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¿Qué entendemos por "fracaso sexual?", por Valérie Tasso

“El sexo es una condición humana, no tiene un objetivo. Por eso no puede fracasar”.

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Valérie Tasso
Valérie Tasso

Hay un pasaje inquietante en el libro III de Amores, en el que Ovidio relata un fracaso sexual. Tras describir con precisión y angustia lo que le está suponiendo el comprobar que su mentula (pene) no responde a su deseo, concluye con la siguiente frase: “Y para disimular que estaba intacta de mi semen, ella fingió lavarse los muslos”. Un final sobrecogedor. Tan bochornoso resulta el fracaso que hasta legitima el engaño; tan indigno es lo sucedido que fingir se entiende como un mal menor. En materia sexual, al contrario que en otros órdenes de nuestra existencia, parece que el fracaso es la madre de todas las catástrofes; si se produce, hay que ocultarlo entre fingimientos o reproches... hacia una misma o hacia el otro, único testigo y cómplice del desastre.

Pero, ¿qué es un fracaso sexual? “Fracasar” es el resultado insatisfactorio de algo que preveíamos como satisfactorio. Y aquí está lo importante, el concepto de resultado. Solo fracasamos cuando emprendemos algo, cuando entendemos que hay una causa eficiente que debe corresponderse con un efecto.

La cuestión es llegar..., pero a dónde

Entonces, cuando iniciamos un encuentro erótico ¿vamos ya con la idea de obtener un resultado específico, un beneficio concreto? ¿Tiene el sexo un fin? La respuesta a la segunda pregunta es que no… Al menos, no el fin que le suponía Ovidio. El sexo no es utilitario, como no lo es el lenguaje. Ambos son rasgos de nuestra existencia, que nos permiten desarrollarnos como humanos pero que nunca alcanzan un fin definitivo. Dar por concluida nuestra condición de seres sexuados (o capaces de comunicarse) es simplemente dejar de proyectarnos y de crecer, perder la posibilidad de nuevos propósitos y desarrollos.

El imperativo ideológico es gozar más y mejor; y eso aumenta la exigencia”

Siguiendo con el paralelismo entre sexo y lenguaje, una interacción sexual sería como un intercambio de palabras con otra persona: puede ser una conversación, una negociación, un chiste... Y en ellas sí hay una finalidad: convencer de algo a nuestro interlocutor, hacerlo reír, intercambiar opiniones…. En el sexo, los objetivos serían gozar y alcanzar el paroxismo del placer con el orgasmo ( vertiente lúdico-hedónica del sexo); establecer o fortalecer un vínculo ( vertiente erótica); y engendrar un nuevo ser humano ( versión genésica). Así, el sexo nunca puede fracasar (como tampoco lo hace el lenguaje), porque no es finalista, pero sí lo puede hacer una interacción sexual (como puede ocurrir en una conversación). Por ejemplo, cuando pretendemos alcanzar un orgasmo o un embarazo y no lo conseguimos.

No es técnica, es concepto

Como decíamos antes, parece que fracasar en un encuentro erótico no tiene perdón, mientras que fallar en el uso del lenguaje puede ser más llevadero (contar un chiste y que el otro no se ría es incómodo pero no necesariamente traumático). Pero no debemos olvidar algo: cuanto más obcecadas estemos por lograr algo en una interacción sexual, más cerca estará el fracaso. Y cada vez –como podemos apreciar en una consulta de sexología– fracasamos más y nos traumatiza más el hacerlo.

Los causas de estas interacciones fallidas son variadas y poliédricas. Una de ellas es la que ya apuntábamos: concebir el mundo y a nosotros mismos como algo al servicio de un fin. Es el equivalente a concebir un desplazamiento como el objetivo de llegar a un sitio, sin contabilizar el placer de desplazarse o pasear (con tu pareja, con tu perro), que deja de tener sentido cuando todo se enfoca en “llegar a”. Pero si hay algo que nos acerca más al fracaso que el “tengo que conseguir esto” es el “tengo que conseguir esto a toda costa”.

Cuando el imperativo ideológico eran la prohibición, la contención y el sacrificio, fracasar era más tolerable para las mujeres, que no obtenían satisfacción alguna (a generaciones enteras no les permitieron alcanzar un orgasmo en toda su vida). Se asumía –nosotras, especialmente, asumíamos– que el fracaso era parte integral del encuentro y que ese fracaso (casi siempre, o siempre) era el hecho de hacer el amor. Curiosamente, ahora que el imperativo no es abrirse de piernas cuando el legítimo lo reclama, sino gozar de continuo, aumentando tanto la cantidad como la presunta calidad del goce, hemos alcanzado la hipersensibilización sobre el fracaso. Y vemos un proyecto fallido donde no lo hay (por ejemplo, por haber alcanzado un orgasmo y no cinco).

Todas estas cuestiones (el entendernos como una finalidad, el imperativo ideológico de gozo y el vivir en una sociedad del perpetuo rendimiento) están haciendo estragos –vía ansiedad y exigencias– en la percepción que tenemos sobre el fracaso sexual, y en la propia puesta en práctica de nuestras relaciones íntimas. Y es algo que nos está pasando tanto a nosotras como a ellos. Las consultas se nos llenan de jóvenes de 20 años que piden Viagra para sostener la performance erótica, o de chicas angustiadas porque su pareja no consigue hacerlas eyacular después de tres meses de relación.

Y es que, nuevamente, vemos los sexólogos que el incremento del conocimiento técnico (el saber cada vez más y mejor cómo gozar) no garantiza el conocimiento conceptual de lo que se está haciendo ( ¿qué es el sexo?, ¿por qué me relaciono eróticamente con alguien?, ¿cómo crezco y me desarrollo a través de mi sexualidad?). El físico Stephen Hawking explicaba así esta alarmante paradoja: “Nuestro mayor problema es que nuestra técnica crece en mucha mayor medida que nuestra sabiduría”. Ocurre lo mismo con nuestra condición sexuada.

Nos sustenta el deseo

Para evitar el temido fracaso, de nada sirven el conocimiento preciso de las maquinarias de gozo propias y ajenas; ni tampoco el tener una amplia experiencia en el arte de cohabitar carnalmente con los demás; al menos, no si el sustento que ampara esa interacción sexual falla (lo que nos sustenta no es la cama, recordemos, sino el deseo).

Y todos los agentes que hemos señalado como causantes del fracaso sexual disparan directamente contra ese deseo. Y disparan con torpeza. Dicen los que saben de armas que cuando no se presiona apropiadamente el gatillo de un arma que activa el perrillo (el percutor que impacta sobre el proyectil), se produce un gatillazo; el tiro es erróneo, mal dirigido.... fallido, en definitiva.

No saber controlar, alimentar y dejar actuar el deseo es la primera causa que aboca un encuentro libidinoso hacia el fracaso, hacia su caída, hacia su sinsentido. El gatillazo, como esa caída del deseo en mujeres, hombres y hasta en Ovidio, es, la mayoría de las veces, el emblemático resultado de una relación sexual insatisfactoria en la que el tiro, concluyendo, sale por la culata.

20 de enero-18 de febrero

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