protagonistas
protagonistas
Algo hizo clic dentro de Nina Simone cuando, en septiembre de 1963, cuatro niñas negras fallecieron por la explosión de una bomba en una iglesia de la segregada ciudad de Birmingham (Alabama). Aquella noticia deprimió primero y enfureció después a la cantante, e Inspiró su primera canción por los derechos civiles afroamericanos.
Mississippi Goddam se convirtió en una especie de himno. «Mi madre dijo que, después de cantarla por primera vez, se enfadó tanto que se le rompió la voz y que, de ahí en adelante, no recuperó su tono original», relató su única hija, Lisa Simone Kelly.
Su carrera estaba despegando con el mismo ímpetu con el que avanzaba en Estados Unidos el movimiento contra el racismo liderado por el reverendo Martin Luther King. La artista comprendió que podía expresar en voz alta lo que había sentido desde que, siendo niña, le tocó dar su primer recital en una biblioteca local y le dijeron que sus padres, al ser negros, tenían que sentarse al fondo. «Era sensacional formar parte de aquel movimiento, porque me necesitaban –confesó una vez–. Podía cantar para apoyar a los míos y aquello dio sentido a mi vida».
La primera pianista negra en tocar en el Carnegie Hall de Nueva York conoció en aquella época a Luther King y a algunos de sus colaboradores más cercanos. Pero no compartía sus ideales pacifistas: Simone apostaba porque las personas negras ganasen sus derechos «por todos los medios». Eso la convertía en una figura incómoda, pero no era lo único.
Su romance más duradero fue también el más turbulento: Andy Stroud, un sargento de la policía que aparcó su carrera para convertirse en su representante. En una entrevista, su marido y mánager comentó que la pianista llegó a «despreciar» a los blancos, «como un perro rabioso». También que rabiaba cuando veía a Aretha Franklin o Gladys Knight en programas de televisión que la rechazaban por su reputación.
Los arrebatos de ira y las depresiones se apoderaron de Simone, que a menudo pagaba sus frustraciones con su hija. La principal, que su marido fuese un hombre que, además de verla como una simple máquina de hacer dinero, la maltrataba físicamente.
Cuando asesinaron a Luther King en abril de 1968, ella se convenció de que no podía continuar en EE.UU. Un día se quitó la alianza, la dejó encima de la mesa y abandonó el país. Se divorció, marchó a Barbados en 1970 y cuatro años después se instaló en Liberia, república fundada por antiguos esclavos negros, donde sintió «haber entrado en un mundo perfecto». Conoció al fin una vida en la que el racismo no era una constante.
Apenas levantaba unos palmos del suelo, cuando Eunice Kathleen Waymon (Tryon, Carolina del Norte, 1933) empezó a tocar el piano. Su profesora particular, la señora Mazzanovich, había reunido dinero para poder financiar los estudios de aquella joven prodigio. Sin embargo, se llevó una decepción cuando entendió que tocar bien no era suficiente. «Intepreté a Czerny, Liszt, Rajmáninov y Bach. Me rechazaron a pesar de que sabía que era buena. Tardé seis meses en comprender que había sido por ser negra. Nunca llegué a superar aquel latigazo de racismo», aseguró años después.
El dinero de los ahorros se acabó y Eunice tuvo que ponerse a trabajar. En 1954 encontró empleo como pianista en un bar de mala muerte de Atlantic City. Tras su primera noche, el dueño le dijo que, para seguir allí, además de tocar debía cantar. Su inconfundible voz, profunda y andrógina, enamoró al público y su vida empezó a cambiar cuando firmó su primer contrato discográfico. Ya era Nina –la llamaban «niña» en español– Simone, por Simone Signoret, la actriz que le fascinó en París, bajos fondos.
Una de las canciones que Simone grabó, I loves you Porgy, se coló en las listas de éxitos. Era 1958 y había nacido una estrella. De pronto, era rica y famosa, pero iba a acabar harta de fingir felicidad. «A veces pensaba que toda mi vida había sido una búsqueda de un lugar al que perteneciera verdaderamente», aseguró en una entrevista.
Su autoexilio a África, en 1974, le permitió saciar su deseo de libertad una temporada. Pero al no generar ingresos, tuvo que retomar los bolos. Primero, en 1976, daría la talla actuando en el Festival de Montreaux. Después viajó a París con la idea de relanzar su carrera, aunque terminó trabajando en una cafetería por un sueldo ridículo. Empezó a creer que estaba acabada.
A finales de los 80, un amigo le encontró un piso en la ciudad holandesa de Nijmegen, y le llevó a casa a un médico que, después de examinarla, le diagnosticó trastorno bipolar y le recetó perfenazina. Su carrera no sería ya la misma, pero encontró hueco en el circuito de cabarets y festivales de jazz, sobre todo, gracias al tirón que tuvo My baby just cares for me cuando apareció en un anuncio de Chanel Nº 5.
Ya en 1993, se estableció en el sur de Francia, donde vivió semiretirada y acumuló reconocimientos, llegando a obtener 15 nominaciones a los Grammy. Dos días antes de morir por un cáncer, en 2003, recibió un diploma del conservatorio que la rechazó cuando era una adolescente. Fue la pianista más ilustre que ha pasado por allí.