Estas son las cosas que aprendí de mi padre. El jamón y el vino, siempre del bueno; no están permitidas las medianías en estos asuntos tan serios. A los niños hay que quererlos; casi todo lo demás tiene remedio, pero la falta de amor suele convertirse en un terrible desastre. A las verduras hay que ayudarlas (generalmente con jamón y vino del bueno).
La vida es una sucesión de batallas, más o menos intensas, más o menos deseadas, más o menos victoriosas. Debemos enfrentarlas, lo sabía muy bien alguien que había crecido en la orfandad de la posguerra española.
Prepararse nunca está de más. Prepararse es el refugio de las inseguridades y la antesala, muchas veces, de las mayores satisfacciones. El principal trabajo de los padres es impulsar y sostener. El de los hijos, coger impulso.
Las personas somos muy parecidas, así de simple es la llave de la empatía. Hay pocas cosas que no se solucionen con una copa de vino y un poco de jamón como Dios manda. El esfuerzo nos enorgullece. El esfuerzo, lamentablemente, no garantiza el éxito, pero nos ayuda a vivir mejor con nosotros mismos.
La familia es importante. La familia nos viene dada, pero somos nosotros quienes escogemos y también apartamos, llegado el caso. La enfermedad de los que queremos requiere, sobre todo, compañía. La confianza es un privilegio que se gana y se pierde.
Construir recuerdos es importante y nuestra verdadera herencia. A veces hacemos cosas que no nos gustan, pero hay que hacerlas igualmente, sobre todo las que son por aquellos que más nos importan. La alegría es más densa que el dolor. Casi al final, me dijo: «La vida es muy bonita». Mi padre, creo, era una persona inteligente.
20 de enero-18 de febrero
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¿Qué me deparan los astros?