Esté en su casa de San Francisco o en su apartamento de París, Danielle Steele siempre tiene dos cosas a mano: su máquina de escribir, una Olympia de 1946 de la que tiene dos modelos idénticos, y sus camisones de cashmere, su legendario uniforme de trabajo. El ordenador solo lo utiliza para contestar emails; los vestidos de alta costura (siente predilección por Chanel ) y los tacones de Louboutin (se dice que colecciona más de 6.000 pares de zapatos) son para las pocas ocasiones especiales en las que no está trabajando. Porque un imperio como el suyo no se construye solo.
Steele no es la reina de la novela romántica por casualidad, sino gracias a un proceso creativo y una rutina de trabajo que le han permitido escribir más de 210 libros en menos de 60 años. Sus novelas románticas han vendido 1.000 millones de copias en todo el mundo, convirtiéndola en dueña de una fortuna que supera los 600 millones de dólares.
Por las mañanas, su día arranca con un mojito sin alcohol, un poco chocolate negro y media tostada. La otra media, ha contado, la comparten sus tres perros. Con eso, ya está lista para empezar. «Viva o muerta, llueva o haga sol, me siento en mi escritorio y me pongo a trabajar», ha dicho sobre una estricta rutina de trabajo que no conoce de vacaciones o fines de semana y que no ha hecho más que alimentar su leyenda.
Organizada (le encantan las listas) y extremadamente meticulosa (lo apunta todo en libretas que llevan su nombre en cada página), cuando está escribiendo no atiende el teléfono y no permite ninguna distracción, más allá de la inevitable visita al baño. Es habitual que encadene 22 horas de trabajo seguidas y afirma que con tres horas de sueño tiene suficiente para ser funcional. Frugal hasta la exageración no bebe café (a lo sumo, un descafeinado) ni té y nunca prueba el alcohol.
Aunque estudió diseño de moda y trabajó durante cinco años en una agencia de publicidad, Steel escribió su primera novela con 19 años, al mismo tiempo que se convertía en madre por primera vez. Mientras criaba a sus nueve hijos, sólo escribía cuando ellos estaban en la cama.
Durante el día, se encargaba de atenderles o llevarles al colegio y por la noche, cuando por fin la casa estaba en silencio, se sentaba frente a su máquina y se ponía a escribir. Cuando sus hijos fueron mayores, su editor le pidió que subiera el ritmo y pasó de producir cuatro libros al año a siete. Así, hasta los más de 210 títulos que, a sus 76 años, forman su impresionante bibliografía.
Ha contado que su proceso creativo suele partir de experiencias o ideas cotidianas que le asaltan mientras lee el periódico, ve la televisión o escucha una conversación ajena en un restaurante. Después de tomar muchas notas y de empezar a jugar con los personajes, la historia cobra vida propia y avanza imparable como «una bola de nieve». A veces, en un proceso sencillo e indoloro; otras, no tanto. Pero Steele nunca deja de escribir. Y ese, confiesa, es uno de sus secretos de su increíble productividad.
«Me encanta cuando un libro fluye. Algunas de mis ideas empiezan siendo mundanas, pero a medida que las escribo se vuelven mágicas, y nunca puedo predecir cómo sucederá. Otras veces es como arrastrar un elefante por la habitación, pero siempre lo superó», explicó en una entrevista con la revista Glamour, una de las pocas que ha concedido en los últimos años.
Después de escribir un primer borrador, Steel lo comparte con su editor. Mientras recibe sus notas, se pone a trabajar en otro de sus libros. A veces, lo hace en cinco o seis proyectos simultáneamente. Hasta la pandemia, la novelista nunca había experimentado un bloqueo creativo. El confinamiento le pilló sola en su apartamento de París. «Estuve 77 días encerrada. No había ninguna entrada externa que alimentase la máquina», ha explicado sobre por qué, por primera vez en toda su carrera literaria, no era capaz de escribir más de dos páginas al día.
Obsesivamente disciplinada y sin hobbies conocidos, más allá de sentarse a escribir o pasar tiempo con su extensa familia, Steele jamás llega tarde a un deadline. Quizá porque, salvo por una semana de vacaciones en verano y otra en Navidad, siempre está trabajando. De hecho, es habitual que empiece un nuevo libro el mismo día que ha terminado el anterior.
Y ese sigue siendo el plan. Sin interés por jubilarse y con la misma obsesión por contar historias que cuando empezó a escribir con 19 años, ha dicho que espera que la muerte le pille escribiendo.
20 de enero-18 de febrero
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