sayonara, baby
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Estancada en la recepción de una empresa que vende papel en Scranton, Pensilvania, Pam Beesley ve pasar los años desde un trabajo sin proyección profesional ni expectativas, aguantando los delirios y los chistes sexistas de un jefe tóxico, lidiando con un grupo de oficinistas disfuncionales y alimentando, eso sí, su relación romántica con el único compañero de trabajo normal que tiene.
La protagonista de The Office es el paradigma de la trabajadora que sabe desde hace tiempo que debería dejar su trabajo, pero nunca encuentra ni el momento ni el valor para hacerlo. Hasta que, un buen día y sin previo aviso, dimite. Para luego, eso sí, volver a la misma empresa, asumir un cargo nuevo, renunciar a él y terminar en la misma recepción en la que empezó todo.
Excluyendo esta última vuelta de tuerca, la situación puede ser reconocible para muchas trabajadoras que, después de varios años en la misma empresa, empiezan a valorar si la falta de motivación o un mal ambiente de trabajo son motivos suficientes para plantearse un cambio. «En realidad, todas las razones, justificadas y coherentes, son buenas para cambiar de trabajo, lo que pasa es que en España la cultura es justo la contraria: nunca encontramos una buena razón para cambiar. Sobre todo, cuando somos mayores de 40 años», explica Pilar Llácer, profesora de la EAE Business School, doctora en Filosofía y experta en Recursos Humanos y liderazgo.
« Nos da miedo, pensamos que no estamos tan mal donde estamos o que vamos a perder la parte retributiva si decidimos hacerlo. En nuestro país todavía hay muy pocas personas que cambian de trabajo de manera voluntaria. Y hay quien permanece como un zombie, sin ningún compromiso. Eso está directamente relacionado con la baja productividad», explica Llácer.
Para no caer en esa situación, que puede convertirse en un bucle de difícil salida, lo más importante es identificar las señales de alarma que indican que el momento de cambiar de trabajo ha llegado. Pilar Llácer distingue cinco situaciones diferentes. La primera tiene que ver con la proyección profesional, tanto a medio como a largo plazo. «Si llevas mucho tiempo en la misma empresa y no tienes ningún tipo de desarrollo profesional a la vista, esa es una señal muy clara de que quizá deberías plantearte dejar ese trabajo. Y no hablamos solo de ascensos a posiciones superiores, sino también de la posibilidad de cambiarte a otro departamento dentro de la misma compañía o de desarrollar otro tipo de habilidades», explica la experta.
La segunda también apunta al futuro y requiere, de hecho, un poco de futurología. «Hay muchas posiciones que van a desaparecer debido a la inteligencia artificial y los procesos de automatización. Conviene que pienses en tu trabajo y analices cuántas de las funciones que haces actualmente se van a automatizar. Si son más de la mitad, claramente deberías pensar en un cambio de trabajo», opina Llácer. Hablamos, en realidad, de todo tipo de profesionales: desde administrativos y contables, a traductores e intérpretes, diseñadores gráficos, escritores, ingenieros de software o empleados en servicios de atención al cliente o telemarketing.
Sin embargo, las relaciones personales en el lugar de trabajo son, a menudo, las que terminan de decantar la decisión. Por un lado, están tus pares. «La tercera señal para dejar un trabajo tiene que ver con el clima dentro de una organización y con la relación con los compañeros. Si hay envidias o si existe un ambiente en el que no se trabaja de manera colaborativa, quizá también deberías plantearte dejarlo». Por otro, los jefes. «Si tu superior directo no es una persona cercana, no tiene empatía, no responde a tus preguntas en tiempo real, no es capaz de encontrar soluciones y no es alguien que te potencie, es otra señal muy clara», explica Llácer.
Pero el estilo de liderazgo no concierne únicamente a los jefes. También tiene que ver con la propia organización y su cultura empresarial. «Entre las nuevas generaciones el ambiente de una empresa tiene un impacto muy grande en el compromiso. Si percibes que tu empresa no es lo suficientemente transparente, no se comunica de una forma clara contigo o, como se suele decir coloquialmente, te deja en visto, es la última señal de que quizá deberías pensar en buscar otro destino laboral».
Para Llácer en la decisión de dejar el trabajo o continuar en él también hay un importante sustrato generacional. «Hay que distinguir entre tres generaciones: los más jóvenes, los que están entre 35 y 50 y los mayores de 50. Su forma de reaccionar es totalmente diferente. Por un lado, están los resignados, una generación de más de 50 años que ha tenido mucha paciencia en las empresas: lo han dado todo, han aguantado, no han protestado y, pese a eso, muchas veces han sido despedidos. Los más jóvenes, que son una generación muy bien formada, tienen una disposición mucho menor a aguantar. Pero no tener paciencia no es algo necesariamente malo», explica Llácer. «Está claro que estamos conviviendo con diferentes tipos de compromiso y de expectativas. Y como siempre, en el medio está la virtud», concluye la experta.