Naomi Osaka: "Si lucho por lo que es justo fuera y dentro de la pista, puedo inspirar a una generación de soñadores" /
Es imposible tener todavía perspectiva para definir el desconcertante presente en el que vivimos, pero sí podemos decir que si Naomi Osaka, la tenista del momento, es un símbolo dentro y fuera de las pistas, es que, en medio del caos, algo bueno está sucediendo. Joven, enérgica, racial, estilosa y política, resume en una simple afirmación por qué el deporte esté siempre alineado con el cambio. “Traspasar los límites forma parte del ADN de todo deportista”, explica a Mujerhoy, pocos días después de coronarse como reina del Open de Australia. Esta es, a sus 23 años, su cuarta victoria en un torneo de Grand Slam en dos años y medio (ha ganado todas las finales a las que ha llegado), a pesar del parón obligado por la pandemia. Y si no hay ningún imprevisto, la semana que viene llegará a nuestro país para participar en el Mutua Madrid Open.
Sin duda, es la hora de Naomi Osaka: “Cuando estoy en la pista de tenis, el tiempo prácticamente se para, porque estoy hiperconcentrada en cada punto y en cada bola. En la pista, además, el tiempo es mucho más medible. Para mí, la importancia del tiempo en la vida es asegurarme de que lo paso de manera sabia y con la gente que amo”, asegura. Quizá por eso, no parece casual que, frente a las muchas ofertas de imagen de marca que ha recibido, se haya decidido, entre otras, por el manejo del tiempo que distingue a los relojes Tag Heuer. “Me atrae la capacidad de innovación y de pensamiento futuro”, añade la tenista.
Nacida el 16 de octubre de 1997 en la ciudad japonesa de Chuo-ku, en la provincia de Osaka, se mudó a los tres años a Long Island, en Nueva York. Un viaje migratorio redoblado por la interracialidad que corría por sus venas y que ha expuesto a Naomi al racismo en ambos países. En territorio nipón, su padre de origen haitiano, Leonard François, no era bien aceptado por la familia de su esposa japonesa, Tamaki Osaka. Y, ya en el presente, el rostro de Naomi fue blanqueado en una campaña publicitaria de la marca de noodles Nissin.
En Estados Unidos, se ha erigido como voz autorizada en el movimiento de denuncia del racismo Black Lives Matter, cancelando su participación en el torneo de Cincinnati tras la muerte de George Floyd y llevando nombres de las víctimas de abuso policial en sus mascarillas durante el pasado Open de Estados Unidos. “Cuando era niña, era consciente de la discriminación que mis padres tenían que soportar como población de raza mixta y eso me molestaba. Conforme me fui haciendo mayor, aprendí a aceptar mi identidad y a celebrar mis raíces, viajando a Haití y a Japón para aprender más sobre su cultura y poder heredar sus tradiciones”, relata la tenista.
Su decisión de representar a Japón en los Juegos Olímpicos de Tokio, aunque no habla japonés fluidamente y tuvo que renunciar a su adquirida nacionalidad estadounidense, levantó suspicacias e incluso fue acusada de elegir al mejor postor. “La decisión estaba tomada desde que era muy pequeña. Naomi nació en Osaka y fue educada en un hogar de cultura japonesa y haitiana. Simplemente, ella y su hermana Mari [también tenista] siempre se sintieron japonesas, y esa fue la razón. Nunca fue una decisión motivada por el dinero o por si nos sentimos más inclinados por una federación nacional o la otra”, zanjó su madre en una entrevista para el Wall Street Journal en 2018. Pero su caso no deja de representar el artificio detrás de las banderas, en un mundo cada vez más mestizo y globalizado. Naomi es, también en ese sentido, la saeta de un reloj que marca el fin de la identidad única y representa el derecho a enarbolar varias banderas al mismo tiempo, sin tener que elegir ninguna. “Si yo continúo luchando por lo que es justo e igualitario fuera y dentro de la pista, puedo inspirar a una nueva generación de soñadores”, enfatiza. Y el verbo seguir es para ella muy importante, pues rinde tributo constantemente a aquellas que le abrieron camino.
En la ruptura de la hegemonía de la raza blanca sobre las pistas, sigue los pasos de Serena Williams. Cuando el padre de Naomi vio en 1999 que las hermanas Williams ganaban el Roland Garros en dobles, decidió que sus dos hijas, Mari y Naomi, que solo tenían tres y un año por aquel entonces, podrían seguir esa misma senda. Un ejemplo del impacto de la representación. “Siempre he visto a Serena como alguien a quien admirar, tanto dentro como fuera de la pista. Así que jugar contra ella siempre tiene algo de sueño. Espero que haya alguna niña allí fuera soñando con batirse contra mí dentro de 10 años”, insiste jugando a los tres tiempos: pasado, presente y futuro.
