Alba Cervera Lierta, científica de la Generación Next
Hoy, 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, nos fijamos en 50 jóvenes brillantes y llenas de talento que se están abriendo camino, y han comenzado a destacar, en diferentes ámbitos: de la ciencia, al deporte, pasando por la empresa, la cultura o el activismo. Ellas forman la GENERACIÓN NEXT, las mujeres que ya están afrontando grandes desafíos y han conseguido importantes logros, pero que, estamos seguros, van a llegar aún más lejos. Estas son las investigadoras que están investigando nuestro futuro.
Crear un ordenador cuántico público en nuestro país, capaz de extender los límites de la computación tradicional y al que cualquier investigador tenga acceso, es el principal objetivo de Alba Cervera Lierta (Barcelona, 1992). Doctora en Física Cuántica e investigadora sénior en el Barcelona Supercomputing Center (BCS, el Centro Nacional de Súper Computación), coordina el proyecto Quantum Spain, en el que participan 14 instituciones públicas y que contará con una subvención de 22 millones de euros procedentes del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, para impulsar la creación de un ecosistema de computación cuántica en nuestro país.
«La computación cuántica es un nuevo paradigma, diferente a la que utilizamos en el día a día, desde los móviles hasta los ordenadores. Basándose en las leyes de la física cuántica, se han fabricado dispositivos que permitirán realizar cálculos que con computación tradicional tardarían mucho tiempo, gastarían mucha energía o que directamente no se podrían terminar», explica Cervera.
¿Y en qué campo se aplicaría esta computación? «En todo. Uno de los campos más relevantes es posiblemente la criptografía: de forma teórica, se ha demostrado que los ordenadores cuánticos pueden romper la criptografía actual, así que no nos servirían los cifrados actuales.
Por eso se está trabajando en encontrar nuevos cifrados resistentes a esta computación cuántica. Pero también puede tener aplicaciones en química, para desarrollar compuestos que permitan crear nuevos medicamentos; en ciencia de materiales, para encontrar materiales que, por ejemplo, conduzcan mejor la electricidad; o para desarrollar inteligencias artificiales más potentes y sofisticadas», explica.
Tras hacer el doctorado en Barcelona y hacer el postdoctorado en Toronto, Cervera regresó a España coincidiendo con la puesta en marcha del proyecto Quantum Spain. Su objetivo es contribuir «al ecosistema muy potente que se está alrededor de este campo tanto en Barcelona como en España. Estamos muy avanzados y estamos llamando la atención». Y hace un llamamiento muy especial a las niñas: «Es importante enseñar que somos muchas las mujeres que trabajamos en ciencia, que no todas somos premios Nobel, sino gente normal, como pueden ser ellas en el futuro. La ciencia es un trabajo que se nos da bien, no es solo algo de chicos».
El cáncer colorrectal (CRC) es el tercer cáncer más común en todo el mundo y la cuarta causa de muerte, debido a la amenaza que supone la metástasis para los pacientes. Entender los procesos que acaban dando lugar a la metástasis, para desarrollar tratamientos más efectivos, es el objetivo de la investigación de la bioquímica y doctora en Biología Molecular y Biomedicina Jone Mitxelena (Barakaldo, 1985), de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), cuyo proyecto ha sido reconocido por el programa L'Oréal-UNESCO For Women in Science.
«La Biología me empezó a interesar en el instituto. Sobre todo, cómo a través de la genética y la bioquímica podíamos entender y hacer frente a distintas enfermedades. Mi pasión por la genética y la biología molecular acabó de cocinarse en la universidad, cuando la profesora Ana Zubiaga me transmitió su entusiasmo por la investigación en el campo de la biología molecular del cáncer».
«Mi investigación se centra en el estudio de los detalles moleculares que definen los procesos tumorales –explica Jone–. Concretamente, trato de entender los cambios en la expresión de genes implicados en la diseminación de las células de cáncer colorrectal que dan lugar a la metástasis. En los últimos años, la tasa de supervivencia de los pacientes con CRC ha mejorado considerablemente, probablemente debido al diagnóstico temprano y a la mejora en la eficacia de los tratamientos. Desafortunadamente, un número significativo de pacientes desarrollan una recaída, asociada principalmente al desarrollo de metástasis».
