Allegra Gucci /
El 27 de marzo de 1995, a las 8:30 h de la mañana, el empresario milanés Maurizio Gucci cruza el recibidor de su oficina, que da a los jardines de Porta Venecia. Allí es sorprendido por un extraño, que lo apunta con una pistola automática del calibre 32 y efectúa cuatro disparos. La última bala, que penetra en su sien, es mortal.
A los 47 años, el nieto de Guccio Gucci , fundador de la mítica casa de moda florentina, fallece antes de recibir asistencia. El homicidio desencadena una tormenta mediática y la vida de Allegra Gucci da un vuelco. Nada volverá a ser lo mismo para la niña de 14 años y su hermana mayor, Alessandra, de 18, que pierden a su padre.
Su calvario no ha hecho más que empezar: casi dos años después del asesinato, el 31 de enero de 1997, es detenida su madre, Patrizia Reggiani Gucci, acusada de instigar el asesinatode su exmarido. Pero tendrán que pasar 17 años para que se confiese culpable de ese crimen pasional.
Allegra ha permanecido callada 27 años –ahora tiene 41–, de acuerdo con su naturaleza reservada, que coincide con el código de discreción de la burguesía milanesa. En ese tiempo solo ha hablado en los tribunales, durante los casi 100 juicios que han marcado su vida y en los que no solo se ha diseccionado el asesinato y se ha decidido el destino de su madre, que salió de prisión en 2017, sino que se han revisado los bienes de su padre, ex CEO de Gucci (había vendido sus acciones de la compañía a finales de los 80), de los que ella y su hermana son herederas.
allegra gucci
Si ahora rompe su silencio es por la película La casa Gucci, de Ridley Scott. Se considera cinéfila, pero no puede tolerar el punto de vista desde el que esa adaptación recorre la historia de su padres, encarnados por Adam Driver y Lady Gaga. «Me dijeron que la película iba a convertir nuestra historia en una caricatura. Esa fue la gota que colmó mi paciencia. Así que me puse a escribir», explica Allegra, licenciada en Derecho y madre de dos niños pequeños.
El resultado es 'Fine dei giochi' (Se acabaron los juegos, sin publicar en España), un libro claro, escrito con delicadeza y compuesto de recuerdos y documentos legales. En él, la narración adopta forma de una larga carta que Allegra dirige a su padre para reencontrarse con él y encajar las piezas del rompecabezas familiar.
Así rastrea para nosotros su historia, desde la propiedad paterna de Saint-Moritz, Suiza, donde vive rodeada de pinturas del siglo XVI y obras contemporáneas. ¿Su favorita? Un lienzo del milanés Paolo Troilo titulado In the name of the father (En el nombre del padre). En busca del padre y de la verdad, Allegra Gucci habla.
Allegra gucci
MUJERHOY. ¿Qué fue lo que unió a sus padres y cuáles fueron las razones de su separación?
ALLEGRA GUCCI. Se conocieron en Milán, en una fiesta organizada por amigos. Fue un flechazo. Ambos eran guapos y estaban llenos de energía, tenían toda la vida por delante y el mundo a sus pies. Y compartían intereses: el éxito, la autoafirmación, formar una familia. Les encantaban las fiestas, la jet-set, viajar...
Yo crecí entre Milán, Saint-Moritz y Nueva York. Recuerdo cómo me emocionaba subir a un avión para ir a ver a papá, que a menudo estaba en el extranjero por trabajo. También tengo la imagen de mi madre, impecable, con su maletín de belleza Gucci de piel de cocodrilo, que yo llevaba en los aeropuertos. Era una mujer de mundo; él, en cambio, era más hogareño.
Decían que ella tenía una personalidad abrumadora. Suelo estar de acuerdo con el refrán que dice que «detrás todo gran hombre, hay una mujer». Es difícil saber por qué, con el tiempo, la chispa se va apagando en una pareja. Creo que formaban un gran equipo, hasta que el peso de las expectativas y los retos de la empresa familiar destruyeron su relación. Su historia de amor duró 13 años. Se divorciaron en 1992, aunque los papeles se firmaron en 1994, meses antes de que mi padre muriera.
