Margaret Atwood es, a sus 82 años, una de las eternas candidatas al Nobel de Literatura tras seis décadas escribiendo poesía, ficción, ensayos, cuentos para niños y guiones para cine y televisión.
Muchos dicen de ella que es una profeta, que tiene una extraña habilidad para adelantarse al futuro en sus libros. El día que los partidarios del presidente Donald Trump irrumpieron en el Capitolio, en enero de 2021, la escena parecía sacada de El cuento de la criada , cuando el Gobierno de la novela es derrocado y se erige el régimen fundamentalista de Gilead. También puede decirse que predijo la crisis financiera de 2008 en su ensayo Pagar (con la misma moneda), publicado el mismo año en el que tuvo lugar.
Margaret Atwood (Ottawa, 1939) siempre se ha burlado de sus dotes visionarias, señalando que cada atrocidad en El cuento... ya la habían realizado antes muchos regímenes totalitarios, y que ella «predijo» el crash al darse cuenta de la cantidad de anuncios que ofrecían ayuda para saldar deudas. Pero mientras la miro frente a mí, en el patio de un hotel cerca de su casa de Toronto, los copos de nieve brillan a su alrededor como estrellas y las llamas de las estufas crepitan a su lado. Viste toda de negro, excepto por un sombrerito rojo, y desprende una suerte de magia.
Podría decirse que es la escritora viva más famosa del mundo y una de las más prolíficas: en su medio siglo de escritura, ha publicado, en promedio, un libro al año. Por eso, cuando se describe a sí misma como una « procrastinadora de primera», lo pongo en duda por lo mucho que escribe, y se la ve un tanto avergonzada. «Lo sé, es horrible, ¿verdad?», replica. Atwood ha cultivado todos los géneros literarios, desde poesía hasta ciencia ficción y misterio. Pero hay un hilo conductor en toda su obra: muchas de sus novelas están construidas utilizando una narrativa retrospectiva, con un personaje que mira hacia atrás mientras intenta dar sentido al presente.
Es una estructura que hace un guiño al amor que profesa la escritora por los clásicos de la literatura victoriana, pero también es la forma que tiene de organizar sus pensamientos. Cuando redacta sus libros, pasa a máquina las páginas manuscritas del día anterior y escribe a mano las páginas del día siguiente. Siempre tiene un libro en marcha, por lo que, aunque acaba de recibir las pruebas terminadas de Burning questions, una recopilación de ensayos pendiente de publicación en España, ya está inmersa en su próximo proyecto, su décima colección de cuentos.
Es infatigable: «Eso ha sido a veces un problema con mis amigos y mi familia, pero vengo de un entorno obrero y de una generación muy trabajadora. Siempre supe que debería ser capaz de mantenerme a mí misma. Tengo que arremangarme y hacerlo». También sigue sin rehuir los debates. Ha protagonizado múltiples controversias, en parte, pero no solo, por su valentía al abordar temas candentes. Durante la era Trump, su nombre se convirtió en sinónimo de lucha feminista contra el avance de la legislación misógina. «No es coraje» «me corrige».
«Tengo miedo a las tormentas, a los osos, a las alturas, también a las formas totalitarias de gobierno, al comportamiento de las turbas cuando se ponen en marcha... Lo que se interpreta como valentía muchas veces es solo temor». En 2020 firmó una polémica carta sobre la cultura de la cancelación, que hablaba de «una intolerancia a los puntos de vista opuestos» en la izquierda y, tres meses después, otra, expresando su apoyo a las personas no binarias y trans, en respuesta a un ensayo de J. K. Rowling que detallaba sus puntos de vista sobre el género.
La participación de Atwood hizo que esas cartas acabaran siendo noticia de primera plana. Dado que las dos cartas aparentemente se contradijeron, podría decirse que molestó a todos. «La gente quiere que estés de su lado, lo que para ellos significa que t ienes que ser su títere. No es una opción para mí (asegura la autora). ¿Por qué me meto en problemas? Es una pregunta interesante. No pertenezco a ningún partido político y tampoco tengo posiciones ideológicas puristas. Para mí, la clave está en plantearme si algo es cierto y es justo».
Un joven se acerca a nuestra mesa para saludarla y le dice que se criaron en la misma zona. Al principio, Atwood se interesa y hace algunas preguntas. Pero después de cinco minutos, da por terminada la charla. «Ya está bien. ¡Adiós!», exclama y vuelve a su tostada de aguacate de una forma tan repentina que el hombre se queda aturdido, a mitad de una frase. Me habían advertido de que la escritora resulta «intimidante» y es cierto que tiene algo que hace que no quieras disgustarla. En el obituario que hizo sobre Doris Lessing, escribió: «Si no te consideras un gran personaje, no tienes por qué portarte bien». ¿Se considera un gran personaje? «¡Por supuesto que no! Soy canadiense», ríe.
