No es fácil rellenar el pentagrama de la timidez con palabras. Pero ante el lanzamiento de Phantom Songs y Asalto al castillo, sus dos primeros álbumes en solitario desde Cautiva (1990), Alberto Iglesias (San Sebastián, 1955) convierte sus notas en palabras para esta charla.
«No es que no me gusten las entrevistas, sino que intento que sean excepcionales. Se trata de no hacer las cosas de cualquier manera, de hablar tranquilamente y dar algo a conocer. Tengo un buen fondo de armario de temas sobre los que hablar, pero he preferido esperar a sacar estos álbumes para hablar de música, de poesía....», señala con una precisión métrica, que hace que cada palabra encuentre su lugar en un discurso tan articulado como sus composiciones.
Su timidez no hace que esas palabras escaseen, porque es consciente de que, como ocurre en la música, cada una tiene su lugar y su escala. «Entre ambos álbumes hay una línea de continuidad. El cine me está formando siempre, pero necesitaba tener otras experiencias que no estén tan supeditadas a la narración. Estas nuevas composiciones están basadas en poemas: de algunos he cogido fragmentos; en otros casos, se trata de una inmersión total en el poema. He tratado que la música sea descriptiva y conduzca las emociones de la poesía, que te hacen ir a un lugar distinto cada vez que la lees».
En un mundo donde los susurros escasean y reina el ruido, explorar el silencio junto al compositor que tiene 11 premios Goya (Lucía y el sexo, Volver, Dolor y gloria, Maixabel...) y cuatro candidaturas a los Óscar , resulta delicado. Sin embargo, Iglesias es experto en componer silencios. «Me gusta estar en lugares silenciosos; me parece casi más terapéutico el silencio que la música. La idea de no oír nada o de que lo que escuches se parezca mucho al silencio fortalece la cabeza», reconoce.
En una ocasión, Julio Medem dijo que su cine necesita música. ¿Acaso no la necesita también la vida? «Con música, es más llevadera. Te ayuda a transformar la realidad y a vivirla de otra manera; a entender mejor a los demás y un poco más a ti mismo. Es cierto que tiene esa capacidad terapéutica de crear una nueva realidad mejor», explica. «La música ha transformado y hecho prodigios, lo dinamiza todo. Es un arte necesario para vivir, por eso me dedico a ella».
Pero regresemos al silencio. El cine oculta a la música en demasiadas ocasiones. Afortunadamente, hay figuras que suben el volumen en sus películas y respetan el tempo y la calma. Como Pedro Almodóvar, con quien Iglesias trabaja desde hace 28 años y ha establecido una relación similar a la de Bernard Herrmann y Alfred Hitchcock. «Pedro cree en que las cosas tienen que tener una maduración. Si me enseñara la película y le diera la música al día siguiente, no se lo creería. Un artista tan completo y comprometido busca a gente que se comprometa y se arriesgue. Trabajamos mucho las lecturas y me da todas las posibilidades para grabar bien y planificar», señala.
El compositor asegura que ha evolucionado junto a Almodóvar y que fue en Hable con ella donde descubrieron que la música es capaz de acompañar a los diálogos y dotar al discurso de diferentes significados. «Soy consciente de que hay gente que no aguanta ni tres minutos escuchando un tema, pero el mundo del audio ofrece muchas posibilidades inmersivas que son liberadoras. Aunque vivimos en tiempos veloces, es bueno escuchar con detenimiento».
Precisamente, el paso del tiempo y la capacidad de escuchar una composición en momentos diferentes es fundamental para comprender algo que le gusta especialmente: la cercanía entre el error y el acierto. «El tiempo es una manera de saber si lo que has creado funciona. Puedes considerar una pieza como un error y, con el tiempo, descubres que era un camino quizás no completo, pero sí necesario. En cambio, cosas que habías interpretado como buenas, no te lo parecen tanto. Es subjetivo, pero está bien que lo sea. Sinceramente, la idea de la proximidad entre el error y el acierto me da vida».
Un tropiezo, ¿se vive con desasosiego? «Se lleva mal. Uno a veces se atraganta al querer correr o empeñarse en hacer algo mejor de lo que es capaz en ese momento. Es un equilibrio entre conformarte y no hacerlo... Y yo no me conformo».
Es la segunda vez que habla de la composición como de un trayecto cambiante y en el que se aprende, y reconoce que busca siempre «una paleta distinta» con la que reinventarse. «Por naturaleza, uno está obligado a repetirse, pero también a cambiar», señala. «No me gustaría definir mi sello, si lo tuviera... El otro día leí acerca del esfuerzo que supone salir de uno mismo para verse desde fuera, y no es algo que me apetezca. Bastante tengo con verme desde dentro».
En una banda sonora, entran en juego elementos que pueden chocar con el estilo personal, como las decisiones del productor o director, el género… ¿Han sido un alivio estos discos en solitario? «Trato de vivir en un mundo lo más libre posible, pero la presión a veces es buena, te exige concreción y he hecho cosas que jamás habría logrado sin ella», reconoce.
Para finalizar, siendo el profesional más premiado en la historia de los Goya, ¿siguen haciendo ilusión los reconocimientos y los aplausos? «Te reconcilian con las dudas que puedes tener. Los premios hacen mucha ilusión y en ocasiones me han servido para tener más confianza en mí mismo».
20 de enero-18 de febrero
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