Sobre estas líneas, Allegra de niña con su padre /
A través del libro, usando un formato epistolar, usted retrata todas las facetas de su padre. ¿Qué es lo que le fascina de él?
Era un hombre ilustrado, amante del arte. No era un niño de papá: fue a la misma escuela que mi abuelo Rodolfo, que era un trabajador, y quiso empezar desde abajo. Después de todo, su abuelo, Guccio Gucci, había comenzado como ascensorista en el Hotel Savoy de Londres.
Tras terminar sus estudios de Derecho, mi padre se mudó a Nueva York para trabajar con su tío Aldo, presidente de Gucci en EE.UU. Y escribió una guía con su visión de la compañía a finales de los 80: quería estimular el sentido de pertenencia una tradición familiar, recuperar métodos antiguos, dar prioridad a los artesanos y diseñadores. Se adelantó demasiado a su tiempo y el plan se le fue de las manos. Mi padre era un soñador iluminado.
El 27 de marzo de 1995, pocas horas después de la muerte de su padre, la que entonces era su pareja, Paola Franchi, vació el loft que compartían. Cuéntenos.
Mi padre vivía en un apartamento de 1.000 m2. La señora Franchi, que era exmodelo y decoradora de interiores, llevaba cuatro meses viviendo en la casa cuando sucedió la tragedia. Menos de seis horas después del asesinato, ella ya se lo había llevado todo: muebles, cuadros, objetos de decoración, ropa, relojes, bolsos... Fue un saqueo.
No quedó nada, a excepción de un suéter blanco tirado en una silla; lo guardó mi hermana, Alessandra, con quien tengo una relación muy estrecha. Al día siguiente, Paola Franchi llevó a cabo la misma operación en la casa de mi padre de Saint- Moritz. Todo desapareció. Aquel día fatídico, el horror y la sordidez compitieron por el protagonismo.
¿Quería su padre casarse con ella?
Su relación con Paola Franchi no fue el motivo de su ruptura con mi madre, pese a lo que dice la película. De hecho, la señora Franchi apareció después. Mi padre no quería casarse con ella. Nos decía a mi hermana, a mí y a sus amigos que su única familia éramos nosotros. Se lo hizo saber a su abogado y amigo, Fabio Franchini Baumann, y le pidió que redactara un contrato de convivencia con Franchi. Él lo firmó. En mi libro hay extractos del documento.
Cuando su madre fue condenada a 29 años de cárcel, Franchi solicitó a los jueces ser reconocida como su tutora, aunque entre ella y usted no había vínculos afectivos...
Qué descaro, ¿no? Dijo que mi madre no sería capaz administrar mi herencia... Tuve que defenderme, ir al tribunal de menores y responder a muchas preguntas...
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Al final, su abuela materna, Silvana, se ocupó de usted. ¿Cómo era?
Nonna Silvana era un espectáculo, con sus tacones, sus faldas ajustadas y su inseparable bolso azul de Gucci con la insignia de la doble G dorada. Era muy hermosa y lo sabía. Yo confiaba ciegamente en ella. Pero a ella solo le importaban el dinero y el poder. Y sus carencias como administradora de una herencia cuantiosa y compleja quedaron en evidencia. Esa mezcla de incompetencia, codicia y métodos fraudulentos nos separaron.
¿Cómo describiría su relación con su madre?
Siempre tuvo un gran sentido del humor y durante nuestra infancia, a su manera, fue una madre presente, considerada y cariñosa. Nos mimó mucho. Pero hay algo indescifrable en ella. Tengo el recuerdo de una tormenta terrible, en Grecia: estábamos en un barco y yo tenía miedo. Al preguntarle qué debía hacer en caso de naufragio, dijo: «Coge las joyas».
Ella siempre mantuvo la calma, en todo momento. El día de su detención, al irse nos dijo: «No os preocupéis, todo se resolverá esta tarde y pronto estaré de vuelta». Creí en su inocencia durante 17 años.
Supo que su madre era culpable de asesinar a su padre cuando ella lo confesó, en una entrevista en televisión, tras cumplir su condena. ¿Por qué cree que dijo la verdad en ese momento?
