Que la vida se acelera no es ninguna noticia. Lo que sí puede contarse como una novedad es que comenzamos a identificar lo que antes era un símbolo de estatus, no tener ni un minuto libre en la agenda, como un fallo del sistema. El CPS Research de Glasgow le ha puesto nombre (síndrome de la vida ocupada, le llaman) y explora desde hace una década la repercusión que este ritmo de vida hiperproductivo tiene en la psique . Entre otras cosas, la hiperestimulación a la que nos somete una jornada frenética requiere una actividad excesiva de la memoria que produce olvidos, despistes y falta de concentración. Son síntomas que pueden traducirse en malos hábitos en la oficina y que, habitualmente, normalizamos como un mero daño colateral de nuestra frenética rutina.
"Los responsables de recursos humanos prestan cada vez más atención a fenómenos de este tipo, conscientes de sus implicaciones respecto a la prevención de riesgos psicosociales en las empresas ", explica Rafael San Román, psicólogo experto de la plataforma de apoyo psicológico ifeel. "Multitarea, estrés , falta de atención o sobrecarga son aspectos que afectan seriamente al rendimiento laboral, la motivación y el clima laboral, y pueden dar lugar junto a otros factores a cuadros de burn-out, sobre todo en ciertos trabajadores especialmente vulnerables".
Resulta crucial comprender por qué muchos profesionales no logran ponerle freno al síndrome de la vida ocupada. Desde ifeel apuntan a algunos factores, como la necesidad de ahuyentar el aburrimiento, tener sensación de actividad, vitalidad y eficacia o evitar la soledad física , el silencio o, sencillamente, la sensación de estar con nosotros mismos. Estos momentos pueden llegar a ser amenazantes para el equilibrio psicológico, pues al detenerse la actividad afloran pensamientos, conflictos o sensaciones con las que no estamos del todo cómodos.
"Muchas personas encuentran en su trabajo, en sus hobbies y en su vida social, un mecanismo para sentir que son eficaces y que sus vidas son útiles al estar llenas de cosas y actividades", apuntan desde ifeel. "Les da un sentido. Proteger nuestra autoestima, autoconcepto y autoimagen es imprescindible. No obstante, vincular esa protección únicamente a lo que ocurre fuera de nosotros y a nuestra actividad no es del todo saludable, sino algo que, tarde o temprano, puede acabar volviéndose en nuestra contra".