ENTREVISTA

Hablamos con Jonathan Becker, el taxista que recogió a Andy Warhol de Studio 54 y acabó fotografiando al rey de Inglaterra

La leyenda de la fotografía está de enhorabuena: el Museo Katonah de Nueva York celebra una retrospectiva de su impresionante trayectoria, por la que desfilan desde la duquesa de Alba a Isabel Preysler.

Jonathan Becker, uno de los fotógrafos con más historia que contar. / getty

Eduardo Verbo
Eduardo Verbo

Jonathan Becker (Nueva York, 1954) ha retratado a tantas leyendas que ha terminado convirtiéndose en una de ellas. No es de extrañar que la retrospectiva sobre su obra en el Museo Katonah de Nueva York, que se puede visitar hasta el próximo 25 de enero y ha sido comisariada por Mark Holborn, haya sido un auténtico éxito y el lanzamiento de su libro, 'Jonathan Becker: Lost Time', editado por Phaidon, vaya por el mismo camino.

Exactamente, por el camino de Becker siguiendo el guiño a Proust del título de ambos homenajes. No es difícil llegar a la conclusión de que 'Lost Time' ['Tiempo perdido', en español] hace referencia a 'En busca del tiempo perdido'. Pero, aunque el fotógrafo se muestra feliz por todos estos tributos desde la comodidad de su hogar en Bedford, un pueblo de mansiones de estilo colonial cercano a la Gran Manzana, sabe que su vida no ha sido precisamente como la de la famosísima duquesa de Guermantes del escritor francés, aunque haya terminado rodeado de trasuntos de la tan ficticia como exquisita dama de la sociedad gala.

Hijo de William Becker, crítico de teatro, financiero y exportador a Estados Unidos de películas de directores como Federico Fellini, Ingmar Bergman, Michelangelo Antonioni, François Truffaut, Luis Buñuel o Akira Kurosawa, su padre fue para Jonathan, en palabras de Capote en 'Música para Camaleones', un don, pero también un látigo. «Fue difícil conmigo. Imagino que quería otra cosa para mí», confiesa.

Su madre, en cambio, fue siempre un soporte moral. Patricia Birch era una discípula de Martha Graham, la célebre coreógrafa estadounidense, y una de las grandes estrellas de Broadway. Sin embargo, aquel Jonathan Becker adolescente no tenía muy claro qué sería de su vida. Estaba -de nuevo, la referencia a Proust- perdido, sin un camino que seguir.

Y, a bordo de un Volkswagen que heredó de su abuela y entre las quejas de su padre sobre su devenir, siguió la premisa de un buen amigo y se apuntó a un curso de verano en Harvard acerca del Surrealismo. Tenía 19 años. «Siempre me interesó ese período de entreguerras. Me pareció muy romántico. Me divertía todo lo que había pasado en París en esa época», cuenta al otro lado del teléfono, antes de viajar precisamente a la capital de Francia para convertirse en el fotógrafo de Le Bal .

Nicole Kidman, en la fiesta de los Oscar de Vanity Fair del año 2000 en West Hollywood. / Jonathan Becker

La gala donde el pasado 30 de noviembre se pusieron de largo las debutantes más fascinantes del gotha internacional y que cada año organiza Ophèlie Renouard , la relaciones públicas mejor conectada de París y una de las damas con mejor gusto de la ciudad. Este año, Eugenia de Borbón , hija de Luis Alfonso de Borbón y nieta de Carmen Martínez-Bordiú, y Apple Martin, la hija de Chris Martin, de Coldplay, y Gwyneth Paltrow se han convertido en las grandes estrellas.

Volviendo a Becker, en el posgrado sobre el Surrealismo, escribió un ensayo acerca del fotógrafo Brassaï, testigo de la fascinante Belle Époque, que llegó hasta las manos del húngaro. El casi octogenario Brassaï, al que Becker define como un hombre «muy tímido», quedó tan impresionado con el trabajo de Becker que le envió una carta felicitándolo.

Se hicieron amigos y Jonathan viajó incluso a París, donde el veterano residía. Su padre parecía enorgullecerse del nuevo rumbo del jovencísimo Jonathan. «Él fue el responsable de encontrarme una habitación allí. Resultó ser la del actor Jean-Pierre Léaud, que la dejaba porque había discutido con su descubridor, François Truffaut».

