vivir
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El tartazo en la cara, el resbalón con la piel de plátano, la bofetada que hace girar al agredido sobre su propio eje o el diálogo incoherente y/o escatológico son recursos habituales del payaso para inducirnos a la risa. Y funcionan, vaya que si funcionan. Pero, ¿qué tienen en común esas situaciones? Una cosa muy concreta: en el fondo, lo que nos producen es inseguridad; constatar lo vulnerable que es nuestra situación, su fragilidad, y comprobar lo cerca que estamos de que se fracture un entorno que creíamos fiable, seguro.
Todas esas situaciones rompen nuestra esfera de confort o seguridad, ya sea por su violencia (la caída, la agresión o el estropicio) o porque trastocan nuestro orden moral de convivencia con palabras inapropiadas o soeces.
Frente a ese cortocircuito, reírnos es una manera de salir de la parálisis que la situación nos produce. Un principio de la palabra, una apelación a reintroducir la serenidad en algo que ha dejado de ser seguro. Y es que la risa –y lo saben bien quienes estudian el tema–, es en su origen una reacción agresiva frente a lo que perturba nuestra seguridad. Mostramos los dientes con la boca bien abierta, del mismo modo que un lobo o un león advertirían a su contrincante cuando la situación les amenaza.
El sexo todavía se percibe con demasiada frecuencia, especialmente por las mujeres, como una amenaza. Solo en algunos ámbitos establecidos podemos hablar de ello sin sentirnos amenazados: por ejemplo, en la intimidad de nuestra pareja o en la consulta de un sexólogo.
Pero fuera de esos ámbitos, de esas áreas que nos procuran serenidad sobre algo que todavía nos perturba, solemos recurrir a una particular manera de poner freno, de detener lo que nos incomoda: la risa tonta. Esa risita del sonrojo, cordial y normalmente poco conflictiva, se trata en realidad de una manera de decirle al otro: “No sigas por ahí. Mejor cambiemos de tema”.
Pero la risa tiene muchos matices, no es lo mismo una risotada que una sonrisa. Fue el filósofo Karl Jasper quien daba un giro de tuerca al asunto, al constatar que la ironía, y con ello la activación más o menos ostentosa de nuestra capacidad de reír, emergía cuando en una misma situación se confrontaban lo trascendente con lo mundano. Por ejemplo, una ventosidad involuntaria en un momento de máxima solemnidad; o el retoque artístico hasta el adefesio de una imagen divina...
Lo humano y su corporalidad, conviviendo con lo inmaculado y etéreo de lo más sagrado y trascendente en irónica cacofonía. Hace años, el humorista gráfico Chumy Chumez lo resumía bien en una viñeta: un campesino observa extasiado un sublime amanecer y piensa: “Qué bestia soy, un amanecer tan bello y yo con este hambre”.
En el sexo, en su decir pero también en su hacer, se dan todos esos factores. Lo trascendente del éxtasis frente a la carnalidad más mundana; el arrebato místico confrontado al cuerpo… Y es que el sexo es un hecho trascendente (aunque queramos convertirlo en un simple pasatiempo lúdico, porque quitarle su trascendencia es desmenuzarlo e imposibilitarlo) que hacemos con algo tan inmanente y terrenal como nuestra propia carne.
Pero hablar de ello siempre conlleva –incluso en estos tiempos de hípernormalización y sexualización de todo–, la subversión de abordar algo que tradicionalmente ha sido prohibido, ocultado, reprobado o sancionado moralmente hasta en su más mínima expresión. Algo que, fundamentalmente para nosotras, sigue siendo una situación incómoda y que, sobre todo para ellos, puede convertirse en un motivo de burla y de escarnio.
Que el sexo puede representar una amenaza para todos es un hecho cierto. Si hiciéramos un ranking de los temas más populares en los chistes, sin ningún género de dudas ocuparía el primer lugar; y, dentro de este, todas aquellas situaciones que hacen referencia a los cornudos y sus circunstancias, seguidas de las dificultades sexuales más comunes. Y digo cornudos porque la amenaza de la infidelidad es todavía más graciosa cuando el sujeto paciente es un hombre. No porque así lo sea en realidad, sino porque, en una sociedad patriarcal, todavía nos resulta más absurdo y subversivo. Que se cuestione su virilidad, la pérdida de ascendencia sobre su propiedad es todavía más chistoso que a la inversa. Que sea la mujer la engañada aún no nos hace tanta gracia; las cornudas no tienen tanto éxito en esas tragicomedias del chiste, sencillamente porque engañar a una mujer ha sido tradicionalmente aceptado, no es una realidad suficientemente trágica ni subversiva.
El sexo (y también el humor) es, probablemente, el mayor valor que tenemos en cuanto humanos, pero es un valor problemático. Quizá por eso, pese a quien pese, todavía nos produce espanto o vergüenza. No quizá la sarta de tópicos y lugares comunes que se expresan hasta el infinito, como una coplilla manida, pero sí la radicalidad de lo que significa. Por eso, se nos suele escapar la risa tonta o la risotada a poco que aparezca en la conversación. Una risa tonta de rubor que, como el colorete en las mejillas, indica desasosiego por tocar algo que no debería tocarse. O una risotada zafia y estruendosa que, como los gritos, muestra más el desconcierto que la aceptación de la situación.
Y es que sobre sexo (sobre lo que de verdad es y no es el modelo normativo que se nos pretende vender), nos cuesta hablar en serio. Y por serio, no me refiero a hacerlo de forma afectada, pretenciosa o incomprensible, sino que me refiero a hablar “de verdad”, con propiedad y sentido, con el rigor que exigiría algo sustancial que nos conforma y sobre lo que sabemos muy poco (muchísimo menos de lo que creemos), pese a que no dejamos un minuto –mujeres y hombres– de hablar sobre él y en su nombre.
Y parloteamos, mujeres y hombres, sobre sexo del mismo modo y con la misma frecuencia… Hasta que nos asalta la risa tonta o la carcajada sobreexcitada, propia de la inquietante fase eufórica del melancólico. Aquella risa triste del payaso, que intenta sobreponerse inútilmente a lo que de verdad existe: un hueco que no somos capaces de rellenar. Tiene gracia todo esto, ¿no? O quizá no tanto y no acabemos de verle el chiste...?
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