entrevista

María Oruña, escritora: «Sé que muchos autores ya utilizan la IA para escribir tramas y encima se chulean»

En su nueva novela, El Albatros Negro, la escritora gallega María Oruña se sumerge en una historia de galeones, batallas navales, tesoros expoliados y misteriosos asesinatos que, por primera vez, tiene a Vigo, su ciudad, como principal escenario. Hablamos con ella.

La escritora María Oruña. / miquel oliver

Ixone Díaz Landaluce
Ixone Díaz Landaluce

A María Oruña (1976, Vigo) le gusta escribir rodeada de documentación, esquemas de su puño y letra y una detalladísima escaleta. De otra manera, sería imposible dar forma a sus historias. El último ejemplo es su nuevo libro: El Albatros Negro (Plaza & Janés). Tres en uno –novela histórica, thriller e historia de aventuras con guiños a Stevenson, pero también a Conan Doyle– tiene de todo: un tesoro, los restos de un galeón del siglo XVIII, la muerte en extrañas circunstancias de una historiadora naval en la época presente y la misteriosa conexión con una joven entomóloga que vivió hace tres siglos. Es, cuenta, su novela más personal. Quizá porque Vigo, la ciudad en la que nació y creció, es un personaje más en esta historia.

Diez años después de escribir su primera novela, Puerto Escondido , y un millón de lectores más tarde, Oruña ya no se pelea con el síndrome de la impostora . Hace tiempo que ya no es la abogada que dejó de ejercer para darle a la tecla, sino una escritora de best sellers (y a mucha honra) con todas las letras.

Creo que tenía un pacto no escrito consigo misma para no escribir una novela sobre Vigo. ¿Por qué estaba evitando activamente escribir sobre su ciudad?

Me ha costado mucho dar ese paso porque significaba tocar mi refugio, que hasta el momento había sido inviolable. Pensaba que no era un marco literario para mí. Hasta que, de casualidad, me tropecé con la historia y me di cuenta de que había llegado el momento.

Supongo que ideas hay muchas, pero ¿cómo se identifica una que realmente tiene madera de novela?

Suelo tener una idea clara sobre de qué irá mi siguiente novela, pero no sobre qué voy a escribir. En este caso, sabía que quería un misterio naútico, pero también que hubiera un tesoro real. Inicialmente descarté Vigo porque, aunque en 1702 había habido una batalla naval importante, la de Rande, también sabía que los galeones habían sido esquilmados y ya no había nada. Busqué otros tesoros en el Índico, en la República Dominicana, seguí pistas de trazados náuticos y un día, leyendo, descubrí que había otros galeones hundidos en Vigo. Como viguesa, me quedé alucinada. Jamás había escuchado hablar de eso. Empecé a preguntar en mi entorno: «¿Sabíais que Vigo fue puerto corsario? ¿Que estuvo amurallado?». Nadie sabía nada. Me puse a investigar, a descubrir cosas y así es como apareció la historia.

De hecho, Vigo es un personaje más del libro. Quizá el principal. ¿Cómo la definiría?

Vigo es una ciudad que sobrevive, una ciudad peleona que ha resistido al paso del tiempo, pero también a ser denominada ciudad industrial y poco atractiva recuperando el patrimonio de su casco histórico. La gente de Vigo es muy peleona. Es gente que, cuando vienen mal dadas, mira al mar.

Parece que la literatura nacional, y sobre todo aquella escrita por mujeres, está contribuyendo a deslocalizar las historias. Su anterior saga ocurría en Cantabria, las novelas de Dolores Redondo en Navarra, Eva Sáenz de Urturi y Vitoria... ¿A qué responde esta tendencia?

¿Por qué todo tiene que pasar en Madrid o Barcelona? Es como cuando en las películas los aliens solo invaden Estados Unidos o los malos siempre son rusos. Pero hay otra cosa más. Cuando narras una historia de miedo o intriga en un ambiente tranquilo e idílico, resulta mucho más inquietante. Te das cuenta de que ahí también habita el mal. En un barrio oscuro de Nueva York ya presupones que a lo mejor te atracan, pero no crees que vaya a pasarte nada malo en un prado lleno de margaritas. Pero el mal está en todas partes. Y eso es lo inquietante.

