Es un autor de novela negra de éxito mundial, pero Joël Dicker (Ginebra, 1985) no lee novelas negras. A los 25 años escribió La verdad sobre el caso Harry Quebert, un libro que atrapó a más de 15 millones de lectores en todo el mundo, se tradujo a 42 idiomas ?y le convirtió en un fenómeno literario global.
Diez años después llega a las librerías su secuela, El caso Alaska Sanders (Alfaguara), con los mismos personajes: el escritor Marcus Goldman y el sargento de policía Perry Gahalowood. Un mensaje encontrado en el bolsillo del pantalón de Alaska Sanders, una mujer cuyo cadáver aparece el 3 de abril de 1999 al borde de un lago en una pequeña localidad de New Hampshire, pone en marcha esta trama en la que se conjugan de nuevo todos los elementos que dieron fama al escritor suizo: detalladísimas descripciones, una prosa clara y directa, la superposición de varias líneas temporales, los secretos y los fantasmas del pasado...
Simpático y cercano, espantando cualquier cliché de escritor superventas, Dicker nos recibe para hablar de su nueva novela en Ginebra, en la sede de la pequeña editorial que acaba de fundar, Rosie and Wolfe, ubicada en un luminoso piso de estilo art decó, y desde cuyos balcones hay unas vistas privilegiadas del lago Lemán.
Mujerhoy. ¿Cómo ha sido reencontrarse con los mismos personajes que creó hace ya una década?
JOËL DICKER. El caso Alaska Sanders forma parte de una trilogía, pero escribí la tercera entrega, El libro de los Baltimore, antes que este, que es la segunda. Era algo que ya había previsto, pero, después de que se publicara La verdad sobre el caso Harry Quebert, no quería que nadie pensase que lo hacía por pura inercia. Después de 10 años, todavía me apetecía retomar la historia. Yo mismo me quedé sorprendido y feliz de descubrir que mis sentimientos hacia estos personajes no habían cambiado.
Llama la atención el gran protagonismo que concede a la amistad masculina.
No fue algo que me propusiera. Me interesa mucho la amistad en general. Tenemos muchas relaciones agradables, gente con la que bebemos una cerveza o cenamos, pero un amigo, un verdadero amigo, es más importante que la verdadera familia, porque esta te viene dada. Los amigos significan construir algo; la amistad nace de la voluntad, de la querencia. Más allá del éxito, lo que queda al final de tu vida son los amigos, que son los que llorarán tu muerte y portarán tu ataúd.
¿La clave del éxito de la pareja que forman Gahalowood y Goldman está en su química personal?
Son bastante parecidos, porque ambos son tipos solitarios y poco expresivos. Pero, se comprenden muy bien sin hablar, se complementan. Goldman, el escritor aporta cierta ingenuidad, representa una forma de investigar muy creativa e investiga porque tiene un sentido muy fuerte de la justicia. El sargento Gahalowood tiene una obligación profesional y una mirada más experimentada, técnica.
Pero, ambos son como usted o yo, no tienen aparatos sofisticados. Son un equipo. Cuando escribí La verdad sobre el caso Harry Quebert entendí que si el protagonista era un policía, sería una novela negra pura, y yo no quería eso; si lo era el escritor, ¿justificaría su intervención? Entonces fue cuando me pregunté qué pasaría si les juntaba.
¿Marcus Goldman es su álter ego? ¿Qué rasgos diría que comparten?
Sí y no. No, porque nació de lo que yo no soy. Pero a la vez me proyecto en él. Tenemos un vínculo, básicamente porque lo he construido yo, por eso es una parte de mí. Sobre todo quería imaginar un personaje que fuera mi negativo. Marcus tiene 30 años, ha escrito un solo libro y ha tenido un éxito inmediato. Yo por entonces tenía 25 y las editoriales ya me habían rechazado muchas veces.
Pero también sabe lo que es convertirse en un fenómeno literario. ¿Cómo ha conseguido sobrevivir a algo así?
Intenté no perder la cabeza. Es verdad que es extraño, porque la mirada de los demás hacia ti cambia. Si hoy usted sale a la calle y alguien le llama por su nombre, espera que se trate de alguien a quien conoce. Si al volverte, no identifica a esa persona, puede sufrir cierta extrañeza. Cuando eres una persona famosa, eso te pasa todo el rato. Es algo a lo que tienes que acostumbrarte. Pero también es un éxito que atañe a los libros, no a mí, y eso lo hace más llevadero.
