Jacinda Ardern, primera ministra de Nueva Zelanda. /
«Me voy porque un papel tan privilegiado conlleva responsabilidad: la responsabilidad de saber cuándo eres la persona adecuada para dirigir y también cuándo no. Sé lo que requiere este trabajo. Y sé que ya no me quedan fuerzas para hacerlo bien. Así de sencillo», explicaba Jacinda Ardern, una de las mujeres líderes más carismáticas de los últimos años, en un emotivo discurso pronunciado durante una reunión del Partido Laborista celebrada en la ciudad de Napier, en Nueva Zelanda.
La renuncia como primera ministra (una de las más jóvenes, junto a Sanna Marin, en ocupar este puesto), sin embargo, no será efectiva de manera inmediata. Sin una sucesión planificada dentro de su formación, se espera que el partido designe a su sucesor mediante votación en una reunión que tendrá lugar el próximo 22 de enero. Según ha explicado la propia Ardern, el proceso debería resolverse antes del 7 de febrero.
Aunque hace algunas semanas hubo rumores sobre una posible renuncia, no llegaron a materializarse. Ardern, que revalidó su mandato en 2020 con una amplia mayoría, llevaba sopesando su decisión desde el pasado verano. «Soy humana, los políticos son humanos. Damos todo lo que podemos durante el tiempo que podemos. Y luego llega el momento. Y para mí, es el momento», ha añadido. La primera ministra ha aclarado también que sus malos datos en las últimas encuestas no han motivado su dimisión.
Tras su llegada al poder en 2017 y a los 37 años, Ardern se convirtió en un auténtico fenómeno global. Joven, carismática, empática y feminista, representaba un nuevo estilo de liderazgo. También era la otra cara de la moneda del nuevo presidente norteamericano, Donald Trump. En cierta forma, se convirtió en el rostro de la resistencia progresista. Algo que también le situó en la diana de amenazas constantes y de un acoso sexista sin precedentes en las redes sociales.
Ardern en seguida se distinguió por actuar con decisión, audacia y rapidez ante las crisis. Gestionó con habilidad el inicio de la pandemia (con una de las tasas de mortalidad más bajas del planeta gracias a sus medidas restrictivas), pero también la que siguió a los ataques terroristas contra las dos mezquitas de Christchurch, consiguiendo prohibir la armas semiautomáticas poco después. También manejó con destreza las derivadas de la erupción del volcán White Island. En mayo de 2020, el 76% de los neozelandés aprobaba su gestión.
Sin embargo, la Jacindamanía comenzó a perder su brillo cinco años después de su llegada al poder. En dos últimos dos años, sus índices de aprobación se han resentido un mes detrás de otro. Las razones son múltiples: desde las altas tasas de inflación y sus problemas para combatir la desigualdad y la pobreza infantil (que en Nueva Zelanda afecta al 13,6% de los niños) al creciente precio de la vivienda y la violencia entre bandas juveniles, una de las grandes preocupaciones de los neozelandeses.
Por contra, su imagen en el exterior apenas se ha resentido y sigue creando auténtica fascinanción. Nunca un líder neozelandés había conseguido semejante proyección mediática. Además, las relaciones estratégicas e históricas de Nueva Zelanda con China han convertido a Ardern en una pieza diplomática de primer orden en un escenario global particularmente convulso.
Ardern ha explicado que no tiene más planes inmediatos que pasar más tiempo con su familia y aprovechó para agradecer públicamente el apoyo tanto de su marido como de su hija, Neve, a la que dio a luz cuando ya era primera ministra y con la que asistió, entre otros muchos eventos públicos, a una Asamblea General de las Naciones Unidas cuando la niña solo era un bebé. «Para Neve: mamá está deseando estar ahí cuando empieces el colegio este año. Y a Clarke: casémonos de una vez».
Preguntada por cómo le gustaría ser recordada, Ardern ha dicho: «Como alguien que siempre intentó ser amable. Espero dejar a los neozelandeses con la convicción de que se puede ser amable pero fuerte; empático pero decidido; optimista pero centrado. Y que puedes ser tu propio tipo de líder, uno que sabe cuándo es el momento de irse«.
La dignidad y la integridad de su salida son también testimonio del calibre de su liderazgo global. Que no se destruye por su dimisión, solo se transforma.