La arquitecta Carme Pinós. Viçens Giménez

arquitectura y sensibilidad

Carme Pinós, la arquitecta pionera en España reivindica su lugar: «Tras mi ruptura con Enric [Miralles], se me marginó mucho»

Ha construido rascacielos y centros de exposiciones, pero el edificio que más feliz le hace es su casita de Mallorca. Hablamos con una de las arquitectas pioneras en España, que ha luchado durante años por su reconocimiento en solitario.

María José Barrero

Cinco grandes maquetas ocupan la entrada del estudio de Carme Pinós (Barcelona, 1954), un piso de largos pasillos, suelos hidráulicos y techos altos, en un edificio de la Diagonal. Una es del rascacielos Cube-I, en Guadalajara (México); otra, de la plaza de la Gardunya, la obra que en 2015 cambió radicalmente la imagen del Raval. Son dos de los proyectos más ambiciosos de esta pionera de la arquitectura. Pero ella prefiere la pequeña casa que construyó en la Sierra de Tramuntana, Mallorca.

«En realidad, es un barco que lleno de amigos. Allí soy feliz y hago paellas, que es lo único que sé hacer. Las hago en el jardín, para que todos participen y opinen: que si tiene mucha agua, que si hay que añadir algo... Yo voy al mercado y pongo lo que encuentro. Hoy venía pensando que tengo que experimentar más».

Premio Nacional de Arquitectura en 2021, Pinós tiene obra en España, Austria, Francia, México o Australia, y ha sido profesora en Düsseldorf, Columbia y Harvard. Una trayectoria impresionante para una mujer que, sin embargo, tuvo que recuperar su carrera en solitario tras separarse, personal y profesionalmente, de Enric Miralles, uno de los arquitectos más brillantes de su generación.

Miralles y Pinós compartieron proyectos durante más de una década en los 80, tras conocerse en la Escuela de Arquitectura de Barcelona. Ella era hija de un médico y eligió su carrera, «un poco por inercia, por el amor al arte y a las casas que mi padre, que visitaba muchas por su profesión, me había inculcado». En aquella época, sólo cuatro mujeres estudiaban Arquitectura frente a 200 varones.

La trayectoria conjunta de Miralles y Pinós fue fulgurante. Pero tras su separación, en 1991, «se me marginó mucho», reconoce la propia arquitecta. Le costó, pero salió a flote. Hoy, más de tres décadas después de crear su estudio y con proyectos importantes en marcha, piensa en el relevo y en disfrutar más de esa casita en Mallorca. Haciendo paellas o leyendo libros sobre Leonor de Aquitania o Blanca de Castilla, porque «no hay mejor novela y más cruda que la historia. Nada te explica mejor el ser humano».

Mujerhoy. ¿Le sigue ilusionando iniciar nuevos proyectos?

carme pinós. Sí, claro. Los primeros momentos son siempre muy lindos. Y si puedo, me gusta llegar al detalle, como diseñar una maneta. Es algo que añoro de la buena arquitectura. Antes cualquier detalle estaba relacionado con otro y al final había una obra completa, un poema.

Echando ahora la vista atrás y haciendo repaso de su larga carrera, ¿cómo se define como arquitecta?

Como una arquitecta responsable. No tengo prejuicios, pero sí una filosofía, una sensibilidad, una manera de entender la vida. Hay parámetros que se encuentran en todos mis edificios, pero no una caligrafía o una geometría que me identifique. Para mí, la arquitectura es el espacio de la sociabilidad, que nos protege y nos permite desarrollarnos como sociedad. Y el arquitecto es el constructor que hace posible esos espacios.

Asegura Pinós que el arquitecto debe trabajar para dar dignidad a la gente. «Me gustan palabras que ahora no se usan tanto, como dignidad, responsabilidad, flexibilidad, diálogo o respeto. Pero soy muy crítica con la palabra transparencia, que no me creo, porque parece que te quita la responsabilidad de ser honesto». A su juicio, «hemos creado una sociedad en la que nadie quiere responsabilidad y se quiere controlar todo, y la creatividad va afectada. Se trata de ser creador, de hacer las cosas con emoción, dándoles la vida».

Carme Pinós con algunas de las maquetas de su estudio. / Viçens Giménez.

A ella le gusta que «el ser humano se involucre en lo que hace», sobre todo teniendo en cuenta que «en esta cultura actual, basada en el consumismo y el individualismo, la idea de comunidad, que cualquiera de tus actos tenga repercusión en los otros, parece que se ha olvidado. Igual que ir bien vestido. Yo me visto bien, me arreglo, por respeto a los demás. Pues ésta es mi filosofía: sentirte siempre parte de un mundo; pensar que, sin el otro, tú no eres nada».

¿Esa filosofía se refleja en el tipo de edificios que elige hacer?

[Risas] Ojalá yo pudiera decir: «Hago otra Ópera en París». Yo no escojo, pero puedo rechazar. Cuando los proyectos son muy especulativos no me gusta entrar en ese juego. Un artista puede escoger; nosotros somos un servicio a la sociedad. Yo hago lo que me piden. Últimamente, en México me han pedido mucha vivienda social, pero la tengo parada por problemas de corrupción. Y ahora me está llamando para hacer casas privadas. Pero lo que más me gusta es el espacio público. La satisfacción de haber hecho la plaza de la Gardunya, en Barcelona, es inmensa. O una cosa que puede parecer tan tonta como un crematorio o un cementerio.

