Paul Newman y Joanne Woodward. /
El problema de Paul Newman con la bebida llegó a ser tan grave que, en una ocasión, Joanne Woodward lo encontró en el suelo, inconsciente y sangrando por la cabeza tras caerse de la cama. Poco después, ella metió en un coche a las tres hijas de la pareja y huyó a la casa que tenían en la playa de Malibú.
Él la persiguió y pasó varios días rogando a gritos que le dejaran entrar. Finalmente, llegó a un acuerdo: se comprometió a dejar el whisky y los martinis que trasegaba a razón de media docena por noche; a partir de entonces, solo bebería cerveza.
Es tan solo uno de los relatados en ' Las últimas estrellas de Hollywood' (HBO), la nueva serie documental dirigida por el también actor Ethan Hawke, que demuestra hasta qué punto el medio siglo de unión sentimental entre Newman y Woodward fue mucho menos idílico de lo que la leyenda nos ha hecho creer.
Ella fue una de las actrices más respetadas de su generación; él protagonizó éxitos como Dos hombres y un destino y La leyenda del indomable, y se erigió en uno de los hombres más bellos jamás aparecidos en una pantalla. Que ambos mantuvieran lo que, según los estándares de Hollywood, fue una relación larga y estable les proporcionó una admiración a la que ellos, invariablemente, respondían con una modesta sonrisa.
«¿Para qué salir a comer una hamburguesa cuando tienes un solomillo en casa?», contestó una vez el protagonista de El golpe al ser preguntado por su fidelidad. Woodward siempre se mostró molesta por aquel comentario –«Me hizo sentir como un pedazo de carne», dijo– pero no tanto como cuando descubrió que, al menos en una ocasión, su marido sí había comido fuera.
La nueva serie se refiere de forma velada a una infidelidad, probablemente en referencia a la aventura amorosa que el actor vivió durante 18 meses con la periodista Nancy Bacon y en la que ahondó la biografía escrita por Shawn Levy en 2009. Clea, la menor de las tres hijas que tuvo la pareja, entregó a Hawke, antiguo compañero de instituto, miles de páginas de documentación.
En 1986, el actor había encargado a su amigo el guionista Stewart Stern que mantuviera una serie de conversaciones no solo con él y su mujer, sino tambien con amigos, colegas y otros allegados para una posible autobiografía. Cinco años después le pidió que dejara el encargo y en 1998 quemó las grabaciones en un arrebato. Lo que no sabía es que Stern ya había completado sus transcripciones.
En la recreación que Ethan Hawke hace de esas entrevistas se evidencia que enamorarse de Joanne cargó a Paul con un sentimiento de culpa que lo acompañaría a lo largo de toda su vida; después de todo, cuando se conocieron él ya tenía una esposa, Jackie Witte, y tres hijos.
La pareja se encontró por primera vez en agosto de 1952, en la oficina neoyorquina de un representante. Joanne no se dejó impresionar por los penetrantes ojos azules y los rasgos de deidad griega de aquel joven –dijo de él que parecía «conservado en hielo»–, pero bastó que debutaran juntos en Broadway un año después con un montaje teatral de Picnic –una historia, apropiadamente, sobre lo transgresor del deseo– para que la pasión se desatara.
«Dejamos un rastro de lujuria por hoteles, moteles, parques, baños, asientos traseros de coches de alquiler, piscinas y playas», rememora en la serie Newman acerca del apetito sexual de la pareja. Woodward alcanzó de forma más fulgurante el estrellato cuando en 1957, a los 27 años, ganó el Óscar a la Mejor Actriz gracias a Las tres caras de Eva.
Con Hollywood a sus pies, sin embargo, en cuanto sus hijas nacieron renunció a sus sueños para ejercer de madre, mientras su marido se convertía en una superestrella gracias a La gata sobre el tejado de zinc y El buscavidas. Pese a que siempre le quitó hierro al asunto, Joanne albergó cierto resquemor. «Espero que mis hijas entiendan que si viviera de nuevo mi vida posiblemente no tendría hijos; los actores no son buenos padres», admitió.
«Siempre supe que Paul era un alcohólico», se la oye tambien afirmar en la serie. A su juicio, su esposo solo encontraba la paz cuando estaba borracho, igual que tras dejar la bebida solo la encontraría pilotando coches de carreras. Fue uno de los refugios para el actor en 1978 cuando su único hijo varón, Scott, nacido de su primer matrimonio, falleció de sobredosis a los 28 años.
La filantropía fue el otro. La pareja puso en marcha un centro de rehabilitación para drogodependientes y un campamento para niños con enfermedades crónicas, y en 1982 crearon una compañía alimentaria, Newman's Own, que ha recaudado casi 600 millones de euros con fines caritativos.
Cuando murió de cáncer en 2008 a los 83 años, un año después de que su mujer se retirara de la vida pública tras ser diagnosticada de Alzheimer –en febrero cumplirá 93 años–, Newman seguía en guerra con sus errores pasados. Con las dudas que sentía acerca de su talento y que el Oscar obtenido finalmente en 1986 gracias a El color del dinero no logró disipar, con esa imagen de galán que tanto lo incomodó y a la que tanto debía, así como con el escaso crédito de Woodward pese a haber contribuido de forma tan esencial a su propio éxito: «Ella fue quien me enseñó, me dio forma y vida. Tan solo soy una criatura de su invención».