Esta novela mezcla el thriller moderno con la novela histórica. ¿Cómo se encuentra el equilibrio entre dos géneros tan diferentes para que la narración funcione?

Invierto mucho tiempo en esquematizar las historias y construir el andamiaje para que todo tenga sentido. Además de thriller y novela histórica, esta también es una novela de aventuras. No quería que la parte histórica tuviera un ritmo diferente o fuera más pesada de leer, aunque cada una tenga su propio lenguaje.

Siempre compone personajes femeninos muy fuertes. ¿Qué tipo de mujeres le han servido de inspiración esta vez?

He tenido mucho cuidado de no contaminarme con novelas de aventuras contemporáneas o inspirarme en un personaje de otro autor. Aunque no le he dado el mismo nombre ni cuento su vida, Miranda, una joven promesa de la entomología, está inspirada en María Sibylla, una alemana que en 1699 investigaba bichos en Surinam. La encontré en un libro sobre medicina y enfermedades del siglo XVII y XVIII. Fue una de las primeras personas que estudió la metamorfosis. Hasta entonces, se creía que los insectos surgían por generación espontánea. Por supuesto, era una excéntrica y la tachaban de toda clase de cosas. Aunque me pareció que merecía una novela por sí misma, finalmente creé a Miranda, que me sirvió como metáfora de la llegada del pensamiento ilustrado.

El Albatros Negro es la nueva novela de María Oruña. / miquel oliver

La novela se sumerge en el mundo de los tesoros históricos y su expolio. No sé si esto es parte de la abogada que todavía queda en usted. La idea de hacer justicia. ¿Qué parte de esa otra carrera se filtra de vez en cuando en sus novelas?

Podría ser, pero yo no era abogada penalista, sino mercantil, laboralista… Mucha burocracia. Mi intención, en realidad, era promover el debate sobre la arqueología subacuática. Las leyes dicen que, salvo fuerza mayor, lo que está en el fondo del mar debe quedarse ahí. Pero si se queda ahí, acaba desapareciendo. Los personajes de la novela debaten sobre si habría que sacar esos restos para poder estudiarlo o si no. Sin que sea un ensayo, aunque sea una novela de entretenimiento, me gustaría que, de alguna manera, promoviera el pensamiento crítico del lector.

En todas las carreras, pero también en la vida, hay un momento, una decisión, que acaba marcando el resto del camino. ¿Cuál fue para usted?

Seguramente, fue el día que le di a la tecla por primera vez para escribir Puerto escondido. Yo no tenía ni idea de lo que era el mundo literario ni pensaba en ser escritora, lo hacía por pura diversión. Quería ver si era capaz y me puse a escribir. Luego, después de muchísimas negativas, conseguí que un agente leyera 15 páginas de la novela. Pero el momento de inflexión fue tomar esa determinación. No fue ninguna revelación. Con modestia, mucha prudencia y bastante síndrome de la impostora, quería saber si podía hacerlo. De hecho, durante dos o tres años, lo compaginé con mi trabajo como abogada. Hasta que vi que pagaba las facturas. Al final, acabé dándome de baja en el Colegio de Abogados.

El síndrome de la impostora ya es historia, ¿no?

Sí, pero me costó. Me daba mucho apuro decir que era escritora. Iba a Sant Jordi, estaba en la misma fiesta que Eduardo Mendoza o Rosa Montero y solo podía pensar: «¿Qué hago yo aquí? ¿Cómo ha sucedido esto?». Pensaba que no estaba a la altura. Y no es que ahora me crea Isabel Allende, pero sí sé lo que me cuesta estar aquí, sé las horas que le dedico y el esfuerzo. Seré mejor o peor, lo que hago gustará más o menos, pero ahora sí digo que soy escritora. Ya no hay síndrome.

Un millón de lectores. Si se lo hubieran dicho al principio, ¿qué hubiera pensado?

