No son pocas las familias de los valles pirenaicos de Navarra y Aragón que han conservado, generación tras generación, vistosos juegos de café de porcelana de Limoges. Piezas de delicada factura, cuyos actuales propietarios apenas recuerdan cómo llegaron a sus vidas. «Tienen muchas posibilidades de acabar en una almoneda y me parece tremendo por toda la historia que contienen», comenta Elena Moreno (Bilbao), cuya última novela, La frontera lleva su nombre, cuenta el origen de esos y otros bienes que, desde finales del siglo XIX hasta la primera mitad del XX, llegaron a España procedentes de Francia.
«Cientos de mujeres atravesaban los Pirineos caminando. Durante cuatro o cinco jornadas dormían en cuevas y refugios de pastores, hasta llegar a un lugar en el que un carro las llevaba a ciudades como Mauleón, donde trabajaban fabricando alpargatas», explica.
Conocidas como golondrinas, por abandonar su lugar de origen en otoño y regresar en primavera, estas mujeres, algunas de ellas niñas que no sabían leer ni escribir, sorteaban los peligros sin más apoyo que el que se prestaban unas a otras.
«Finalizado el trabajo no podían cambiar los francos por pesetas, así que compraban cosas para hacerse el ajuar. Por ejemplo, un reloj de pared, unos bordados para las sábanas, pasamanería para el traje regional y esos juegos de café de porcelana de Limoges».
' La frontera lleva su nombre' narra la historia de cutro mujeres de nombre Esperanza, cuyas vidas están marcadas por el trabajo como golondrinas y el silencio asociado a él. «Era un silencio económico, porque no era una emigración relevante en términos de riqueza, y un silencio moral, porque muchos aspectos de las vidas de esas mujeres no se podían contar por vergüenza y dolor», comenta la escritora, cuya novela analiza también el lugar que ocupaban las mujeres en la sociedad.
«Además del trabajo como golondrinas, muchas se hicieron cargo del trabajo de los hombres cuando estos se fueron al frente. Sin embargo, a su regreso, fueron relegadas hasta el punto de no poder tener una cuenta corriente o derecho al voto. Por eso, la Esperanza que cuenta la vida de su familia en mi novela es la más joven, la que ha podido viajar pero no para realizar un trabajo precario, sino para formarse como traductora; la primera que ha sido realmente libre y ha podido romper ese silencio», comenta la autora que, si bien aclara que la historia no tiene que ver con su familia, no niega ciertas coincidencias.
«Mis personajes están hechos de trozos de mí. Una Esperanza tiene devoción por Serrat, al que le juré amor eterno. Y la novela está dedicada a mi abuela Matilde que vivió tres guerras, demasiadas para una sola vida. Aunque nació en Francia, nunca nos habló en francés y yo nunca le pregunté por qué. Solo supe que sus dos hermanos habían muerto en la Grande Guerre. En su caso, ese silencio del que hablábamos hizo que silenciase hasta su lengua».