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Cuando tener un amante se convierte en rutina

¿Por qué lo hacen? ¿Es un secuestro emocional, una traición, un sacrificio o una adicción a la fantasía romántica? Cuatro mujeres nos cuentan por qué eligen vivir sus amores en la clandestinidad.

Mujerhoy .
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Parecen el reflejo de una España antigua, en la que no había divorcio ni libertad sexual y la pasión se refugiaba en las radionovelas y los tangos. Hoy, cuando la infidelidad es un secreto a voces y ya nadie vive el matrimonio como una cárcel, la figura de “la otra“ sigue vigente, pero ya no es el fruto (o no siempre) de una sociedad reprimida. Muchas son grandes historias de amor en la sombra.

La infidelidad goza de buena salud en España. Nuestro país es, según Ashley Madison, la agencia de contactos que saltó a la fama por utilizar una imagen de la reina Sofía para publicitarse, el más infiel de cuantos se han encontrado en la expansión de su, al parecer, boyante negocio: en España, dicen, disponen de una cartera de 800.000 clientes, hombres y mujeres. Quizá no deberíamos sorprendernos: varios estudios han ido mostrando en los últimos años que al menos un 37% de los hombres y un 35% de las mujeres habían sido infieles alguna vez a sus parejas. Pero los expertos apuntan incluso a más de la mitad (el 52% de los hombres y el 48% de las mujeres) y unfaithful movieque la cifra va en aumento. Y, contra todo pronóstico, son las mujeres las que más partido le sacan: se sienten más guapas y equilibradas psicológicamente, y se preocupan más por su aspecto, mientras que ellos lo viven con culpabilidad y el esfuerzo para ocultar su doble vida les hace verse con más arrugas, según un informe de una firma italiana de cosmética.

En los últimos dos años, las páginas de intercambios en internet se han multiplicado y, sobre todo, los foros en los que los infieles se confiesan sin tapujos. Sin embargo, frente a este alegre mercadeo de canas al aire, hay otras historias de larga duración, que son pasiones amorosas reales, románticas y, en muchos casos, dolorosas. Ellas encarnan a la melodramática figura de “la otra”.

Aunque parezca increíble en una sociedad que idealiza la monogamia, hay más personas de las que imaginamos, atrapadas o voluntariamente instaladas en dos parejas, dos camas y dos vidas a la vez. Son amores clandestinos, pero tan sólidos y duraderos como los oficiales. Hemos hablado con cuatro mujeres que han convertido un amor imposible en la pasión de su vida. Todos los nombres del reportaje son ficticios y sus datos personales han sido desfigurados, sin traicionar la verdad de su relato y sus circunstancias.

Concepción, 42 años

Lleva más de 20 años casada y es madre de dos hijos. Tiene un amante desde hace una década.

Conocí a Juanjo, cuando acababa de cumplir 32 años. Llevaba 10 de matrimonio. Mi hija tenía seis años y el pequeño, año y medio. Mi vida de pareja con Agustín, mi marido, era sólida, organizada y cómoda. Y también agradable. Había complicidad y nos gustaba el mismo estilo de vida. Teníamos muchos amigos, una casa preciosa a las afueras, viajábamos con frecuencia... Éramos la viva imagen del éxito. Mi trabajo me apasionaba y me ocupaba mucho tiempo. Y entonces, Juanjo apareció como un huracán. Nos conocimos en un congreso. La atracción fue mutua e instantánea, pero tardamos unos meses en acostarnos. Cuando ocurrió, me sentí eufórica. Llevaba tanto tiempo en pareja que tuve la sensación de no haber sentido nunca nada tan fuerte.

Él me llevaba 20 años. También estaba casado y tenía dos hijos. No sentí culpabilidad; al revés, con él volví a sentir la emoción de la seducción, el placer y el deseo sexual de los 20. Juanjo era alegre, un poco protector y me miraba y me escuchaba con ternura e interés. Justo lo que yo necesitaba: mi vida perfecta había empezado a parecerme gris. “¿Esto es todo?”, me preguntaba. Dos años después de nuestro primer encuentro, me dejó. Me quedé destrozada. Habría estado dispuesta a mandarlo todo a paseo, pero no me daba cuenta de que aquella euforia era una fantasía, y de que no habría sobrevivido sin Agustín y sin mis hijos. Gracias a ellos y a mi trabajo salí adelante.