¿Qué obra destacaría de su trayectoria? ¿De cuál se siente más orgullosa?

Eso es como cuando le preguntas a una madre cuál es el hijo más guapo, no te lo va a decir. [Risas]. Siempre digo que amo la última que he hecho. Pero he de reconocer que, por ejemplo, la Torre Cube 1, en Guadalajara (México), marcó un punto de inflexión en mi carrera. De alguna manera me hice creíble como arquitecta. Tras mi ruptura con Enric [Miralles], se me marginó mucho. Fueron años muy duros de hacer concursos y no ganarlos. No es que bajara el nivel, pero creo que no se me prestó atención.

Siempre trabajé con mucha ilusión y estoy orgullosa de todo lo que he hecho. Tuve que irme a México para encontrar a gente que confiara en mí y me diera la posibilidad de recuperar mi trayectoria. En 2021, el mismo año en que me dieron el Premio Nacional de Arquitectura, el ICO me dedicó una exposición que se llamó Ocho más 80 escenarios para la vida. Los ocho proyectos a los que se refieren eran los que hice con Enric y los 80, los que he firmado en solitario.

¿ Cree que su nombre quedó eclipsado por el de Enric Miralles?

Nuestra obra era conjunta y la firmábamos como Miralles y Pinós. Pero cuando rompimos, se apostó por Miralles, no por Pinós. Cuando la gente venía de fuera decía: «Ya sabemos dónde está Miralles, pero ¿dónde está la Pinós?». Fueron ellos que me sacaron y me llevaron a dar conferencias por todo el mundo.

¿Qué aprendió de esa etapa que compartieron?

Sobre todo, la inmensa ambición que tenía Enric y que no se frenaba por nada. Y que, seguramente por ser mujer, yo no tenía. Una ambición sana, de querer estar al lado de los maestros, de aprenderlo y estar al tanto de todo, y de exprimir al máximo el potencial de cada uno. Él era un hombre de pensamiento, más teórico, pero la vinculación al territorio y la filosofía de nuestros proyectos la construimos juntos.

Y cuando se separaron, ¿qué tuvo que aprender por su cuenta?

Enric era una persona muy hábil con el dibujo y cuando durante tantos años eres dos... Me encontré como que me faltaban las manos. Pero mi pensamiento nunca falló y tuve equipos que me ayudaron.

Sin embargo, le costó más de una década recuperar ese reconocimiento que había tenido en aquella primera etapa...

Sí, fueron unos años duros monetariamente, pero no me faltó la ilusión por trabajar. No tenía encargos y me presentaba a concursos. Por suerte, fuera de España me miraron y me reconocieron. Ganaba dinero dando conferencias y clases por todo el mundo. Con Enric tenía el pacto de repartir las ganancias del estudio durante unos años. Confiábamos totalmente uno en el otro y eso me ayudó a sobrevivir. Pero siempre fue un gozo trabajar. Todo irradiaba alegría y frescura; eso no lo he perdido nunca.

¿Ha sentido el machismo en su profesión, en aquel u en otro momento?

Evidente. Pero nunca me ha preocupado, siempre he tirado adelante. Todos los hándicaps los he superado. Ahora me dan muchos premios, pero esto no redime cómo se ha tratado a las mujeres. Yo pido que se confíe en mí. Lo que pasa es que estamos en una época que ya nadie confía en nadie. No es que no se confíe en una mujer arquitecta, es que tampoco se confía en un despacho pequeño o mediano, como el nuestro.

Lo que sí ha reconocido que, con una vida familiar tradicional, no hubiera podido dedicarse al 100% a su carrera...

Sí, pero todo tiene dos caras. Yo he podido viajar, pero si hubiera tenido marido, él seguramente me hubiera apoyado, y mi vida social habría sido más fácil y habría podido poner en marcha más proyectos. Me he encontrado con que, hasta hace dos días, se me tenía miedo por ser una mujer sola. A mí no me decían: «Ven y tomamos una copa mientras hablamos de negocios», como podían hacer con cualquier hombre

Hoy todavía hay pocos estudios liderados por mujeres.

También hay pocos despachos con hombres solos. La arquitectura ha cambiado tanto que hoy la mayoría de los estudios son asociaciones. El arquitecto capaz de llegar hasta el último detalle, como Sainz de Oiza o Moneo, ya casi no existe. E s difícil mantenerse con un estudio propio. Por suerte, estoy muy arropada por mi equipo, aunque quien da la cara soy yo. Pero pronto cambiará eso, que ya tengo mi edad.

¿Está pensando en retirarse?

Bueno, no en retirarme, pero sí en dar paso a quienes han estado tiempo conmigo. Nadie es eterno, el mundo es evolución.

¿La madurez le ha dado una sensibilidad diferente al afrontar un proyecto?

Tengo más calma con los clientes. Pero cuando te haces mayor tienes más calma con todo, sabes relativizar y mantenerte en tu lugar.

¿Y qué es lo que le hace más feliz ahora?

Continuar trabajando y mi casita de Mallorca. Siempre me hace feliz volver. No quiero darle mucha propaganda, porque allá que somos muchos, pero es una isla increíble.

Maquillaje y peluquería: Luana Bozzi.

Temas

Feminismo