empotrador” es alguien que lleva a su más exquisita perfección la erótica de la sacudida. “Sacude”, en el sentido metafórico de que agita trastocando tu sentido y, en el sentido literal, te mueve porque sabe llevarte en el baile. Su denominación de “empotrador” (ya se sabe, lo de incrustar en algo de forma contundente) viene de que sus “virtudes” en el “ ars amandi” se asocian, de manera errónea, con la capacidad de satisfacer el ansía del elemento pasivo de ser “ perforado” como si de una taladradora sobre hormigón armado se tratase.

Así, un “empotrador” sería aquel que empuja con ganas, fuerza, resistencia y velocidad durante un coito y que, además, tiene capacidad para hacerlo, pero claro, eso es una metáfora y una metonimia (no muy lograda, por cierto), pues el verdadero “empotrador” es capaz de hacer eso cuando es eso lo que hace falta hacer y no por costumbre, y su sentido va mucho más allá de esa particular forma de abordar (de embestir) el coito, pues su verdadera capacidad es la de “ moverte”, la de “ sacarte de ti misma”, la de arrebatarte en eso de dejarte llevar. Lo de empujar mucho y seguido está al alcance de muchos (de la mayoría), lo de raptarle a una gustosa, eso ya es cosa de elegidos.

Los puntos débiles del “empotrador”…

Así que corrijamos el primer desliz; un “picapedrero” no es casi nunca un amante ideal. Normalmente, y si escuchan los consejos de esta loba vieja, un exceso de vehemencia en el coito puede indicar (además de una pesada molestia para el cuello del útero) dos cuestiones; que le cuesta al interfecto retener la eyaculación o bien que está celoso (o paranoico o estableciendo comparativas o, en cualquier caso, está inseguro de sus virtudes). Lo primero, y a poco que se haya trotado un poco, es conocido; un hombre retiene con mucha más facilidad la eyaculación con frotamientos rápidos, contundentes y seguidos que introduciendo el pene con suavidad y “disfrutando” del recorrido (algunas “proezas” del porno son más bien recursos), y lo segundo es que por la curiosa conformación del pene (que actúa en forma de émbolo en una cavidad como la vagina) y las conductas asociadas a ella, parece que hay estudios que demuestran que, inconscientemente, el varón que se cree engañado o cree que su “partner” ha copulado hace poco con otro, tiende a incrementar el ritmo de sus embestidas (para “vaciar” cualquier vestigio de competencia). Segundo desliz; el llamado “empotrador” tiene que tener su correspondiente femenino, pues esto de sentir irresistible atracción por el que te conduzca, te transporte o te trastoque alguien con más horas de vuelo que una comandante de Lufthansa no es sólo cosa de mujeres. A ellos les pone y mucho topar con alguien que les den más vueltas que una peonza y que acaben centrifugados y sin saber ni por dónde sale el Sol… Y lo de la “empotradora” (o “empotrable”) no explicaría ni de lejos sus presumibles cualidades.

Pero, de vez en cuando, nos gusta ser comidas por un león… (¿para qué vamos a mentir?)

Sea como fuera y a modo de corolario; aunque a estos tiempos de la pulcritud, la limpidez y los “besitos” les moleste, a nosotras, de vez en cuando, la imagen de un “empotrador” nos enciende más que un brasero, vamos, que si somos la que corremos por la sabana, no vamos a intentar convertir al felino ni ponerle un babero, sencillamente porque, de vez en cuanto, nos gusta ser comidas por un león…

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