Pasé años deprimida. Mi marido nunca dijo nada, aunque creo que se dio cuenta. Y yo mantuve la boca cerrada. A Juanjo me lo seguía encontrando en congresos y reuniones y alguna vez volvimos a acostarnos. Tres años después, le llamé, solo para charlar, y nuestra historia volvió a empezar. Me pidió perdón, pero me dijo que no debíamos pisar el acelerador. Comprendí que había pedido demasiado, que me había salido demasiado de la realidad, y decidí no cometer los mismos errores. Además, me daba cuenta de que no estaba tan dispuesta como creía a abandonar mi vida –el vínculo, la cotidianidad confortable–, aunque la pasión hubiera pasado.

Juanjo despierta en mí una parte que en lo cotidiano permanece aletargada, una alegría y un entusiasmo que tienen que ver con la juventud. Con él me parece que mi vida no solo es un escaparate y que todo tiene sentido. Aunque no me siento orgullosa. Nunca imaginé que las cosas serían así. Me casé enamoradísima de mi marido y creo en la fidelidad. A veces, mi cabeza es un caos. Pero entonces me digo que estoy viviendo una gran historia de amor, que es como un regalo, y lo acepto.

No es como se supone que debe ser: a la vista de todos, “oficial”. El problema es que es difícil que lo “oficial” preserve la frescura y el ardor. La vida diaria lo va a agotando, aunque al mismo tiempo supone la estabilidad que todos necesitamos. Pienso que ambas cosas son amor. De alguna manera, Juanjo es el hombre de mi vida, pero también lo es Agustín. Ahora ya no estoy deprimida. Sin él, sin nuestra casa, sin nuestros amigos y nuestros hijos, creo que me habría vuelto loca”.

Mónica, 48 años

Casada desde hace 29 años, con dos hijos. Tiene un amante desde hace 23 años.

“Puedo decir, sin lugar a dudas, que he sobrevivido gracias a mi amante, Javier. Nuestra relación es como una burbuja de felicidad, es lo que de verdad me hace amar la vida, lo que me da oxígeno. Nuestras citas, nuestra complicidad y esas noches que hemos pasado juntos, fuera de la realidad y del mundo son lo que me han ayudado a vivir. Mi marido sufrió un grave accidente de coche hace años y tuve remordimientos. Pero enseguida me di cuenta de que, gracias a mi relación con Javier, yo podía ser fuerte y cuidar de él y de mis hijos. Con él me siento más mujer. Todo me apetece. Me permito ser más ligera, más libre, más frívola, como la adolescente que fui. Solo con él siento de verdad placer, seguramente porque me olvido de todo, de las normas y de las convenciones.

Tras el accidente de mi marido, pensé romper con él. Nuestra relación también había entrado en una rutina. Él tenía aventuras, y a mí me daba cada vez más igual. Pero esa tarde en que quedé para despedirme, sentí que eran precisamente él y la clandestinidad que rompía con lo cotidiano, con la rutina del día a día, los que me ataban a la vida, y me daban un poco de felicidad. Que mi amante era, de alguna manera, la roca que me daba estabilidad. De verdad supimos que lo nuestro era algo profundo, que era amor. Hoy mi marido está bien y nuestra vida familiar ha mejorado. Pero Javier siempre estará ahí. No hemos querido formar una pareja “clásica”. Él está muy escarmentado del matrimonio tras un divorcio desastroso. Y yo quiero a mi marido, me gusta la vida que hemos construido, a pesar de tantas dificultades. Pero también me gusta el secreto que comparto con Javier, y que haya durado tanto en la adversidad como en la alegría”.

Elena, 55 años

Soltera, amante durante 30 años de un hombre casado ya fallecido.

Conocí al amor de mi vida con 15 años. Lo supe desde el primer momento. Me llevaba 13 años, estaba casado y tenía hijos. Solo se le conté a mi hermana, que me dijo que era una chiquilla y que aquel amor platónico era una fantasía adolescente, aunque peligrosa. Pensó que se me pasaría en cuanto conociera a un chico de mi edad y me abriera al mundo. Pero no. No era una chiquillada. Estaba convencida de que acabaría convirtiéndome en su amante. Y así sucedió, meses más tarde. Esta vez no se lo conté a nadie.