Cuando termino la promoción, hago limpieza general, me pregunto sobre qué quiero hacer en la próxima novela, me encierro y escribo; un proceso que tengo asimilado y que también me protege bastante. Como tampoco sabes cuánto va a durar una racha como la mía, hay que disfrutar este éxito, es genial que lean tus textos y que gusten.
¿Qué diferencia hay entre el Joël Dicker de hoy y el que recibía solo rechazos?
Es difícil decirlo ahora, con 37 años, cuando casi han pasado tantos años como los que tenía entonces. Supongo que el gran cambio es que he adquirido experiencia. Lo que hay entre esos dos momentos es la evolución de un hombre joven que se convirtió en adulto. Y a eso se sumó toda la experiencia de la escritura: aprender y comprender sus mecanismos, ser capaz de dominar los sentimientos...
Usted ha dicho que no lee novela negra y que considera que sus libros en absoluto pertenecen a este género. ¿Qué diría entonces que son?
Bueno, sí, son novelas negras: hay un asesinato, policías y una investigación que llega hasta el final. Pero si digo que son novelas negras, enseguida recibo cartas de lectores que me dicen: «Soy lector de novela negra y su novela no respeta los códigos del género».
En mis novelas, hay muchos personajes y muchas intrigas menores, pero que son muy importantes. Lo que me gusta especialmente de la novela negra es que es el único género que conozco que me permite utilizar todo tipo de recursos, en el que se pueden adoptar todos los puntos de vista y volver atrás en el tiempo a tu voluntad.
Si tuviera que escoger solo un elemento, ¿cuál cree que es primordial en una buena novela de detectives?
Diría que sobre todo ser fiel a la promesa que haces al lector cuando arranca la historia. Eso es lo que hace que se mantenga 600 páginas contigo, que se vea arrastrado por la historia, que se haga preguntas, y que, cuando se sienta perdido, sepa que va a llegar una respuesta.
No puedes escribir un libro de 600 páginas con una investigación por asesinato en el que el asesino aparezca seis páginas antes del final, eso sería una traición. Es la promesa de esas cosas implícitas las que hacen que la experiencia como lector merezca la pena.
¿Tiene una metodología que aplique a cada nueva novela?
No tengo un plan, y eso me obliga a saber todo el tiempo dónde estoy y a mantenerme en alerta constante para no perderme. Parece una proeza, pero es mi forma natural de trabajar.
¿Ha llegado a alguna conclusión sobre qué es el suspense?
Es el arte de contar. No se trata solo de introducir momentos de sorpresa al final de cada capítulo. Es fácil decir que eso no es buena literatura. ¡Prueba a hacerlo tú! Lo que sé es que no hay recetas. Todos tenemos amigos que cuentan historias y nos parecen largas y mal contadas. Y otros que convierten cualquier anécdota, por banal que sea, en algo que te atrapa. ¿Es el tono? ¿Es su manera de captar la atención? ¿La elección de las palabras? Es una mezcla de todo.
¿Qué autores han tenido en usted ese poder como lector?
Los escritores que hicieron nacer mi vocación fueron los grandes: Romain Gary, Albert Cohen, Paul Auster, Marguerite Duras... Todos ellos me fascinaron cuando los descubrí y siguieron haciéndolo libro tras libro. Pero, como autor, no solo lo que me apasiona es una inspiración constante: también todo lo que no me gusta tiene una gran influencia en mi obra.
¿Qué les diría a los que aseguran que sus libros son tan solo literatura de consumo rápido y fácil?
Para mí, el elogio es decir que mi literatura es popular. Ver que mis lectores pertenecen a todo tipo de clases y que son de todas las edades, es algo que me emociona mucho. En mi opinión, es el reflejo del verdadero éxito de mis novelas: llegar a mucha gente muy diferente entre sí.
Entrar en si lo que hago es literatura de calidad o no... es algo que uno se plantea cuando ya tiene una carrera literaria larga. Ya se verá si dentro de 20 años sigo aquí y si mi obra ha dejado alguna huella. Hoy solo es el principio de la aventura. Y, en todo caso, no siento la necesidad de definir o reinventar lo que quiero hacer. Hago lo que hago por razones que solo me pertenecen a mí.
20 de enero-18 de febrero
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