No deja de ser irónico que fuera la propia Osaka, en su sonora irrupción en la primera línea del tenis femenino en el Open de Estados Unidos en 2018, la que derrotara a Williams y le privara de su récord absoluto de victorias en un Grand Slam. Fue una primera pero amarga victoria para Osaka, marcada por los abucheos del público ante la “intrusa” y por el violento rifirrafe de su admirada Williams con un árbitro que la acusó de seguir indicaciones de su entrenador. Osaka, entre lágrimas, pidió perdón al público por haberse interpuesto a la historia y fue Serena Williams la que tuvo que pedir el aplauso para la estrella naciente en un mundo, el del tenis, taponado desde hace 20 años por popes como ella, Nadal, Federer o Djokovic. Tiempo de dar paso a la nueva historia. Un momento extraño entre la sororidad y la competición. Dos años después, ya nadie duda de que no fue un tropiezo de Williams, sino el principio de una carrera arrolladora y queda claro que Osaka no tendría nunca que haber pedido perdón. “Creo que la presión saca lo mejor de mí misma. Siempre me han gustado los retos y cuando la energía es alta en un partido y hay mucho en juego, normalmente me doy cuenta de que compito por algo. Eso son los momentos para los que yo me entreno y es muy emocionante”, dice.
El otro legado que Naomi quiere continuar es el de Billie Jean King, la tenista estadounidense que plantó cara a la testosterona imperante en las canchas y que luchó en los años 70 contra la discriminación salarial en este deporte. “Los salarios en el tenis están equilibrados entre hombres y mujeres. Me han inspirado mucho los riesgos que Billie Jean King tomó durante su carrera”, explica Osaka. Ambas tuvieron el pasado septiembre una conversación a propósito de los 50 años del Virginia Slims Tour, apodado como “the Original 9”, el grupo formado en 1970 por nueve jugadoras que desafiaron al patriarcado del tenis y crearon lo que hoy se conoce como la WTA (Asociación de Tenis Femenino). El detonante habían sido las 750 libras que dieron a King por ganar Wimbledon, frente a las 2.000 que recibió Rod Laver por la misma gesta en la categoría masculina. Hoy, el tenis es uno de los pocos deportes que tiene igualados los sueldos entre hombres y mujeres. “Cuando te veo me pongo muy contenta, porque tú puedes marcar una gran diferencia”, le dijo Billie Jean King a una emocionada Osaka.
Con vistas al futuro, además de inspirar a las generaciones venideras, todavía hay cambios pendientes en el deporte. Sigue siendo un mundo con un reloj biológico profundamente cruel y donde el éxito puede ser un objetivo aplastante. Sin ir más lejos, su hermana Mari acaba de retirarse del tenis profesional con solo 24 años. “No creo que haya una fuerte correlación entre éxito y retirada. Creo que, de hecho, los deportistas suelen tener mucho más que decir cuando están retirándose que en cualquier momento anterior. De la misma manera que los deportistas siguen teniendo ambiciones muy altas y a la vez van desmantelando el concepto de lo que se supone que es el éxito”, asegura.
Llegando por fin al presente de Naomi, también el tiempo tiene un valor esencial. “ Sigo un horario de entrenamiento muy estricto para preparar un Grand Slam. Estoy muy agradecida a todo mi equipo, que me mantiene a raya, que se asegura de que entreno de manera inteligente y de que me recupero debidamente. Mi día empieza pronto y normalmente termina por la tarde-noche”, asegura. No obstante, como buena millennial, abre tiempo para sus redes sociales y tiene una comunicación tan espontánea como distante con los medios. Se hizo viral su paso por el programa de Ellen DeGeneres, inmediatamente después de ganar su primer Open de Estados Unidos en 2018. Se la veía fascinada por conocer a la presentadora en persona, confesó que su amor platónico era el actor Michael B. Jordan, que no tenía coche y que pensaba comprar una televisión a sus padres con el dinero del trofeo. Tímida, respondiendo casi con monosílabos, triunfó.
Tiene la frescura y también la inmediatez e impaciencia de toda una generación. Quizá por eso no soporta “los semáforos en rojo”. Un espíritu que ha calado tanto en la sociedad que, además de darle visibilidad como activista, se está convirtiendo en toda una mina para las firmas, que se la rifan como imagen: el diario deportivo Marca la considerara “la reina del marketing” y la revista Forbes la ensalza como la atleta femenina mejor pagada, destronando (también en esto) a Serena Williams. Todo, con una aparente no-actitud muy natural, para la que también iba siendo hora. “Todo lo relativo a la moda me parece emocionante. Es mi gran pasión fuera de las pistas. Para mí, mi estilo personal depende de mi estado de ánimo. Nada puede estar mal en tu look si sientes que te representa y te hace sentir segura”, concluye.