Para la investigadora, recibir el premio del programa L'Oréal-UNESCO For Women in Science puede ayudar a «consolidar un currículum competitivo internacionalmente, que sirva como base para solicitar fondos que sustenten mi línea de investigación y atraer candidatos excelentes para trabajar a mi lado».
Su futuro, eso sí, lo tiene claro. «Hay momentos difíciles en los que hay que aprender a sobrellevar la frustración de que muchas de las hipótesis que nos planteamos acaban siendo negativas. Pero nunca me he visto haciendo otra cosa que no sea investigación. No lo cambiaría por nada. Los momentos buenos compensan todo el esfuerzo invertido y hacen que los malos no lo sean tanto».
Intentar explicar si el universo es infinito y hacia dónde evoluciona son dos de los sueños de esta madrileña de 34 años. Graduada y doctora en Física por la Autónoma de Madrid, y tras varios puestos postdoctorales que la llevaron al Instituto de Física Max Planck en Munich (Alemania), la Universidad de Utrecht (Holanda) y las de Cornell y Harvard (EE.UU.), desde hace casi un año compagina su trabajo en el Instituto de Física Teórica de la UAM con una estancia en el Centro Europeo para la Investigación Nuclear (CERN), donde se encuentra el acelerador de partículas.
«Cuando era pequeña, tenía claro que quería hacer algo que me permitiera aprender más cosas. Me gustaba ver las estrellas, mirar el cielo... Y la física es la rama que te permite entender las leyes fundamentales de todo lo que ocurre, incluido el universo», explica sobre el origen de su vocación, aunque reconoce que también fue importante el ejemplo de su tía, que es física como ella.
Ahora trata de explicar todo eso a través de la teoría de cuerdas, su especialidad: «Esta teoría puede describir de manera unificada todas las interacciones que hay en la naturaleza, desde las escalas enormes, como el universo, hasta las chiquititas, como una colisión entre partículas. Gracias a la teoría de cuerdas, puedes llegar a responder preguntas sobre el inicio del universo o sobre las partículas elementales que lo componen todo», explica.
Irene lidera una línea de investigación dentro de la teoría de cuerdas que se llama Swampland (en español, ciénaga), que permitiría conectar la gravedad cuántica y la teoría de cuerdas con el mundo real, dando lugar a predicciones universales. «El objetivo final es tratar de explicar las preguntas abiertas que nos dejan los experimentos, tanto en el acelerador de partículas como a nivel de cosmología, como por ejemplo por qué el bosón de Higgs que descubrieron en el CERN tiene la masa que tiene o por qué el universo se expande aceleradamente, que es uno de los grandes misterios que tampoco entendemos aún», señala.
Medalla de la Academia Joven de España y premio Investigadora Joven en Física Teórica de la Real Sociedad Española de Física, en 2021, tiene claro qué les diría a las jóvenes para que se animen a estudiar Física Teórica: «Que le echen ganas, que no se asusten. Investigar en Física es emocionante. Que no se crean jamás que no son válidas y se dediquen a lo que le apasiona»
«Mi hermana mayor, que también es química, me regaló mi primer Quimicefa a los ocho años, pero la investigación llegó a mi vida por casualidad», dice Rosa Arán-Ais (Elche, 1987), investigadora de la Universidad de Alicante y flamante Premio de la Ciencia Santiago Grisolía. Doctora en Electroquímica, ha pasado por prestigiosas universidades de EE.UU. y Alemania, hasta que en 2020, gracias al plan Gen-T de la Generalitat Valenciana, regresó a casa y se unió al grupo de Electroquímica de Superficies de la Universidad de Alicante como investigadora distinguida.
«Allí desarrollo estudios fundamentales de reacciones electroquímicas que intervienen en la conversión de energía, con mi grupo de investigación formado por varios estudiantes de doctorado, a los cuales también dirijo», señala.
