Mackenzie Scott en una de las pocoas imágenes que existen de la ex mujer de Jeff Bezos. /
A simple vista, se diría que las mujeres más ricas del mundo pertenecen a un mismo club de estrictas reglas. Y es cierto que Françoise Bettencourt Meyers , Julia Koch o Alice Walton comparten, además de sus fortunas, su alergia por las fotos y las entrevistas y su empeño por blindar su privacidad y alimentar sus auras de misterio. Pero no todas responden al mismo perfil. Mackenzie Scott (quinta mujer más rica del mundo) también es legendaria por su timidez y su bajísimo perfil público, pero sobre todo por su compromiso por dejar de formar parte de ese selecto grupo de multimillonarias. Dueña de la fortuna número 37 del planeta, en 2021 Forbes la consideró la mujer más poderosa del mundo por reinventar con su generosidad la filantropía moderna.
Y todo, gracias a un divorcio histórico, el que en 2019 firmó con su marido de los 25 últimos años Jeff Bezos, fundador de Amazon. La separación fue civilizada y muy rentable para ella: 19,7 millones de acciones valoradas en 36.000 millones de dólares. Cuatro años más tarde, su cuenta corriente ha menguado ligeramente (se estima que su patrimonio ronda los 34.400 millones), pero por el camino se ha convertido en una leyenda.
Creció en un hogar de clase media y con unos padres que siempre le animaron a estudiar y a dedicarse a la literatura, su gran pasión. Empezó a escribir siendo una niña y en la universidad llegó a ser pupila de la premio premio Nobel de Literatura Toni Morrison, pero poco después de llegar a Nueva York con la idea de escribir su primera novela, conoció a Jeff Bezos en una entrevista de trabajo. El resto, efectivamente, es historia. Después de casarse, se trasladaron a Seattle, donde Bezos empezó a dar forma a lo que entonces solo aspiraba a ser una web de venta de libros. De hecho, Scot fue la primera contable de la tecnológica. Madre de cuatro hijos (tres biológicos y una niña adoptada en China), en sus ratos libres siguió escribiendo y, en 2006, publicó una primera novela muy bien acogida por la crítica.
Desde que su separación de Bezos se hizo pública y recuperó su apellido de soltera, Scott siempre ha actuado con un gran sentido de la urgencia. Un mes después de firmar su histórico divorcio, anunció su incorporación a The Giving Pledge, la iniciativa de Warren Buffett y Bill y Melinda Gates que aglutina a las grandes fortunas que se comprometen a donar la mayor parte de su patrimonio. «Además de todas las cosas con las que me ha obsequiado la vida, tengo una cantidad desproporcionada de dinero para compartir. Mi acercamiento a la filantropía seguirá siendo considerado. Le dedicaré tiempo, esfuerzo y atención. Pero no pienso esperar. Y me emplearé a fondo hasta que la caja fuerte esté vacía», dijo entonces.
Y desde ese momento no ha hecho otra cosa que cumplir su palabra. En los últimos tres años Scott ha donado 14.400 millones de dólares a 1.600 organizaciones sin ánimo de lucro diferentes. Pero no es sólo la dimensión de su generosidad la que está revolucionando la filantropía moderna, sino, sobre todo, el método que utiliza para desprenderse de su fortuna.
Sin estructura, staff o sede física, Scott ha impuesto un modelo «sin ataduras» que ha desplegado con el asesoramiento de la consultora Bridgespan. Su filosofía consiste en no pedir cuentas a las organizaciones beneficiarias dejándoles gestionar el dinero con total libertad y sin necesidad de auditorías, burocracia o larguísimos procesos de petición de becas. Tanto es así que algunas ONGs creyeron que se trataba de una estafa cuando el equipo de confianza de la filántropa se puso en contacto con ellos por primera vez.
Tampoco tiene una causa justa de cabecera, sino prácticamente todas. Ha donado dinero a todo tipo de organizaciones, desde las que apoyan el acceso a la educación o el empoderamiento femenino a las que trabajan contra el cambio climático y a favor de la justicia social. Curiosamente, en su mayoría son ONG muy vinculadas a proyectos locales, al contrario de lo que es habitual en su ex marido, Jeff Bezos, que prefiere donar a instituciones de prestigio como la universidad de Princeton o el museo Smithsonian. En cualquier caso, las comparaciones con el tercer hombre más rico del mundo son odiosas: mientras se estima que la filántropa se ha desprendido ya del 18% de su fortuna; su ex solo ha donado el 1%.
Scott tampoco da excesivas explicaciones acerca de su labor filantrópica, más allá de algunos anuncios puntuales. En diciembre, eso sí, publicó por primera vez la lista de organizaciones beneficiarias y sus contribuciones en una página web, Yield Giving, creada a ese fin y que destaca por ser tan escueta como sobria, reflejo, sin duda, de la personalidad de su creadora.
De su vida privada tras el divorcio apenas se sabe nada salvo que, en 2021, se casó con Dan Jewett, profesor de química en la escuela privada de sus hijos y del que se divorció apenas un año después. La pareja había firmado un contrato prematrimonial para blindar la fortuna que Scott planea seguir gastándose sin tregua.