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Así ha cambiado el sexo

Ni sábanas de satén, ni fuegos artificiales, ni orgasmos instantáneos: el sexo en las pantallas ha dejado de estar idealizado. ¿Ha cambiado también en nuestras vidas?

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nerea pérez de las heras

En el primer capítulo de Euphoria (HBO), una áspera historia de adolescentes de clase media estadounidense que se drogan y van de acá para allá en bici dejándose la vida en el suburbio, un chico y una chica tienen su primer encuentro sexual en una fiesta. Él, tierno y tímido durante el cortejo y los preliminares, se transforma de repente en un depredador: como siguiendo un guion predeterminado, agarra del cuello a la chica y la estampa contra el colchón. Entonces ella le detiene, se incorpora y le comenta sosegadamente que, si quiere que lleguen a buen puerto, lo mejor es que se olvide de todo lo que ha visto en el porno. Empiezan de cero. En Fleabag (Amazon Prime), la protagonista parece estar haciendo la lista de la compra mentalmente en la mitad de sus encuentros sexuales, sucede también en The Bisexual y en Big Little Lies, sucedía en Girls… No hay nada más democrático que el amor, y el sexo–al menos en películas y series– es su máxima expresión física.

La ficción refleja la sociedad, pero también, como en un juego de espejos paralelos, influye en ella. En los últimos años es frecuente encontrar en series y películas escenas de sexo fallido, vacío, aburrido, decepcionante o, simplemente, torpe. Sexo en Nueva York fue una serie pionera en muchas cosas, también en la representación de relaciones sexuales sosas y frustrantes. Vienen a la cabeza muchos ejemplos a lo largo de sus ocho temporadas: aquel amante de Miranda que se duchaba inmediatamente después de acostarse con ella; aquel de Charlotte, un chico educado en Harvard al que le excitaba insultarla en la cama; y, por supuesto, las infinitas vicisitudes de Samantha: penes demasiado pequeños, penes demasiado grandes, semen de sabor desagradable... Nombre usted una experiencia sexual insatisfactoria o extraña: a Samantha le ha pasado. Atrás quedaron, por inverosímiles, esas escenas de sexo con sábanas de satén y placer estratosférico después de dos embestidas que hoy se nos hacen ingenuas (y un poco horteras). ¿Qué sucede? ¿En aquellos fuegos artificiales había poco fuego y mucho artificio? ¿Es que el sexo ya no es lo que era: la panacea, el mayor de los placeres, aquello por lo que merece la pena vivir, el final feliz, el mejor reclamo publicitario?

Deseo y representación

Para empezar, es posible que lo que suceda no es que el sexo esté sobrevalorado, sino que aquello que se ha venido planteando como universal solo funciona para unos cuantos, esa parte de la población que ha dominado el relato, esa que ha moldeado lo general a sus propios deseos... ¿Adivinan? Exacto: los hombres. “ Hasta los años 90, el sexo no se representaba en la ficción; se veía el beso y el resto te lo imaginabas, eso tenía sus ventajas –dice la crítica de cine Pilar Aguilar, autora de la recopilación de artículos Feminismo o barbarie (La Moderna, 2018)–. A partir de los 90 pasa lo contrario, hay sexo por todas partes. Al menos, un tipo concreto de sexo reducido a una actividad muy mecánica, muy ajetreada en el que se ha insistido tanto que ha acabado por pasar por la opción normal cuando no lo es. El relato audiovisual desencadena menos filtros críticos que el oral. A ti te dicen que una violación puede ser divertida y te echas las manos a la cabeza. En cambio, en el cine, lo hemos visto unas cuantas veces. Kika, de Almodóvar es un buen ejemplo”, explica Pilar Aguilar.

No es que el sexo esté sobrevalorado, sino que aquello que se ha planteado como universal solo funciona para unos cuantos: los hombres.

Ahora bien, ¿qué ocurre cuando movemos el eje del discurso y cambiamos el punto de vista? Por ejemplo, en una escena de la serie Heridas abiertas (Sharp objects, de HBO). La protagonista, interpretada por Amy Adams, y un detective (Chris Messina), alivian la tensión sexual que llevan arrastrando varios capítulos en el bosque. Ella, sencillamente, desliza la mano de él dentro de sus pantalones y después de algunos sutiles movimientos, llega al orgasmo. El encuentro se resuelve rápida y satisfactoriamente (para ella); los dos personajes están completamente vestidos y de pie, es lo opuesto a esas escenas de sexo apasionado de toda la vida en la que los implicados se comportan como martillos hidráulicos y sin embargo, es revolucionariamente fiel a la realidad. Lo que vemos en pantalla, señoras y señores, es una estimulación clitoriana, algo inusitado. La ficción conforma en gran parte nuestro imaginario sexual; es el relato al que acuden los jóvenes e inexpertos para hacerse una idea de qué esperar en la cama y en esta historia el mayor órgano de placer de las mujeres normalmente no está ni insinuado.