«Elegí la Electroquímica porque, a pesar de ser una de las asignaturas «hueso» de la carrera, me parecía una rama de la Química súper interesante y atractiva, no sólo por la enorme relevancia que tienen los procesos electroquímicos en nuestro día a día, sino porque constituye la herramienta clave y necesaria para una transición hacia un modelo energético sostenible y respetuoso con el medio ambiente», asegura.
La investigación que ahora desarrolla será la base de las energías alternativas del futuro. «La comprensión de los procesos electroquímicos desde un punto de vista fundamental es imprescindible para entender los sistemas reales de producción y almacenamiento de energía y así poder d iseñar materiales más eficientes y selectivos para un determinado proceso electroquímico. Además, el conocimiento generado es la base para que las empresas puedan innovar y generar nuevas oportunidades de mejora», explica.
Para ella, «superar los retos diarios de la investigación exige trabajo duro, disciplina, resiliencia, dedicación y persistencia. Además, la creatividad es esencial. Lo que más me gusta de esta profesión es el continuo aprendizaje y desarrollo que se experimenta, no sólo a nivel profesional si no también personal. Ser investigador no es sólo hacer experimentos en el laboratorio; es pensar diferente en busca de soluciones, es discutir ideas con los colegas, es divulgar tus hallazgos y compartir tus experiencias, instruir a científicos más jóvenes y aprender con ellos en el proceso».
Cada año, 2.000 españoles reciben un diagnóstico de síndrome mielodisplásico, un término que agrupa a un conjunto de cánceres de la sangre en los que las células inmaduras en la médula ósea no dan lugar de manera eficaz a células sanguíneas maduras, como los glóbulos rojos, los blancos o las plaquetas. A él dedica sus investigaciones en el Centro de Investigación del Cáncer e Instituto de Investigación Biomédica de Salamanca (IBSAL), Mónica del Rey (Salamanca, 1983).
«Con nuestro proyecto pretendemos mejorar la precisión del diagnóstico de la predisposición genética en los síndromes mielodisplásticos, mediante la identificación de nuevos genes y alteraciones en pacientes donde no se ha podido llegar a un diagnóstico claro por otras técnicas. Además, buscamos probar el papel de algunas mutaciones genéticas, previamente identificadas por nuestro grupo, en la predisposición a la enfermedad, así como determinar opciones terapéuticas para los pacientes que las presentan».
Este proyecto, en el que participan cinco co-investigadores principales de los que tres son mujeres (ella misma, junto a Laura Palomo, del Institut d'Oncologia Vall d'Hebrón-VHIO, y Ana Alfonso, del Centro de Investigación Médica Aplicada-CIMA / Univ. de Navarra) ha recibido el Premio Jóvenes Investigadores de la Fundación Astrazéneca, que les permitirá tener una financiación de 225.000 € durante dos años.
Del Rey estudió Biología en la Universidad de Salamanca y realizó su doctorado en el Centro de Investigación del Cáncer (CIC) de Salamanca. Tras pasar por diversos centros de investigación extranjeros antes de su doctorado, estuvo luego cuatro años como investigadora en dos de los mejores centros del mundo en el estudio del cáncer: el Memorial Sloan Kettering de Nueva York y New York University.
Durante estos años, siempre se ha dedicado «al estudio a nivel molecular de los síndromes mielodisplásicos, para mejorar el diagnóstico, pronóstico y tratamiento de estos pacientes.Cuando te dedicas a la investigación en cáncer, una de tus mayores ilusiones es que tus resultados se traduzcan de manera directa en un diagnóstico más preciso, en una supervivencia más larga y/o en un tratamiento más efectivo. En definitiva, lograr que tus aportaciones puedan ayudar a mejorar la salud y calidad de vida de los enfermos», asegura.
«La ciencia consiste básicamente en plantearse preguntas e intentar darles respuesta. Cuando persigues esas respuestas y por fin das con ellas es un sentimiento fantástico –reconoce Mónica–. Y, si estas implican una mejora, en algún sentido, de los pacientes es motivador e interesante; diría que es lo que más me gusta de mi trabajo. Además, la ciencia tiene el poder de maravillarte, sorprenderte y de que cada día sea un reto y un aprendizaje diferente».