Hoy, casi 40 años después de nuestro primer encuentro, cuando él ya no está en este mundo, sigo sin arrepentirme, a pesar de que nunca dejó a su mujer por mí, y de que yo casi me volví loca en algunos momentos. Fue cobarde, me mintió, me traicionó. Le esperé en vano tantas veces, me sentí tan desesperada... No tuve hijos, no me casé. Muchas veces, mis amigos me dicen que he destrozado mi vida por su culpa, pero yo pienso que tuve suerte. Nunca compartí la vida cotidiana con él, pero creo que me dio los mejores momentos de su vida. Nuestros encuentros eran muy emocionantes, nos reíamos mucho. Yo era la única que le conocía sin máscara. Le abandoné muchas veces e intenté rehacer mi vida. Vivíamos en una ciudad pequeña, siempre al acecho de las habladurías y decidí marcharme. Pero siempre volvíamos a encontrarnos. Nos escribimos cientos de cartas de amor, que aún conservo y releo entre lágrimas y risas. Guardo todas sus notas, las fotos, objetos sin importancia que compramos o recogimos en nuestros encuentros. Un mundo entero en una caja, que solo tenía sentido para él y para mí.

Siempre le perdoné, pero no me siento una víctima. Y eso que intenté suicidarme cuando me enteré de que iba a ser padre por tercera vez, cuando me había jurado que ya no mantenía relaciones con su mujer. Fue nuestra ruptura más larga. Duró dos años. Y, cuando nos reencontramos, el mundo siguió girando en torno a él y brillando como antes. Me aterraba la posibilidad de perderle para siempre. Sus cartas de amor eran mi alimento. Solo era capaz de vibrar con él y me conformé con saber que formaba parte de su vida, aunque fuera en la sombra. Claro que intenté tener una pareja “normal”, casarme y tener hijos. Pero aquellas relaciones que nunca llegaban a nada no me hacían feliz. Sentía rencor hacia ellos, porque estaban dispuestos a darme lo que mi amante no me daba.

Yo prefería nuestra historia clandestina, apasionante y sincera, a esas relaciones tan convencionales. Yo no quería una vida “como Dios manda”, solo quería estar enamorada. Me parecía que le era infiel cuando me acostaba con otro. Cuando supe que estaba muy enfermo, preferí seguir en la oscuridad y acostumbrarme a no verle más. Ahora que ha muerto, sigo pensando en él en secreto. Ya sé que es el único hombre de mi vida”.

Carmen, 37 años

Soltera y amante de un hombre casado durante 15 años.

“Yo tenía 22 años y fue un flechazo. A pesar de estar casado y con un hijo pequeño, me tiró los tejos con todo el descaro. Vivíamos en una ciudad pequeña y fuimos la comidilla durante años. Me pareció emocionante desde el primer momento, aunque pensé que se trataría de una aventura pasajera. Eso de ser “la otra” no se me había pasado por la cabeza. Pero lo que empezó como un coqueteo se convirtió en una pasión destructiva.

Aquella primera historia duró dos años, durante los cuales nos amábamos, nos abandonábamos, nos destrozábamos y volvíamos a correr el uno hacia el otro. Nunca dudé de su amor por mí, pero no podía evitar cierto resentimiento. Intenté tener una pareja “normal”: Rompí todo contacto con él, me casé y tuve dos hijos. Pero mi matrimonio acabó en divorcio. También el suyo. Y volvimos a encontrarnos. Pero entonces yo ya no quería compartir mi vida con nadie. Prefería ser libre.

Intenté amar a otros, pero era imposible: tuve que aceptar que nuestra historia nunca tendría fin, que necesitaba tenerlo en mi vida, aunque no de forma permanente. Tenemos caracteres incompatibles en la convivencia. Y, sobre todo, me he acostumbrado a quererlo “fuera de la norma”. Ese vaivén, ese ir y venir: encontrarse, despedirse, echarse de menos, esperarse, comerse a besos. Como en un tango o un bolero. Compartimos la esencia de la vida, a pesar de nuestras diferencias. Por eso será mi amante toda la vida. Nuestra historia no está hecha para la vida cotidiana, pero no por eso es menos amor”.

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