Sin embargo, sospecho que un poco sí que lo piensa de sí misma. De lo que no cabe la menor duda es de su postura frente al #MeToo. Lo detalló en su controvertido ensayo ¿Soy una mala feminista? «Es un síntoma de que el sistema legal no funciona. Con demasiada frecuencia, las mujeres y otros que denuncian abuso sexual no obtuvieron una respuesta justa de las instituciones, por lo que utilizaron el amplificador de Internet. Si se pasa por alto el sistema legal porque se considera ineficaz, ¿qué ocupará su lugar? En tiempos de extremismos, los extremistas ganan».
Por este texto pasó a ser tildada de «conflictiva» por quienes la habían idolatrado. «¡Estoy ya muy mayor para polémicas! Solo me da pena por esa « buenas feministas» a las que engañaron. Esto no le hace bien al feminismo. Es munición para quienes dicen que es una mierda», reflexiona. Las piezas más tiernas de Burning questions son las que recuerdan su infancia en los bosques de Ontario y Quebec, escarbando en los árboles a la caza de todo tipo de bichos e insectos con su padre, entomólogo. «Otras familias iban a por helados. Nosotros a por escarabajos», rememora.
Atwood no recibió una educación a tiempo completo hasta los 12 años y sugiere que una de las razones por las que no es cautelosa a la hora de meterse en discusiones es que carece de la cautela que los niños tienden a aprender cuando crecen entre otros grupos sociales. Por supuesto, también hay artículos sobre Graeme Gibson, con quien estuvo desde principios de la década de 1970 y con quien tuvo una hija. Escritor y conservacionista, apoyó tanto a su esposa que ella le regaló una camiseta con el eslogan: « Toda escritora debería casarse con Graeme Gibson», una cita de un periodista.
Experto ornitólogo y autor de libros sobre aves, hacia el final de su vida ya no podía identificar los pájaros de su jardín por culpa de la demencia. Sin embargo, Atwood recordaba, en el prólogo al libro de Gibson, una conversación que mantuvo: «Ya no sé sus nombres», le dijo a un amigo. «Pero ellos tampoco saben él mío», se consoló a continuación. Gibson murió en el Reino Unido, en septiembre de 2019, mientras su esposa estaba de gira con Los testamentos, secuela de El cuento de la criada. Ella continuó la gira.
«Tenía que elegir entre habitaciones de hotel, eventos y mucha gente por un lado, y una casa y una silla vacías por el otro. ¿Cuál hubiera elegido, querido lector? Por supuesto, simplemente pospuse la casa y la silla vacías», escribe en el prólogo de Burning questions. ¿Por qué cree que, a diferencia de otros hombres de su generación, Gibson supo apoyarla? «No era egocéntrico, no se sentía amenazado por lo que yo hacía. Le dijo a nuestra hija antes de morir: «Tu madre habría sido escritora aunque no me hubiera conocido, pero no se habría divertido tanto». Atwood asiente, como si estuviera de acuerdo con algo inteligente que acabara de decir él mientras está sentado junto a ella.
El confinamiento no fue tan terrible como podría haber sido para la escritora, porque su hija y su familia se quedaron con ella. Además, ni que hubiera sido la primera pandemia de la humanidad, argumenta: «Los jóvenes dicen: «¡Esto es lo peor!». No lo es, ya lo hemos vivido antes». La investigación sacia la curiosidad de Atwood y la ayuda a mantener el equilibrio para no quedar atrapada en la locura del día a día, al ubicarla dentro del flujo y reflujo de la historia. «Procuro no perder la perspectiva, en la medida de lo posible. Pero voy a estar muerta pronto, así que os deseo buena suerte», remata. Sin embargo, habla como si fuera a sobrevivirnos a todos. «¡Oh, venga, echa las cuentas! Mira el reloj de arena y mira la cantidad de arena que queda», contesta.
Le pregunto si es tan combativa en la vida real como en sus escritos. «Para nada. Estoy más que dispuesta a escuchar los puntos de vista de los demás, pero no estoy dispuesta a que me estafen». Una cuestión que tengo especial interés en discutir con Atwood es el tenso debate sobre la identidad de género. Los teóricos argumentan que la identidad de género, cómo una persona se define a sí misma, es tan importante como el sexo biológico. Los críticos dicen que es irrelevante, porque las mujeres están oprimidas debido a su sexo biológico. Sobre esta discusión, que ha amenazado con fracturar el feminismo, la escritora ha tuiteado y ha hablado en diversas ocasiones.