Desde hace un año, Nerea Zabaleta (Leitza, 1991) lidera uno de los proyectos de investigación punteros que se desarrollan en el hospital Mass Eye and Ear, asociado a la Facultad de Medicina de Harvard (Boston, EE.UU.). En ese centro, tiene varias líneas de investigación abiertas que giran en torno a un vector viral (un virus modificado genéticamente) llamado AAV, que puede ayudar a curar diversas enfermedades genéticas o infecciosas, y generar vacunas eficaces y seguras.
«La comunidad de terapia génica ya ha demostrado que podemos utilizar estos métodos para curar enfermedades genéticas. Por ejemplo, hay varios fármacos basados en AAV comercializados. Uno de los primeros tratamientos desarrollados es para un tipo de ceguera de origen hereditario; otro para una enfermedad que genera atrofia muscular. Estos tratamientos tienen limitaciones y seguimos mejorándolos, pero ver a un niño recuperar la capacidad de ver o andar es un regalo y una recompensa al esfuerzo que hacemos los investigadores».
Bioquímica y máster en Investigación Biomédica por la Universidad de Navarra, «empecé a hacer pequeños proyectos de investigación y me enamoré de la terapia génica, en gran parte gracias a mi mentora, la dra. Gloria González-Aseguinolaza. Cuando estaba terminando la tesis contacté con el dr. Luk Vandenberghe, profesor e investigador en Harvard, y en enero del 2019 cogí las maletas y me fui a Boston», reconoce Nerea, quien asegura que «la investigación ha sido mi pasión desde siempre. La biología humana y entender las causas de las enfermedad a nivel molecular me fascinaban. Me parecía increíble que fuéramos capaces de hacer zoom y llegar a «ver» que pasa a nivel microscópico».
Investigar en Harvard supone, para ella «recursos. Al poco de llegar, me di cuenta de que el límite era mi tiempo, había más recursos económicos, cursos, seminarios científicos y colaboraciones que tiempo para poder disfrutar de ellos. Estar en Harvard es una gran oportunidad, pero tener un laboratorio propio y poder decidir la dirección que mi investigación va a tomar es el sueño cumplido».
Para Alba Bossoms Mesa (Campdevànol, Gerona, 1996), el ADN «es una ventana a un pasado invisible. Junto con otras disciplinas como la arqueología, la geología... el ADN antiguo nos permite vislumbrar un tiempo lejano de poblaciones extintas». A esta tarea dedica sus investigaciones en el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Alemania, donde trabaja junto al biólogo sueco-estonio Svante Pääbo, ganador del Premio Nobel de Medicina de 2022 «por su descubrimiento sobre el genoma de homínidos extintos y la evolución humana».
Graduada en Genética por la Autónoma de Barcelona, Alba se apasionó por la Biología Evolutiva y, gracias a una beca Erasmus se formó, durante dos años, en universidades de Paises Bajos, Japón, Francia y Suecia. Fue en la Universidad de Uppsala donde comenzó a investigar sobre el ADN antiguo de la Edad Moderna: «Una vez descubrí este campo de estudio y su interacción con otras disciplinas (la geología, la arqueología, etc), no hubo vuelta atrás.
Mi siguiente proyecto, en el Instituto Nacional de Genética, también se centró en ADN antiguo (pero con muestras prehistóricas de la otra punta del mundo). Y mi doctorado actual en el Instituto Max Planck también se basa en estudiar ADN antiguo… mucho más antiguo. Ahora estudio neandertales, nuestros parientes de hace más de 40.000 años».
«Mi doctorado consiste en múltiples proyectos que avanzan en paralelo, con un hilo común: la genética de los neandertales. Hoy podemos obtener su ADN de diversos tipos de material arqueológico: huesos, dientes e incluso de la tierra de las cuevas. Mi objetivo es combinar esta información para hacer comparaciones que nos ayuden a entender mejor a los grupos de neandertales. Por ejemplo, ¿se parecían los de Bélgica a los de España? ¿O los de una cueva de hace 100.000 años a los que ocuparon la misma cueva 50.000 años más tarde?», se pregunta.