Me habría reído. Pero, de alguna manera, me sigue pasando. Ayer mismo, en una comida con la editorial, me dicen: «Volvemos a imprimir». Y yo: «¿Cómo que volvemos a imprimir?». No me entraba en la cabeza que, en menos de una semana y con 75.000 libros de tirada, fuéramos a imprimir ya la segunda edición. Sigo viviéndolo con incredulidad. ¿De verdad esto sigue sucediendo?

Por cierto, ¿vender muchos libros penaliza de alguna manera?

Sin duda. En un evento literario, no diré cuál, llegaron a decirme que no querían que participara porque yo escribía best sellers y allí tenían «otra clase de literatura». Como si yo no escribiese buenos libros… Lo que están diciendo, en realidad, es que los lectores son tontos. Es algo que también se hace a menudo con autoras de novela romántica y que me molesta muchísimo. Cuando conocí a Elísabet Benavent, que es una mujer muy inteligente y con un gran sentido del humor, entendí al instante que era imposible que ella escribiera tonterías. Lo que ella hace es de espejo social de las preocupaciones de los jóvenes con muchísimo humor y sensibilidad. Estamos rodeados de falsos intelectuales y hay mucha condescendencia con esa literatura. Menos prejuicios y que la gente lea lo que le dé la gana. Hay que respetar a los lectores, que no son tontos. Mi primer libro no tuvo promoción porque yo era una desconocida. Funcionó por el boca oreja. Ese rollo de tratar de separar la sección literaria de la de best sellers no lo entiendo. Como si los libros que venden mucho no pudieran estar bien escritos. Habrá de todo, ¿no?

Creo que la perspectiva de que la inteligencia artificial juegue un papel en la literatura y en la creación artística le aterra…

No me preocupa tanto la IA como nuestros políticos. El problema es que no está regulada porque hay muchos intereses para que no sea así. Es absurdo que una herramienta tan potente no tenga unos límites clarísimos. ¿Cómo puede ser que las facetas más divertidas de la vida, las más creativas, las vayamos a delegar en la IA? Yo sé que una máquina no puede sustituirme, porque por mucha información que tenga, creo que solo será capaz de hacer una especie de colcha de patchwork. Unirá novelas, argumentos, personajes y hará un pastiche que quizá funcione o quizá no. Yo sé que muchos autores ya utilizan la IA para crear tramas y escribir. Y encima, se chulean. Me parece completamente alucinante. De hecho, yo propondría que todos los libros lleven un distintivo, una pegatina o un logo, que deje claro si fueron creados con IA. Si quieres usarla, es lícito si el lector lo acepta, pero hay que distinguirlo. Para mí, el peligro de la IA es dejar que crezca sola y sin control. Igual que si dejases a un niño crecer solo en la selva.

Oruña en el puerto de Vigo. / miquel oliver

¿Es una escritora de rituales o escribe cuando buenamente puede?

Soy madre de un hijo adolescente y soy escritora de supervivencia. Cuando veo que algunos escritores se van a un hotel o a un monasterio para concentrarse y escribir durante 15 días, suele dar la casualidad de que son hombres. Cómo se nota que no tienen que conciliar con los niños, el cole, las extraescolares… Yo me pongo los cascos y utilizo el rato que tengo. Mi hijo ahora es más mayor y es otra cosa, pero si tengo una gira de presentación o un viaje, tengo que seguir haciendo encaje de bolillos.

¿Me puede contar algo de lo que está escribiendo ahora mismo o de sus planes para sus próximas novelas?

Evidentemente, no (se ríe). Pero sí puedo decirte que ya he terminado gran parte del trabajo de documentación de mi próxima novela. Respecto a mis planes… Soy una pena de persona: ya estoy trabajando en un libro, sé por dónde irá el siguiente… No lo tengo todo súper milimetrado para el futuro, pero sí sé hacia adónde me dirijo. A nivel creativo, no escribo autoficción, no escribo novela social, yo lo que hago son artilugios literarios. Es una maquinaria pensada para que cuando termines de leer, te des cuenta de que esto era por eso y lo otro, por lo otro. Es como un cuadro. Mis novelas no funcionan como un espejo que refleja lo que pasa a nivel social o político. Y en esa burbuja lo tengo todo más o menos controlado.

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