Eva Nogales estará en Santander WomenNOW. / Christopher MICHEL

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Eva Nogales, científica: «Me encanta ser el ejemplo de que puedes venir de una familia humilde y terminar de catedrática en Berkeley»

Acaba de recibir el prestigioso premio Shaw y su nombre, aunque a ella le cause pudor, suena en las quinielas del Nobel. Eva Nogales será una de las protagonistas de Santander WomenNOW, el congreso de liderazgo femenino organizado por Vocento.

Con una mezcla de pudor y timidez, Eva Nogales (Colmenar Viejo, 1965) quiere aclarar algo antes de empezar: de su boca no ha salido nunca que sea candidata al Nobel. «Los candidatos al Nobel no existen», apunta. Desde que en noviembre recibió el premio Shaw, conocido como el Nobel asiático, los perfiles de la catedrática de Berkeley (California, EE.UU.) que se han publicado en la prensa la sitúan en las quinielas de la academia sueca.

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Y seguramente no mienten. Pero, como buena científica, ella es cauta, paciente y prefiere no hablar de cosas sobre las que no existen evidencias irrefutables. «Me da vergüenza y también un poco de yuyu», reconoce. La otra parte de los titulares que le preocupa tiene que ver con sus orígenes.

«No me importa nada que se hable de que mi padre cuidaba ovejas y mi madre era bordadora, pero cuando yo nací ninguno de los dos se dedicaba ya a eso. Mi padre fue camionero toda la vida. Lo digo porque, a veces, todo se queda en un titular impactante. Pero, en realidad, me encanta ser un ejemplo de que puedes venir de una familia humilde y terminar siendo catedrática en Berkeley». Tanto es así, que habla más sobre su poderoso discurso acerca del poder de la educación y la igualdad de oportunidades un poco más adelante.

Nogales, que participará el 20 de junio en la sexta edición del summit sobre liderazgo femeninoSantander WomenNOW organizado por Vocento, es pionera en el campo de la criomicroscopía electrónica. «Suelo decir que me dedico a visualizar los componentes de la célula para entender cómo funcionan. Quiero ver las moléculas, qué forma tienen, cómo se mueven, cómo se enganchan las unas a las otras... Lo hacemos a nivel atómico para entender la química que está detrás de la vida. Eso permite conocer, por ejemplo, por qué una pequeña mutación puede dar lugar a defectos fisiológicos». También sirve para hacer que los fármacos encuentren su diana, «como una llave que entra en una cerradura y puede abrir o cerrar la puerta», señala de manera gráfica.

Descubrir la química de la vida

Pero su especialidad, en realidad, es la transcripción genética, un proceso imprescindible para la vida que cuando falla puede provocar enfermedades como el cáncer. «La transcripción es la lectura del genoma, que es un proceso muy complicado, que necesita muchísimas proteínas. Lo que hacemos nosotros es visualizar los componentes celulares que tienen que encontrar el principio de un gen en ese genoma gigantesco. Es como buscar las páginas del libro donde empiezan a hablar de un personaje concreto».

En el colegio, donde tuvo « tres profesoras maravillosas», quería «saber más de todo». «Me encantaba la historia, la lengua, la filosofía, la biología, la física, las matemáticas... Tenía esa capacidad de admiración, de que las cosas me impresionaran. Cuando tuve que decidir qué iba a hacer, me di cuenta de que quería formar parte del mundo académico, porque en ciencia eres un estudiante toda la vida. Cada uno hace su contribución y el siguiente empieza donde tú lo dejaste», reflexiona.

Aunque sigue encontrándole muchas ventajas a la espiritualidad («me encantaría ser profundamente creyente, porque esa fe te puede ayudar cuando la vida se pone difícil»), en el instituto empezó a ver «los agujeros» en la educación religiosa que había recibido y empezó a fascinarse por las fórmulas matemáticas y su capacidad de predicción de los fenómenos naturales. Y decidió estudiar Física.

A Nogales le gusta hablar del ascensor social. «Mis padres no estudiaron porque no podían, pero siempre quisieron que sus hijos hicieran algo interesante. Y eso es todo lo que necesitas: que tus padres fomenten la lectura, den prioridad a tus estudios, concedan valor al conocimiento y al esfuerzo», señala.

De becada en la Autónoma a catedrática en Berkeley

Ella, que estudió en la Universidad Autónoma de Madrid en los 80, disfrutó de becas para matrículas, libros y transporte, opina que recibió una «buena educación». Se perdió, eso sí, la Movida madrileña, que sucedía en las calles de Malasaña y otros barrios mientras ella estaba enfrascada en sus libros y sus estudios. «No era sólo que tuviese otras prioridades, es que no tenía dinero. Así de simple. No tenía dinero para tabaco ni para alcohol ni drogas ni conciertos... Si lo hubiera tenido, no sé qué hubiese hecho», especula entre risas. «Y, a pesar de todo, me hace una ilusión tremenda haber sido partícipe de aquel cambio en la sociedad en la sociedad española», reconoce.

