Muchas nos acercamos a Lizzie, la película que estrena Filmin, para comprobar la química que tienen en pantalla las dos musas generacionales más influyentes que ha dado la cultura hype de los 90 para acá: la indescifrable Chloe Sevigny , más cómoda en el indie que en los proyectos de masas, y la rebelde Kristen Stewart , capaz de convertir un blockbuster en un filme de arte y ensayo. Otras, la mayoría, se dejan llevar por la fiebre del true crime, pues Lizzie resucita un crimen real que hizo correr ríos de tinta en 1892 y que aún atrae e miles de turistas a la casa, en Fall River, Massachusetts, donde se cometió. Se trata de un crimen sin resolver, de ahí que hasta famosos como Conan O'Brian traten de elaborar, tras la pertinente visita al número 92 de Second Street, su propia teoría sobre quién mató a los Borden y por qué. Quien fuera, lo hizo con un hacha.
El suceso, el crimen reducido a puro dato delictivo, cuenta cómo Andrew Jackson Borden y Abby Durfee Gray, padre y madrastra de Lizzie Borden, fueron asesinados con un hacha la mañana del 4 de agosto de 1892, ambos con fuertes golpes en el craneo. Se acuso a la hermana mayor, Lizzie, pero no se pudo probar su culpabilidad y el crimen quedó impune. Esta circunstancia, el misterio de quién y por qué, ha convertido el crimen de Lizzie Borden en un lugar de interpretación en el que se proyecta la estructura de sentimientos de cada época. En 1993, la investigadora feminista Ann Schofield señaló cómo la historia suele adaptarse a dos moldes clásicos de la ficción: el romance trágico o la conquista feminista. En la teoría de Craig William Macneill, director de la película, hay algo de ambas.
En Lizzie vemos cómo las mujeres, reducidas a objetos al servicio de patriarcas autoritarios, deben aceptar que ni sus cuerpos ni sus destinos les pertenecen: pueden ser recluidas, violadas, castigadas a placer. El filme explica el asesinato como la liberación de la rabia que produce el sometimiento femenino, sobre todo cuando la rebeldía encuentra a una cómplice, en este caso una sirviente interpretada por Kristen Stewart. De hecho, el novelista Evan Hunter, autor de una novela que fantasea sobre la vida de Lizzie, está convencido de que el romance entre esta y Bridget motivó el doble homicidio. La cinta apunta, además, a una cuestión básica de autonomía: pese a ser herederas de una gran fortuna, su padre pensaba ponerlas bajo dominio de un gestor. Estaríamos, por tanto, ante una asesina feminista y recién adquirida heroína lgtbi+ pero, sobre todo, ante una heredera que no quiso renunciar a su autonomía ni al dinero de su padre. Y eso sí que es siglo XXI.