Me gustaría saberlo... Aún no lo entiendo. Durante 17 años dio una versión: « No soy culpable, pero tampoco inocente». Y añadía: «Amenacé muchas veces a Maurizio. Pero no di la orden de matarlo». Para mi hermana y para mí, eso significaba que había deseado la muerte de papá a causa de los celos y la desesperación. ¡Pero no que pagó a un asesino para que lo matara!
El día de su confesión, nuestras vidas quedaron de nuevo destrozadas. Cuando le pedimos una explicación, dijo: «Lo hice por vosotras». Qué tontería. Lo que la motivó fueron la obsesión, el resentimiento y el interés económico. No puedo borrar su crimen. Pero es mi madre. Hoy tiene 72 años y sigue inmersa en problemas legales. Mi hermana y yo estamos tratando de reconstruir nuestra relación con ella. Veremos.
Pasó 17 años visitando a su madre todos los miércoles y los sábados en prisión. ¿Cómo vivió ella esos años?
Igual que cuando estaba frente los jueces, antes de escuchar la sentencia: con la cabeza tan alta que resultaba arrogante. Nunca dejó de interpretar su papel; la vanidad siempre ha sido su fuerza y su debilidad. Y en la cárcel la convirtió en una forma de disciplina que le salvó la vida.
Sus órdenes, caprichos y gastos eran constantes, pero con ellos mostraba su voluntad de salir adelante. Compartía una celda de 4 m2 con tres reclusas, pero nos pedía ropa, sábanas de diseño, perfume... No quiero convertirla en una caricatura; es una mujer compleja. En 1992 le extirparon un tumor cerebral benigno y los médicos creen que quizá esa operación pudo causar su cambio de comportamiento.
Usted tuvo que enfrentarse desde joven a una realidad muy dura. ¿Tuvo momentos de duda?
Desde los 14 años vi en la prensa la foto de mi padre en el suelo sin vida y me enfrenté a los paparazzi que asediaban el edificio. Fue un tsunami. Mi nombre me precedía y mi madre fue acusada del más terrible de los crímenes. Nadie podía entender cómo me sentía.
Por supuesto que vacilé. Un día, mientras cruzaba la calle, deseé que un co- che me atropellara. Pero afronté el dolor con paciencia, avancé, miré hacia adelante. Y ya no volví a vacilar.
¿Qué le molestó más del retrato de su familia en el filme?
No tengo nada que objetar sobre los actores. Adam Driver es un intérprete formidable. Pero encarna a un Maurizio Gucci que no existió, ingenuo y un poco estúpido. Lady Gaga retrata a mi madre como una seductora frívola y luego como una víctima llorosa, no se parece a ella. Mi tío Aldo [Al Pacino] es presentado como un mafioso de una película de Coppola, y eso es fantasía; era un empresario refinado, que contribuyó a construir la reputación de la compañía a nivel internacional. La película es una oportunidad perdida para contar la historia de una familia que supo exportar al mundo la moda y el sello Made in Italy.
Años después, el abogado de su padre le regaló un maletín Gucci que Maurizio siempre llevaba consigo. ¿Qué relación mantiene usted ahora con la casa Gucci?
Ese maletín estaba junto a mi padre cuando murió; dentro había una libreta donde anotaba pensamientos, una grabadora, sus bolígrafos... Hablo de ese objeto en el libro, como de otros de Gucci, no por saldar cuentas con la empresa que lleva mi nombre; nuestros caminos se separaron para siempre, y el efecto que tiene en nosotros la exposición mediática de la marca no hace más que alimentar fantasías morbosas.
Estoy orgullosa de mi nombre y de una historia que nada ni nadie me podrá quitar. En cuanto a la casa Gucci, lo que ha llegado a ser es fruto de un gran trabajo de innovación cuyo hilo conductor son unos diseños icónicos que vuelven a estar de moda. A veces uso modelos vintage que tengo en casa.
¿Por qué decidió escribir el libro?
Lo escribí para mis hijos, para que puedan leer la historia de su abuelo y su familia. Mi querido papá me ayudó a conocer olores, sonidos, imágenes y hechos. Pero ahora quiero volver a mi vida.