Tenía claro, eso sí, que quería irse y tener una experiencia en Estados Unidos, donde aterrizó en 1993. El momento crítico de su carrera llegó mientras hacía su postdoc en un laboratorio de biofísica del Gobierno federal en Berkeley. «Hay quien dice: me voy a ganar la vida de científico, pero no me voy a romper la cabeza, no me quiero arriesgar. Y esa ciencia también es importante. Pero la verdad es que yo fui muy valiente, me arriesgué mucho, trabajé súper, súper duro y funcionó. Tienes que tener confianza en ti misma para hacer ese tipo de trabajo pionero. Logré hacer uno de esos descubrimientos que te ponen en el mapa. Salió bien, pero podría no haber sido así», asegura.

La científica se refiere al hallazgo de la estructura de la tubulina, una proteína que se autoensambla para dar lugar al «esqueleto» celular, y que fue portada de la revista Nature en 1998. Pero no ha sido el único. Entre sus éxitos científicos está su contribución al descubrimiento del funcionamiento del paclitaxel, un fármaco indicado contra varios tipos de cáncer, pero también su estrecha colaboración con la premio Nobel de Química Jennifer Doudna, inventora de la revolucionaria herramienta de edición genética CRISPR, a la que la investigadora española también contribuyó con el descubrimiento de la estructura de una proteína clave.

La tentación de volver a España

Además de eso, lleva 23 años pasando la escrupulosa criba y recibiendo las becas del Instituto Médico Howard Hughes, que le garantizan un cheque de un millón de dólares al año. «Eso me permite tener un laboratorio grande, hacer cosas a largo plazo. Parece que estoy presumiendo, pero es que estoy muy orgullosa, porque gracias a eso podemos hacer un trabajo puntero».

La científica española Eva Nogales, catedrática en Berkeley. / Christopher MICHEL

Ésa es también una de las razones por las que Eva Nogales nunca se ha planteado seriamente volver a España. Aunque lamenta no haberles podido ofrecer a sus hijos la experiencia de la «familia extendida española» en la que ella creció, su proyección científica siempre era demasiado grande para tomar la decisión.

«Tenía tal inercia, tal capacidad de seguir creciendo, un horizonte tan iluminado y veía las cosas tan cuesta arriba allí... En España, si el Ministerio sólo te da recursos económicos para tener un estudiante de doctorado o un postdoc, tienes que hacer una ciencia mucho más modesta, cosas más accesibles. Afortunadamente, cada vez hay más centros de excelencia que están llevando a cabo trabajos realmente punteros. Pero si hay una crisis económica sabes que lo primero que van a recortar es en ciencia. Y es muy duro no saber si dentro de cinco años vas a poder pagar a la gente que trabaja en tu laboratorio. En Berkeley, además, en cuanto te ven dudar te preguntan qué necesitas y te retienen como sea», explica.

Pero quizás ya haya llegado el momento. Nogales pone el ejemplo de Mariano Barbacid, que después de una brillante trayectoria en Estados Unidos regresó a España y puso en marcha el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO).

En las quinielas del premio Nobel

«Ahora que quizás ya no tengo tanto espacio para crecer, sí que pienso en otro tipo de retos. A veces me planteo si podría tener la iniciativa o la capacidad de crear algo así, pero dedicado a la Biofísica. No lo haría por continuar mi carrera científica, sino para aportar a otro nivel a la sociedad. Estoy estableciendo contactos a distintos niveles para explorar esa posibilidad», reconoce.

Poco antes de terminar la conversación, vuelve a salir el tema. El de los titulares. El Premio Shaw ha sido un bautismo de fuego para ella. «Con toda la gente que me ha llamado, no me puedo ni imaginar lo que tiene que ser ganar el Nobel». Comparte que muchos colegas le han dicho que podrían dárselo y que el Shaw puede funcionar como predictor. «Se concede a quienes han sido pioneros en un área para que luego otros construyan sobre esa contribución», apunta.

Ella es prudente y no quiere hablar en exceso del tema. Tampoco oculta que cualquier científico querría recibir esa llamada. Pero no solo por el prestigio. O para saciar el ego. Sino, sobre todo, para seguir contribuyendo al conocimiento científico.

«El Nobel es una oportunidad buenísima para hacer algo que va mucho más allá de tu trabajo. Por un lado, reconocen tu contribución, tus colegas te felicitan, tu familia está orgullosa... Pero, sobre todo, te convierte en alguien al que la gente escucha con atención. De pronto, eres interesante y tienes la oportunidad de hablar de ciencia, de otros científicos, de servir de referente». Y de transmitir la pasión, la curiosidad y la capacidad de admiración. La suya sigue siendo inagotable.

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