La escritora con un total look de Emporio Armani compuesto por traje de tres piezas, zapatos y sombrero. /
Durante los últimos cuatro años, en casa de Virginia Feito (Madrid, 1978) la misma playlist ha sonado en bucle cada vez que encendía el ordenador y se ponía a escribir. «He escuchado mucho a Vivaldi, pero también la banda sonora de Spencer y a la rapera Missy Elliott. Siempre hay que ponerle un punto macarra», explica sobre la música que le ha acompañado en la escritura de su segunda novela.
Con su debut literario, La señora March, ya demostró que, entre las escritoras españolas, era única en su especie. Empezando por lo más obvio (escribe en inglés) y siguiendo por un estilo que combina su poderosísima prosa con su amor por el terror gótico, su sentido del humor y su mala leche. Porque Feito , como parte de su lista de reproducción, también es un poco macarra. No es su única peculiaridad. «Me encanta la atención. Me siento hasta un poco culpable de que me guste tanto», reconoce durante la sesión de fotos. Efectivamente, le gusta posar (y se le da fenomenal) y le encanta hablar sin filtros.
«Cuando terminé la primera versión, pensé que a todo el mundo le encantaría y me metí una leche enorme. Mi entorno me empezó a decir: «Tengo dudas...». ¡Mi madre lloró cuando la leyó! Y no fue de alegría, sino en plan: ¿Por qué vas a inmolar así tu carrera?», explica sobre el complicado proceso de escritura de Victorian Psycho (Ed. Lumen). Aquel primer borrador era puramente visceral: no tenía capítulos ni trama, pero tampoco misterio ni tensión. «Estaba todo vomitado. Era como si te dieran una paliza desde la primera página. A mí me encantaba, pero no era el momento. O quizá no sé hacerlo todavía», reflexiona.
Poco a poco, empezó a escuchar los comentarios. O, más bien, a aprender a escucharlos. «Me tomaba las críticas de manera muy dramática. Si te dicen que contemples otra estructura, no te están diciendo que le prendas fuego a la novela», razona ahora. Llegó a estar tan bloqueada que se puso a escribir un nuevo libro de la nada. Una novela corta. La tercera. «Pero me salió demasiado similar a La señora March. Creo que reflejaba todo el miedo que tenía», recuerda. Pero aquel momento de crisis pasó. «Ahora estoy tranquila: me la he vuelto a leer y a mí me gusta», dice con convicción y una sonrisa.
Si la señora March vivía serios episodios psicóticos, Winifred Notty, la institutriz protagonista de Victorian Psycho, es una psicópata con todas las letras. «Obviamente, es una sátira», dice casi a modo de disculpa sobre una historia tan escabrosa y oscura como provocadora y divertida. A Feito, que leyó obsesivamente a las hermanas Brontë y hasta hizo un viaje espiritual a su casa de Yorkshire, le fascinaba la figura de la institutriz. «No era una sirvienta, porque estaba por encima de ellas, y no era una señorita. Estaba en una especie de limbo social», explica.
Ambientada en una mansión victoriana por la que pasan aristócratas y sirvientes de toda clase y condición, la novela ilustra una época dominada por la violencia. En todas sus formas. «He leído mucho y había casos grotescos: niños que limpiaban chimeneas y se quedaban atascados allí, asesinatos de bebés a los que metían en ataúdes con una almohada... Y, por supuesto, todas las barbaridades y las 128.000 reglas sociales que tenían que aguantar las mujeres. Tengo la sensación de que hemos domesticado la parte más psicópata de nuestra personalidad».
Aunque este es su segundo libro, aún le sigue dando pudor hablar de sí misma como novelista. Ni siquiera tiene todavía manías de escritora establecidas. «Tengo un escritorio maravilloso en un despacho espectacular, pero siempre termino encorvada sobre la isla de la cocina para que me duela el cuello y la cabeza. Igual es la superstición de pensar que, a lo mejor, si estoy encorvada, me va a salir mejor», dice practicando la autoironía.
Feito, que presenta su segunda novela, lleva camisa de Mango y pantalón, cinturón y zapatos de Max Mara. /
Es uno de los sellos de la casa y, quizá, el rasgo más british de su carácter. Aunque, paradójicamente, ella lo vea al revés. «Creo que mi parte más castiza es el humor y la chispa, y la más anglosajona el estilo literario y, quizá, la persona en la que me convierto en las reuniones. Eso me dice mi marido, que cuando hablo en inglés soy más seria y profesional; y en español, soy la mujer de la que supuestamente se enamoró», dice riendo.
Aunque nació en Madrid, Virginia Feito, que es hija del diplomático José Luis Feito, vivió en París, Londres (donde estudió Literatura Inglesa y Arte Dramático) y Nueva York, aunque cree que ese tipo de infancias cosmopolitas están excesivamente idealizadas. «Ni es mejor ni necesariamente te ofrece más oportunidades», explica reconociendo, sin embargo, que la experiencia marcó su identidad y alimentó su culo inquieto.