La investigadora destaca la importancia de estudiar el ADN antiguo por « su potencial para entender aquel momento en la prehistoria cuando nosotros no éramos los únicos humanos en la tierra, sino que coexistíamos con neandertales, denisovanos… grupos de humanos de los que ya casi no queda ni rastro, solo ecos en nuestros genes. Pero el ADN antiguo también se puede utilizar para estudiar periodos más recientes: el imperio romano, la colonización de América... Nos ayuda a entender nuestras raíces».
Bossoms, que señala que « la paleogenómica está siempre llena de sorpresas», reconoce sentirse «muy afortunada de estar rodeada de científicos tan excepcionales y tan generosos con su conocimiento. El Nobel reconoce su alto nivel, pero para mí, lo más admirable es su asequibilidad y paciencia al discutir proyectos. Las puertas siempre están abiertas para nuevas dudas o ideas». «Quiero dedicar mi vida a seguir aprendiendo cosas nuevas cada día, leyendo artículos, discutiendo teorías... Con la investigación, puedo hacerlo en buena compañía, con gente que comparte mi curiosidad y entusiasmo».
«Siempre me han gustado las novelas de misterio y los juegos de lógica ... Lo que más disfruto de dedicarme a la investigación es trabajar entre la frontera de lo que se conoce y lo que no, y la sensación de aportar un nuevo conocimiento sobre cómo funciona el mundo, aunque sea algo pequeño», reconoce la bióloga Arantxa Urchueguía (Valencia, 1989), investigadora que trabaja en el Área de Investigación en Vacunas de la Fundación Fisabio.
Tras estudiar en la Universidad de Valencia, ha pasado por centros en el Reino Unido, Suiza, EE.UU., y España, especializándose en Biología de sistemas, campo en el que hizo su tesis doctoral. «Es un campo muy interesante porque integra el conocimiento de diferentes disciplinas científicas. Combina física, matemáticas, biología o computación para entender el funcionamiento de los seres vivos como un conjunto.
Desde el punto de vista biológico, una enfermedad, un mecanismo o un organismo son el resultado de muchos procesos y rutas moleculares y de las relaciones entre sí de todos esos procesos. Para entender cómo ese complejo conjunto da lugar a un resultado concreto (que un organismo viva, que un virus se contagie, que una enfermedad se desarrolle), resulta crucial examinarlo desde distintas disciplinas. Esta combinación nos da una visión más completa de la realidad», explica.
Actualmente, su trabajo se centra en dos aspectos: «Por un lado, evaluar la seguridad de las vacunas (especialmente contra el Covid-19) mediante el análisis de grandes bases de datos de salud en la Comunidad Valenciana. Por otro, entender la incidencia de enfermedades respiratorias infecciosas, también en esta Comunidad. Por ejemplo, las bronquiolitis causadas por el llamado virus respiratorio sincitial (VRS)».
«Me gustaría contribuir a entender hasta qué punto las características biológicas de una persona influyen en la gravedad de una enfermedad infecciosa. También cómo afectan a las enfermedades las bacterias de nuestro cuerpo (la microbiota), tanto para agravar síntomas, como para protegernos de enfermar gravemente. El objetivo final es estudiar si eso podrá ayudarnos a desarrollar mejores terapias», asegura sobre sus retos.
Sintetizar nuevos materiales híbridos porosos que luego se puedan emplear en la energía, la medicina o el medio ambiente es el principal de Sara Rojas Macías (Badalona, 1984), investigadora del Departamento de Quimica Inorgánica de la Universidad de Granada que el año pasado recibió el Premio Joven Investigador, en su modalidad Investigador Postdoctoral, de la Real Sociedad Española de Química (RSEQ).
