Penelope Featherington /
«Basta», exclama Portia Featherington dirigiéndose a sus hijas. «Hoy volvemos a la corte con la cabeza alta, nuestra situación económica en orden y sin ningún hombre que nos diga lo que tenemos que hacer. Disfrutemos de este día». Esta orden de la madre de Penélope Featherington, aka lady Whistledown , capta bastante bien una parte sustancial del bienestar que suministra 'Los Bridgerton'. Traducimos: entrar en un mundo en el que todo gira en torno a placer femenino. Un mundo, efectivamente, en el que los hombres no tienen voto y apenas les sale la voz.
Convengamos que los hombres de 'Los Bridgerton' solo pueden ser ridículos o guapos, aunque tampoco tanto. La serie alcanzó un máximo con Regé-Jean Page y desde entonces los protagonistas masculinos han pasado a segundo plano erótico. Aquí son ellas las dueñas y señoras de la acción y la reacción y no hay 'mansplaining' que valga. Qué van a decir ellos sobre vestidos brocados, tocados de plumas, carruajes forrados de terciopelo, corgis corriendo por escalinatas de mármol, esas mansiones níveas de Mayfair o las pelucas gigantes de la reina Carlota . La mejor de la temporada, convertida en un nido de cisnes de cristal que dan vueltas cual bailarina en caja de música.
No engañamos a nadie: 24 horas después de su estreno, las fans ya hemos visto y revisto la segunda parte de la tercera temporada de 'Los Bridgerton', esa serie creada por y para la felicidad de millones de mujeres de todo el mundo. No haremos ningún 'spoiler' para aquellas que se están reservando los cuatro capítulos (o los ocho) para el momento adecuado, aunque tampoco importan tanto. Todas sabemos cómo va a terminar la temporada antes de que empiece. La serie no solo nos ahorra el 'mansplaining'. Se asegura de que tendremos una sonrisa, más o menos boba, al final de cada temporada.
En realidad, 'Los Bridgerton' no han inventado nada. El placentero mecanismo psicológico de las tramas románticas funciona desde tiempo inmemorial y seguirá haciéndolo en el próximo siglo. En la tercera temporada de la serie, donde se aclara el destino de Penelope Featherington, se entremezclan 'Cenicienta', 'Pigmalión' y 'Betty la Fea', tres hitos insumergibles del género. El bombazo que ha supuesto esta entrega de la serie desvela el trágico poder del mito del patito feo, encarnado por Nicola Coughlan: hasta la mujer más guapísima se ha sentido (le han hecho sentir) alguna vez poco o nada deseable. La industria pop es inteligente: sabe de los mil dolores grandes o pequeños que se ofrece a aplacar.
Los filósofos de Frankfurt que se las vieron con la juvenil industria del entretenimiento de los años 40 y 50 lo dejaron por escrito: su éxito radica en su capacidad para compensar las frustraciones y tristezas de la vida real, esa en la que el final feliz no está, ni mucho menos, asegurado. El diagnóstico, que las fantasías fabricadas al por mayor crean una falsa conciencia, hundió en el desprestigio cualquier producto masivo y, sobre todo, dirigido a las mujeres. A estas alturas del siglo XXI, avergonzar a cualquier por ser fan de 'Los Bridgerton', consumir 'romantasy' o 'reality shows' es una memez. Las espectadoras no somos bobalicones seres pasivos antes las pantallas. Solo hay que escuchar las reacciones de las fans en IG o TikTok.
Ante la popularidad de novelas románticas, culebrones y demás ficciones dirigidas a las mujeres, algunas teóricas feministas decidieron tomárselas en serio ya comenzado el siglo XX. Y descubrieron que la previsible fórmula narrativa de esas ficciones, tan previsible, ofrecía a las mujeres libertad para construir su propia respuesta a un mundo duro, a veces durísimo. En 'Loving with a Vengeance' (2008), Tania Modleski explicó que el escapismo de las fantasías para mujeres pone de manifiesto las fallas de la vida real, en especial «la ausencia de satisfacción en las relaciones entre hombres y mujeres». Y que ayudan a formular «una sensibilidad utópica basada en la energía, la abundancia, la intensidad, la transparencia y la comunidad». «El deseo de relaciones honestas, directas y sin ambivalencias es quizá el que expresan de manera más urgente», escribe Modleski.
Penelope Featherington /
Evidentemente, las fans de 'Los Bridgerton' que no cumplimos 50 años no nos fascinamos tanto con las tramas de juvenil amor romántico. Además, guardamos en nuestra memoria tensiones sexuales épicas, inalcanzables para un siglo en el que lo erótico se ha deserotizado bastante, no se sabe si por influencia de la literalidad pornográfica o por falta de imaginación. Recuérdense 'Poldark' (1975), 'El pájaro espino' (1983), 'Luz de Luna' (1985) o 'Expediente X' (1993). Eso sí: a 'Los Bridgerton' hay que agradecerle que la tensión sexual se resuelva con ellos bajo las faldas. Eso no se veía en el las ficciones erótico-románticas del siglo XX.
La serie tiene, hay que reconocerlo, otros atractivos compensatorios, más que adaptados a las frustraciones de las que ya no estamos tan por el romanticismo clásico. El disfrute visual asociado a las series de época con gran producción es importante: en un salón de baile de esas inmensas mansiones cabe un pisito medio español. La habitación de cualquiera de las grandes señoras equivale a un inalcanzable apartamento madrileño. Y qué decir de vestidos , tocados, pelucas y demás ajuares: nos hacen soñar.
Fotograma de Los Bridgerton /
Nacho Moreno Segarra, autor de «Ladronas victorianas» y experto en el análisis feminista de la cultura popular, escribe en su blog 'Emociones baratas': «La cultura pop tiene otro tipo de placeres: la energía frente al cansancio, la comunidad frente a la soledad, la espontaneidad frente a la burocracia…». Añadamos un factor importante: el dinamismo que imprime el destino, el azar, el 'deus ex machina' narrativo. Qué placer contemplar esas vidas en las que pasan cosas sin que tengan que esforzarse lo más mínimo para que pasen. Con lo que cuesta, hoy en día, salir de la machacona rutina que impone el trabajo.
Añadamos alguna guinda más, como ese elenco de señoras que manejan los hilos en una corte matriarcal. Los verdaderos cerebros de la trama son los de la reina Carlota, lady Danbury y la vizcondesa Bridgerton, todas con permiso para ser extravagantes, imponentes e infinitamente sabias. Las tres viudas, por cierto. De hecho Shonda Rhimes, la creadora del universo Bridgerton en Netflix, fabricó un spin-off para la reina Carlota de visionado obligatorio para las auténticas fans del dramón romántico. Este, sí, recomendado para mayores de 50.
La listísima Shonda Rhimes no da puntada sin hilo. Si alguna despistada aún tuviera reparos por entregarse localmente al universo Bridgerton, hace que su heroína, la muy intelectual Penélope Featherington, despeje sus vergüenzas. En un momento de coqueteo con su único pretendiente, él le pregunta qué libros prefiere leer. «En realidad, siempre termino volviendo una y otra vez a las historias de amor», admite ella. «¿Y qué es lo que te interesa de esas historias?», inquiere él. Subráyese la contestación plenamente académica: « Son historias de conexión, de esperanza por una vida mejor», explica Pe. «¿Suena terriblemente bobo lo que digo?», termina ella. Ya sabemos la respuesta. Es 'no'.