entrevista

Manuel Segade, director del Reina Sofía: «Las exposiciones inmersivas me parecen un pastiche de obras del pasado. No contribuyen a nada»

Un año después de su llegada a la dirección del Museo Reina Sofía, ha impuesto un nuevo estilo en la institución. Hablamos con Manuel Segade sobre el futuro del arte, la moda de las exposiciones inmersivas y por qué es una buena noticia que la gente se apelotone delante del Guernica para hacerse selfies.

Manuel Segade, director del Museo Reina Sofía. / Yago Castromil (

Ixone Díaz Landaluce
Ixone Díaz Landaluce

A Manuel Segade (A Coruña, 1977) le gusta hablar. Y lo hace a un ritmo vertiginoso, con muchísima pasión y una elocuencia que devuelve la fe en los concursos públicos, como el que él mismo ganó el año pasado para convertirse en el nuevo director del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Pero también le gusta escuchar. Por eso, desde que aterrizó, se ha reunido con todos los trabajadores de la institución. Y son casi 500. Del mismo modo, suele pasearse por las salas y, mientras se entremezcla con los visitantes, aprovecha para poner la antena. «Escuchar lo que comentan entre ellos me da una información muy valiosa», dice sentado en su despacho, situado en la ampliación construida por Jean Nouvel.

Segade llegó al centro de Madrid desde un museo de la periferia, el CA2M de Móstoles. Quizá por eso, su estilo de liderazgo y sus ideas sobre cómo hacer más accesible y democrático el segundo museo con más visitantes de España son tan diferentes. Ha prometido reordenar la colección y darles más espacio y visibilidad a los artistas españoles, pero con la programación cerrada hasta 2026, el historiador ha dedicado su primer año a la gestión pura y dura. «Mi antecesor, Manuel Borja-Villel, dejó un programa estupendo y eso me ha permitido trabajar en la cocina. Los cambios estructurales, las cosas más arduas, hay que hacerlas al principio». En eso está. En eso y en otras cien cosas más.

MUJERHOY. Desde que fue nombrado, se ha reunido con todos y cada uno de los trabajadores del museo. ¿Qué ha aprendido sobre la casa que ahora dirige escuchándoles?

MANUEL SEGADE. Hay una anécdota que lo resume muy bien. Cuando hablé con seguridad, lo primero que me dijeron fue: «Manuel, ¿por qué no dejas que se fotografíe el Guernica ?». Desde fuera, me parecía una estupidez que no se pudiera. ¿Por qué no se van a incorporar a los visitantes más jóvenes dentro del cuadro con un selfie? Para mí era una cuestión de democratizar el museo.

Pero ellos no lo decían por eso...

No. Las dos personas que se encargan de proteger la obra, que es un cuadro político que, en el pasado, ha recibido amenazas terroristas, tenían que dejar de custodiar el cuadro para vigilar a la gente y estaban aterrados con que pasara algo. Era más sencillo de lo que yo estaba planteando. Ésas son las cosas que se aprenden.

Y cuando el visitante es usted, ¿no le molestan esas nubes de pantallas delante de una obra?

La verdad es que no. Ante el Guernica, por ejemplo, la gente joven no busca abarcar todo el cuadro, sino capturar una escena: la mujer gritando con el bebé en brazos, el toro, la luz... Son esos iconos que luego se siguen viendo en las manifestaciones por la paz. Que la gente haga suyas las obras me parece fundamental.

¿Qué función debe cumplir un museo público en 2024?

Nos pasamos el día gestionando cosas: ir a la compra, hacer un trámite, dejar y recoger al niño del colegio. La administración de la vida es muy compleja. Por eso, me encantaría que el Reina Sofía fuera un lugar donde perder el tiempo, un espacio amable que genere comunidad. ¿Ves esas flores de ganchillo? [Señala a una estantería].

Sí...

Las hace un grupo de mujeres que venían a tejer al museo de Móstoles. Cuando llegué, había un pequeño conflicto con ellas porque venían a la cafetería, ocupaban un espacio y apenas consumían. Se resolvió poniéndoles una mesa grande. A partir de ahí, empezamos a interesarnos por el arte textil, hicimos una exposición y se creó un diálogo con un colectivo que no tenía nada que ver con el museo. Si la gente se habitúa a estar cómodamente en un sitio, si vienen porque hay wifi gratis o porque hay un jardín interior de acceso público, puedes convertirte en el flautista de Hamelin. A mí me encantaría un museo con un discurso fascinante, pero también conseguirlo desde la puerta de atrás. Mi formación en Historia del Arte desde un enfoque feminista me enseñó a pensar en lo menor. Y, en que eso, es tan importante como lo mayor.

Ha contado que tuvo una infancia alejada del arte. ¿Cómo fue ese momento iniciático que lo cambió todo?

Yo estudié Periodismo, porque mis padres no querían que estudiara Historia del Arte, pasara hambre y esas cosas [Risas]. El segundo año, me pagué las tasas de la carrera sin decirles nada. Lo hice después de ver dos exposiciones en Santiago: una del artista Félix González-Torres y otra de Christian Boltanski. Evidentemente, no entendí nada de nada, pero pensé: «¡Guau! Aquí pasa algo que me fascina». Suele decirse que el arte tiene la capacidad de transformar la sociedad y no sé sí es exactamente así, pero sí creo que tiene el poder de la transformación individual, de abrir nuestras cabezas, de hacernos entender el mundo de otras maneras. A mí esas exposiciones me llevaron a cambiar de vida. Fueron una revolución para mi cerebro. Y mira dónde estoy ahora.