«Desde pequeña, tenía inquietud por resolver acertijos o adivinanzas que mi padre me proponía, en el colegio me encantaban las Matemáticas y la Física», asegura. «Me licencié en Química por la Universidad de Barcelona en 2007 y, tras tres años, empecé mi tesis doctoral en la U. de Granada relacionada con el uso de nuevos materiales porosos sintéticos en aplicaciones biomédicas». Luego llegaron dos estancias postdoctorales en el Institut Lavoisier de Versailles (Francia), y el Instituto IMDEA Energía de la Comunidad de Madrid, antes de regresar a Granada, donde trabaja como investigadora postdoctoral Juan de la Cierva.
«Básicamente somos un laboratorio de síntesis de nuevos materiales porosos llamados MOFs, del inglés Metal-Organic Frameworks, que tienen una estructura bien definida con cavidades o poros –explica sobre su trabajo–. Los podemos imaginar como si fueran ladrillos, con una estructura ordenada y poros o canales donde podemos, por ejemplo, almacenar gases (por ejemplo, de efecto invernadero) o fármacos.
Así, entre otros estudios, hemos desarrollado m ateriales sintéticos capaces de absorber contaminantes presentes en agua, ya que quedan retenidos en esos poros». A su juicio, «la búsqueda de nuevos materiales es la base para afrontar importantes retos. Por ejemplo, deseamos encontrar una nueva manera de producir energía respetuosa con el medio ambiente y que no genere desechos. Eso podemos hacerlo a partir de un nuevo material que sea capaz de producir una reacción que hasta ahora era imposible».
De momento, su investigación se centra en el d esarrollo de nuevos pesticidas más respetuosos con el medio ambiente y la salud, y reconoce que «me gustaría desarrollar un nuevo material (o una nueva familia de materiales) que sean efectivos, a la vez que ecológicos, con el fin de disminuir la contaminación de nuestras tierras y nuestra agua».
Aunque estudió Ingeniería Superior de Telecomunicaciones en la Universidad de Zaragoza, la investigación de esta zaragozana de 34 años tiene como objetivo « predecir, de manera no invasiva, el riesgo cardiovascular, en particular, de arritmias ventriculares malignas que pueden desembocar en muerte súbita cardiaca».
«Mi primer contacto con la investigación lo tuve en quinto curso, durante el Proyecto Final de Carrera, que hice en el grupo de investigación Biomedical Signal Interpretation and Computational Simulation (BSICoS), en el Instituto de Investigación en Ingeniería de Aragón (I3A), de la Universidad de Zaragoza. Me gustó mucho poder aplicar las técnicas que habíamos aprendido en la carrera a una aplicación biomédica, en mi caso el análisis de la señal de electrocardiograma para predecir riesgo cardiovascular». Al terminar, se matriculó en el Máster de Ingeniería Biomédica y, después, hizo el doctorado de Ingeniería Biomédica, antes de marcharse a Queen Mary University of London, en Londres, para investigar la genética y la biología subyacente a la señal de electrocardiograma.
«Vi que podría matricularme en el Máster de Ingeniería Biomédica si antes obtenía la titulación de Ingeniería de Telecomunicaciones, y por eso soy 'teleco'. No son titulaciones tan diferentes. Por ejemplo, un Ingeniero de Telecomunicaciones está mejor preparado que muchos otros en técnicas de procesado de señal (filtrado, transformaciones, análisis de correlación, etc), y esto es perfectamente aplicable en el entorno biomédico, lo único que cambia es el origen de la señal».
Desde hace un año, está de vuelta en el grupo BSICoS, donde « analizamos datos y señales biomédicas que pueden obtenerse de manera fácil y sencilla, como la señal de electrocardiograma o los datos genéticos. Utilizamos técnicas de ciencia de datos para analizar mucha información de muchos sujetos y, así, poder encontrar patrones que indiquen una predisposición a sufrir una arritmia ventricular», explica.
«Lo más satisfactorio de la investigación para mí es aprender, obtener conocimiento de la investigación de otras personas, pero también generar conocimiento con mi investigación. La sensación de estar descubriendo nuevos conceptos, técnicas o marcadores de riesgo, en mi caso, es muy satisfactoria».