El universo de ficciones alrededor de Diana de Gales no para de crecer. Con Spencer, la película dirigida por Pablo Larraín en la que Kristen Stewart se marca una interpretación de Oscar, confirmamos lo obvio. Hace tiempo que el personaje Lady Di circula en la cultura pop con apenas un hilo de tenue conexión con su experiencia real. Ni siquiera en The Crown , la serie que se quiere retrato más o menos fiel de la monarquía británica en la era Isabel II, se ha podido disimular la lucha por suministrar una imagen determinada de la princesa del pueblo. Su amiga y asesora de guión, Jemima Khan, pretendía un acercamiento compasivo, pero desde la serie apostaron por la crudeza. Larraín va en la misma dirección: Spencer es, directamente, una película de terror.
La obsesión por la verosimilitud de 'The Crown' y 'Spencer', con actrices que son prácticamente un calco de Diana de Gales y una réplica milimétrica de sus gestos y sus looks más icónicos, es significativa. Como si se quisiera compensar la construcción de un personaje totalmente imaginario con retazos de realidad que solo alcanzan a la estética. Lo cierto es que cuanto más sabemos de las desgracias de Lady Di, menos la conocemos, pues hasta esas entrevistas en las que supuestamente se rompía en confesiones son producto de manipulación y extorsión y quién sabe, sería más que humano, si de rabia y venganza. Sin embargo, los directores y guionistas continúan suministrándonos a la misma princesa Diana: una mujer trágica, una víctima inerme en un contexto palaciego brutal.
En 1985, la periodista estadounidense Tina Brown describió a la princesa Diana como «el ratón que rugía». La apocada Diana Spencer que llegó a Buckingham como «una tímida introvertida que no podía soportar la vida pública», se convirtió en la fase final de su matrimonio (la que retrata 'Spencer') en «la estrella más brillante del escenario global». Y, sin embargo, pocos evocan a aquella mujer poderosa que bailó con John Travolta en la Casa Blanca. O a la incansable activista que apoyó la causa de la lucha contra el sida o pudo terminar con el uso de minas antipersona. Sam McKnight, el peluquero que transformó su melena en un 'pixie' en 1990, ha admitido que nadie en aquellas sesiones de fotos no orquestadas por la casa real la percibieron como víctima. «No creo que Diana ser viera a sí misma como víctima tampoco». Larraín, como antes tantos directores, prefiere incidir en su bulimia, en cómo se autolesionaba, en su inestabilidad emocional yen su miedo.
La victimización de Diana de Gales, su reducción a un estereotipo trágico, a un personaje unidimensional comprensible solo desde la pasividad y el daño, no es nueva. De hecho, forma parte sustancial de la leyenda de otra estrella convertida en mito: Marilyn Monroe. ¿Por qué nos enamoran tanto estas mujeres vapuleadas por el poder, bellísimas muñecas absolutamente sometidas por el sistema de turno? ¿Por qué la ficción le niega a estas mujeres algún tipo de agencia, cierta capacidad de resistencia o un mínimo empoderamiento? No es que le pidamos a la realidad algo que no puede darnos. Le pedimos a la ficción que no se regodee una y otra vez en el cliché de la bella e impotente que cualquiera querría salvar. En 'Spencer', Pablo Larraín pretenden ante todo retratar la violencia de la maquinaria monárquica británica, pero para hacerlo necesita una víctima. Es una pena que sea Diana de Gales, otra vez.