“En la línea de nuestra sociedad patriarcal, nos venden un sexo donde las mujeres son objetos pasivos y el coito es el fin último del encuentro, cuando los estudios de sexología nos dicen desde hace 40 años que el 90% de las personas con vulva necesitan de la estimulación del clítoris para tener un orgasmo”, dice Isa Duque, psicóloga, sexóloga y activista feminista comprometida con la educación sexual y afectiva. Quizá no hemos valorado el sexo en su justa medida porque nos hemos acostumbrado a mirarlo desde una perspectiva sesgada, minoritaria y, sobre todo, idealizada. Se repite la idea de que tener sexo es saludable, como limitar los carbohidratos y comer fibra. Lo avalan un millar de estudios. Por ende, parece no haber excusa para no tener mucho sexo. Por si fuera poco, el catálogo de aplicaciones para gestionar los deseos es muy amplio. Así, el sexo ha pasado de ser un imperativo conyugal a ser un imperativo social y hasta médico. Pero tanta presión y tanta expectativa combinada con el hecho de que el sexo mainstream solo es placentero para unos pocos, genera frustración.

Teatro del bueno

El sexo ha pasado de ser un imperativo conyugal a un imperativo social y hasta médico, pero tanta presión y tanta expectativa produce frustración.

Isa Duque y una compañera se encuentran inmersas en un proyecto en el que recogen experiencias de mujeres de más de 30 años. Y resulta que, una vez libre de fanfarronerías, la realidad es bastante parecida a esas escenas que relatábamos al principio. “En el contexto de la cama, sobre todo en las primeras citas, está lo que se cuenta y lo que se vive. Hay bastantes fiascos, mucho teatro —en una encuesta a pie de calle, el 95% de los/as entrevistados/as nos dijeron claramente que habían fingido alguna vez—, y también bastante insatisfacción. Acompaño a personas adolescentes y a personas muy mayores en los talleres. Esta frustración en la vivencia de la sexualidad ha existido siempre... También en la actualidad las mujeres tenemos más información y nos sentimos más libres, por lo que se hace más evidente esa incongruencia entre lo que nos venden y lo que realmente vivimos”. En definitiva: a veces un bostezo puede ser el gesto más honesto.

Lola —prefiere no dar su nombre real— es una mujer de más de 30, heterosexual y sexualmente activa, en una época, hasta hiperactiva: “Durante años usé aplicaciones para ligar, y el resultado era bastante cantidad, pero muy poca calidad. Me di cuenta de que me mantenía en este círculo más respondiendo a una inercia que a mis propios deseos. Decir que el sexo no está entre tus prioridades es muy impopular”, reconoce. Vivimos un momento en el que es más provocador manifestar desinterés hacia el sexo que colocar una mazmorra sadomasoquista en el trastero.

¿Lujuria o codicia?

Mariela Martínez Ramos, psicóloga y miembro de la Asociación Estatal de Profesionales de la Sexología, confirma que esa ansia acumulativa se da, sobre todo entre las personas menos experimentadas. “Creo que la cantidad está sobrevalorada. Hay una preocupación por hacer mucho y, a ser posible, de manera desafectada. Me parece un error de base reducir nuestra sexualidad al acto en sí, de ahí creo que viene la caída del ideal. Nos lo han vendido (y nos lo hemos creído) como una solución a todos nuestros males a la hora de entendernos con los partenaires”.

Mariela se refiere al sexo entendido como actividad cardiosaludable, aeróbica, y ese no llena tanto por mucho que se insista, es como esas tortillas dietéticas de arroz inflado o como una insulsa conversación de ascensor con un vecino: la afinidad y los afectos son imprescindibles para añadir sustancia al tema. Y, ha llegado la hora de decirlo, también el amor. “Veo que, tanto en las estadísticas como en la consulta, están más satisfechos quienes mantienen encuentros eróticos con pareja estable que los que lo hacen con parejas esporádicas”. En la cama no estamos acompañadas solo de la otra persona. La cama o el sofá, la encimera de la cocina, la alfombra del recibidor, lo que a cada cual le permita la imaginación y las lumbares, está llena de mitología y de ideas preconcebidas. En ese momento de intimidad nos acompañan miles de escenas picantes de cartón piedra, un imaginario erótico centrado en el placer de los hombres, un empacho de lubricante de mora y silicona lila de tuppersex, ilusiones, expectativas, pero también mentiras. La ficción nos dice que la burbuja del sexo se resquebraja de puro inflada. Paradójicamente, puede que lo que le convenga al sexo, a la idea del sexo, sea un poco de realismo: que estén presentes la frustración, la diversidad, los afectos y, por favor, el funcionamiento básico del placer femenino. Los fuegos artificiales ya no nos los creemos.