Con cinco años ya había escrito su primer cuento. A la protagonista se le caían todos los dientes tras comerse una tarta entera. Cuando llegaba el Ratoncito Pérez a recoger el cargamento, se hacía rica. En el colegio americano en el que estudiaba en Francia enseguida se dieron cuenta de que tenía madera de escritora. «Perciben tu talento y te ayudan a explotarlo», explica. Pese a una juventud con muchas escalas, ella quería volver a casa: «Siempre echas de menos algo del otro lado, pero siempre quise regresar a Madrid. Es mi hogar por encima de cualquier otro sitio».
Y volvió para empezar a trabajar en una importante agencia de publicidad. La historia es conocida: cuando estaban a punto de ofrecerle un ascenso, decidió marcharse. O, mejor dicho, su marido (y jefe) la despidió. «Él, que me conoce, me preguntó si honestamente me hacía ilusión que me ascendieran o que me despidieran. «¿Te ves llevando reuniones y clientes en cinco años?». Yo pensé: «No me veo, no me veo, no me veo». Aún no sabe si hubiera sido capaz de tomar la decisión por sí misma. «Quiero pensar que sí, pero probablemente no... Hubiera tardado muchísimo en hacerlo o lo hubiese tratado de compaginar mientras trabajaba».
Pero lo dejó y se puso a escribir. En inglés y del tirón. Con el manuscrito terminado, sabía que en Estados Unidos solo había una forma de meter la patita en el negocio editorial. «Cogí libros que creía que se parecían al mío y busqué a los agentes en los agradecimientos. Hice una lista y fui contactándolos», explica sobre cómo publicó una primera novela que llamó la atención de medios como The Guardian o The New York Times y le valió comparaciones, muy saludables para el ego, con Patricia Highsmith .
Es evidente que también ha dado con la tecla que activa el interés de Hollywood: Elisabeth Moss compró los derechos para adaptar su primera novela, todavía en preproducción; la segunda empezará a rodarse en marzo con Margaret Qualley como protagonista. «Me dicen que mis libros son muy cinematográficos. No sé escribir de otra manera. De hecho, cuando me atasco, recurro al cine. Si no sé cómo avanzar, trato de visualizarlo como si fuera la escena de una película», ilustra.
Su vinculación con las adaptaciones de sus novelas no es una mera transacción: Feito es también guionista de ambos proyectos. «Quizá me equivoco, pero me da la sensación de que el guionista es el último mono. Como es lógico, por encima de todo está la visión creativa del director. Entiendo que un escritor pueda ponerse nervioso en el rodaje, pero espero que no sea mi caso. Soy consciente de que son animales distintos. Me estoy metiendo en unos jardines...», dice riendo. Pero no quiere estar solo detrás de la cámara. «Mi gran amor, además de la escritura, es actuar. Estudié interpretación y me encanta subirme a un escenario, ser el centro de atención... Los productores han mencionado la posibilidad de hacer un cameo. Igual lo dijeron para hacer la gracia, pero no saben que quiero ser como Hitchcock. Me haría muchísima ilusión».
¿Se plantea una carrera paralela como actriz? «He elegido el camino de la escritura y empezar de cero, ir a castings... Me quitaría demasiado tiempo y energía para escribir. Además, soy como un gato: me genera ansiedad viajar tanto. Y odio madrugar. Me entran náuseas. A mí lo que me gusta es contar una historia. Y si es en un escenario con calefacción, mejor. Así que sí me gustaría actuar, pero no ser actriz. Si en algún momento puedo combinarlo, sería genial», dice antes de citar casos como el de Woody Allen o Phoebe Waller-Bridge , actriz y creadora de Fleabag.
Pero cada vez tiene más proyectos y menos tiempo: además de sus novelas, ha escrito varios guiones originales. «Eso apaga un poco el TOC, porque no me da tiempo a darle vueltas a las decisiones. Tiras pa'lante. Pero se me apilan las cosas y no tengo tanto tiempo para escribir. Es un poco triste». Él éxito, sin embargo, no ha conseguido apagar los bucles mentales en los que, a menudo, se ve atrapada. «El pesimismo va a peor, porque tienes mucho más que perder». Tampoco su indecisión crónica. «Soy obsesiva compulsiva. Uno de mis grandes problemas es tomar decisiones: desde si tomo té o café hasta el color del jersey que me voy a poner o cuál debería ser el espíritu de la novela. Tengo miedo al arrepentimiento y pavor a perderlo todo. Y siempre creo que esta es mi última oportunidad», cuenta. Lo dice sinceramente pero, por alguna razón, es imposible creer en ese universo paralelo que tanto la atormenta.
Estilismo: Almudena Carnicero. Maquillaje y peluquería: Félix Tébar (Ns Management). Ayudantes de fotografía: Pedro Melo y Andrés Barbosa. Asistente de estilismo: Maria Monreal. Agradecimientos: Hotel Four Seasons Madrid.