Dado que ella escribió la novela definitiva sobre la explotación sexual de las mujeres, podría suponerse que sus puntos de vista se desvían hacia el extremo crítico del género. Pero, como demuestra, no es una purista. Ha publicado artículos en Twitter que apoyan la ideología de género y vídeos que critican a J.K. Rowling. Sin embargo, también publicó un artículo en el que preguntaba si el concepto «mujer» se estaba difuminando para no herir los sentimientos de las mujeres trans, seguido de una publicación en la que aseguraba a sus seguidores que ella «no es una terf», un término despectivo que señala a las feministas radicales transexclusivas. Como no es sencillo saber dónde se sitúa, se lo pregunto abiertamente.
«Todo en la naturaleza es una hermosa curva. Tenemos este pensamiento como si se tratara de dos cajas, cada una para un género; es un pensamiento bíblico, aquí hay lana y allí hay lino», dice. Entonces, si el sexo biológico no es binario, ¿cómo sabe la gente qué es la virginidad o a quién se le practica la mutilación genital femenina? «Está bien, déjame explicar esto de nuevo ( interrumpe bruscamente). Tardará un tiempo en asentarse, pero XY y XX no son las únicas combinaciones cromosómicas posibles, ¿entiendes? Esto cambió hace mucho tiempo. En la Biblia, un hombre vestido con ropa de mujer sería... y hace un gesto de degollamiento. «¿Quieres que pase eso? No».
Las personas críticas con el género argumentarían que esos son temas diferentes, digo yo. «¿Qué es una persona crítica en cuanto al género?», me pregunta. Le contesto que alguien que cree que todos los seres vivos son machos o hembras y que las raras variaciones cromosómicas no lo desmienten. «No voy a discutir sobre esto. De eso no trata mi libro y estamos aquí para hablar de mi libro», concluye. Percibo que las cosas han empezado a complicarse. Dado lo discursiva que ha sido nuestra entrevista, esta objeción me sorprende, pero vuelvo al libro. En uno de los ensayos que recoge, titulado Literatura y entorno, escribe: «[La gente] está muy dispuesta a decirle al autor lo mala persona que es porque no ha escrito lo que ellos imaginaron que debería haber escrito».
¿No contradice eso sus críticas implícitas al ensayo de Rowling como anti-trans? «Es una cuestión abierta. Ni siquiera estamos seguros de qué es anti-trans, y la comunidad trans tardará un tiempo en resolver esto. No es cierto que no haya personas trans. Entonces surgen muchas preguntas, pero no vamos a meternos en eso, aunque parece que sea su obsesión hoy«. Pero Margaret, le digo, escribe de una forma tan brillante sobre los derechos de la mujer, que es normal que queramos saber lo que piensa sobre este tema. «No estoy lo suficientemente informada. En cambio, no parece haber tanto alboroto sobre los hombres trans. ¿Por qué?», pregunta retadora. Le devuelvo la cuestión y contesta: «No sé».¿Quizás porque los hombres no se sienten físicamente amenazados por ellos?
«Los hombres trans no los amenazan físicamente», asiente, y luego se corrige: «No se sienten físicamente amenazados por los hombres trans, aunque un hombre trans podría asesinar a uno de ellos, ¿no?». Menciona lo peligroso que es hacer generalizaciones sobre los demás. «¡Estás hablando demasiado de esto!», clama, y me da a entender que ya está harta. Tema cerrado. Nuestra conversación continúa con tranquilidad, pero al despedirnos me siento frustrada. No entiendo sus puntos de vista y asumo que nunca lo haré, dado lo reacia que parecía a discutirlos. Pero, como hace tantas veces en sus libros, Atwood me sorprende con un giro argumental.
Una hora después, me envía varios correos electrónicos explicando sus pensamientos sobre el género. Se produce un ir y venir de emails, en los que argumenta con paciencia y consideración. Llego a conclusiones que forman parte del off the record. Cuantos más correos electrónicos intercambiamos, más me doy cuenta de que no discutimos sobre esto de la forma en que estoy acostumbrada a hacerlo, tal y como se discute en las redes sociales, gritándonos unos a otros sin escucharnos.
Percibo una curiosidad genuina por entendernos y compartimos enlaces que creemos que la otra encontrará interesantes. Después de varios días así, me doy cuenta de que estoy ocupando gran parte de su tiempo, que debería dedicar a su nuevo libro de cuentos, y me disculpo por ser tan obstinada en discutir. «No te preocupes (me contesta). Algunas personas no discuten conmigo porque se sienten intimidadas. Yo pienso como Orwell: la verdad sí importa».