Tras una temporada en la capital gala como corresponsal fotográfico para la revista de moda «W», para quien fotografió al director de cine Louis Malle entre otras estrellas de cine, volvió a Estados Unidos y disparó su flash en las mejores fiestas para la misma cabecera que le había dado su primera oportunidad. Sin embargo, su premisa siempre fue no hacer publicidad y, hasta fotografiar a Fran Lebowitz, el rey Carlos de Inglaterra en varios de sus predios o a Donald Trump en su ático de tres plantas en Manhattan, se las tuvo que arreglar para llegar a fin de mes.

Carlos, príncipe de Gales, y Camilla Parker-Bowles en el Palacio de Buckingham de Londres en 2001. / Jonathan Becker

Así fue cómo Jonathan Becker decidió convertirse en taxista durante tres años, mientras hacía sus primeros pinitos en la gran ciudad. Un día, mientras hacía cola a la salida de Studio 54 - «nunca me han gustado las discotecas», remarca-, recogió a Andy Warhol , para el que más tarde terminó trabajando. «Era muy seductor y exigente. Y si no tenías una dirección en tu vida, se volvía peligroso, pero por suerte yo sabía lo que quería. O al menos lo que no quería», confiesa Jontahan. «Nunca he estado interesado en los famosos porque sí, sino en la gente interesante», apunta.

Aquel trabajo como taxista no fue baldío sino más bien metafórico. «Un día llegué a casa de la editora de moda Diana Vreeland y le hice una fotografía en su icónico salón rojo. Me reconoció como el taxista que la había llevado un día a su casa», manifiesta Becker con cierto orgullo. Luego llegó su época dorada trabajando para Vanity Fair bajo la batuta del legendario Graydor Carter, donde recaló gracias a la recomendación de Bea Feitler, icónica directora de arte de Harper 's Bazaar y Rolling Stone.

Sus compañeros fueron Richard Avedon, Irving Penn, Helmut Newton o Bill King. Sus retratados: desde Gloria Vanderbilt a Carolina Herrera, Gloria von Thurn und Taxis, Bianca Jagger, Peter Beard o Basquiat. Pero Jonathan también lo hizo para la época dorada de la edición española, con Lourdes Garzón al mando, y retrató a Carlos Falcó, Isabel Preysler, la baronesa Thyssen…

Ha colaborado con grandes del sector como el estilista André Leon Talley, el escritor Dominick Dunne o el periodista Bob Colacello. ¿Con quién de todos disfrutó más?

André era genial. Dominique, terrible. Y Bob es adorable. Un tipo brillante.

Y con sus compañeros fotógrafos: Slim Aarons, Annie Leibovitz, Helmut Newton, Avedon…

A Avedon solo lo conocí una vez. Con Annie tenemos carreras paralelas y nos hemos visto vagamente, en el tiempo. Y Slim era muy competitivo, pero cuando se jubiló nos volvimos muy amigos.

Ha estado en Clarence House con los hoy reyes Carlos y Camilla…

Sí, me impresionó que alguien se encargaba de ponerles pasta dentífrica cada noche en su cepillo. Tienen un servicio excelente. En todo caso, admiro mucho al rey porque ha dedicado su vida a la Corona.

Portada del libro Lost Time, de Jonathan Becker. / editorial phaidon

Conoció al Rey Juan Carlos tras su abdicación cuando se rumoreaba que se instalaría en República Dominicana…

No lo podría admirar más. Ha cometido algunos errores, pero no deja de ser un hombre. Todos cometemos errores. Él creó un fantástico país moderno. Adoro España. Es un hombre muy caliente

¿Caliente?

Sí.

Caliente significa «horny», o sea, cachondo, Jonathan.

Oh, no, no. No quería decir eso. Me refería a cálido, cercano. Pero sí, es muy varonil, aunque no sea políticamente correcto decirlo ahora.

También fotografió a la duquesa de Alba.

Sí. Tenía un gran sentido del humor. Le pregunté sí la podía retratar como La Maja. Me contestó: «Por supuesto, pero no como la desnuda».

Imagine que vuelve a ser taxista, ¿dónde iría?

Exploremos la ciudad juntos. ¿Pagarás por ello?

¿Cuánto cuesta?

Los taxis son carísimos. Mejor damos la vuelta en mi coche. Eso será más económico.

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