Manuel Segade en el Paseo del Prado de Madrid. / Uxio Da Vila

Su cargo tiene una evidente derivada política. ¿Le incomoda el escrutinio o las posibles injerencias?

Cuando hablo de esto, me acuerdo de mi amigo José Guirao, ex ministro de Cultura, que solía venir a las reuniones de la Asociación de Directores de Arte Contemporáneo. Allí siempre terminábamos hablando de nuestros dramas: la pelea con no sé qué político, que si me han recortado el presupuesto... Un día, nos dijo: «Trabajáis en lo público. Tenéis la obligación de tener ese diálogo con los representantes públicos. ¿Qué pretendéis? ¿Que el político, de izquierdas o de derechas, no comente lo que hacéis?». Por eso, creo en la independencia de los museos, pero también que ese diálogo con todos es obligatorio. Que te elijan en un concurso público no significa que estés por encima del bien y del mal. De lo contrario, no sería una institución pública y democrática, sería mi cortijo.

En un momento de polarización, ¿qué papel tiene que jugar un museo como el Reina Sofía en las guerras culturales?

Uno central. El ADN de este museo es el Guernica, que es un cuadro político. Picasso está hablando de su presente, pero es un presente continuo, desgraciadamente. El arte es político por naturaleza. Eso no quiere decir que debamos tomar una postura partidista. Nuestro cometido es preservar la complejidad del mundo. Uno de los grandes problemas actuales son las visiones monolíticas y el arte nos enseña que la coralidad de voces es infinita.

Museos en el metaverso, los NFTs, la revolución de la IA… La irrupción tecnológica en el arte es cada vez más apabullante. ¿La observa con interés o con incertidumbre?

No sabemos cómo será el futuro del arte, pero habitualmente los artistas están avanzados a su tiempo o, si lo prefieres, suelen ir a destiempo, piensan en cosas que todavía no entendemos. Leonardo da Vinci inventó la cámara oscura y la fotografía y, siglos después, se redescubrió. Los artistas están para preconizar con su imaginación radical. Un museo nacional de esta escala no está para eso, sino para empezar a reconocer los futuros que ya están aquí. Por ello, hay que escuchar y estar atento.

¿Qué opina de las exposiciones inmersivas? Son la puerta de entrada de niños y jóvenes al mundo del arte.

Pues me parecen pastiches hechos a partir de obras de arte del pasado: Van Gogh, Klimt... Nadie se atreve a hacer una de Marina Abramovic . Creo que es una pena y que no contribuyen a nada. Yo intento conseguir que los adolescentes que vienen al museo se sientan cómodos, que saquen fotos, que tengan una experiencia directa con el arte.

Hay quién dirá que también contribuyen a la democratización de la cultura, ¿no cree?

A mí me interesa mucho lo digital y las redes, pero no debe limitarse sólo a eso. De hecho, soy bastante conservador y estoy a favor de cómo eran los museos cuando nacen en el siglo XVIII y las clases sociales se encuentran por primera vez en sus pasillos. Hay una frase de la Restauración que me encanta: «El museo es un lugar donde una sociedad debe hacerse transparente a sí misma». ¡Es preciosa! Ir a un museo no es solo tener una experiencia delante de un cuadro, es algo que puedes compartir, es un lugar de encuentro. Por otro lado, es cierto que los museos tradicionales están hechos para el ojo, pero tú tienes un cuerpo entero. Como mucho, te sientas en un banco, pero sólo miras, no tocas. Los artistas contemporáneos trabajan en otro plano, donde el cuerpo entero existe, donde hay un peso, un volumen, un deseo, una movilidad... Ésa es una inmersión distinta a la que venden esas exposiciones inmersivas. No nos queda otra que buscar ese tipo de impacto y las redes nos ayudan mucho a conseguirlo. Pero, para mí, la experiencia de la visita al museo, la que implica entrar por la puerta, es fundamental.

Una curiosidad para terminar: ¿qué tipo de obras tiene en casa el director del Reina Sofía?

Cuando trabajas como comisario, estableces una relación de amistad profunda con los artistas y es muy habitual, casi una tradición, que te regalen una pieza. Pero a mí siempre me quemaban en las manos y las terminaba donando. Algunos artistas se enfadaban conmigo. Hasta hace poco, nunca había comprado nada, pero ahora que tengo pareja desde hace seis años, que parece que estamos construyendo algo que funciona muy bien y que a él también le interesa el arte, hemos ido comprando algunas cositas de artistas emergentes y de precio muy asequible. Son cosas que te tocan a nivel emocional, que te gusta ver por las mañanas cuando te levantas de la cama. No es que ahora quiera convertirme en coleccionista, pero ese no era un deseo que antes hubiera tenido. ¡No sé qué pasará si algún día rompo! Quizá acaben en la colección. ¡Espero que no!

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