El papel de Angelina Jolie

Pablo Larraín, director de cine: «Maria Callas solo fue feliz sobre el escenario. Fuera de él, muchos hombres la utilizaron»

Después de pasar a Jackie Kennedy y la princesa Diana por el diván de su cámara, el cineasta chileno Pablo Larraín se atreve con otro de los grandes iconos femeninos del siglo XX. En Maria, dirige a Angelina Jolie en la piel de «la Callas».

Angelina Jolie da vida a Maria Callas en Maria, de Pablo Larraín. / diamond films

Ixone Díaz Landaluce
Ixone Díaz Landaluce

Criado en una familia de seis hermanos, Pablo Larraín (Santiago de Chile, 1976) era el único que levantaba la mano cuando su madre, la política chilena Magdalena Matte, preguntaba quién quería acompañarla al auditorio municipal para asistir a un concierto, al ballet o la ópera. «Era muy pequeño y no recuerdo las primeras óperas que vi con ella, pero sí me acuerdo de que cuando volvíamos a casa, mi madre siempre ponía una cinta de Maria Callas en el coche. Como diciendo: «Eso que has visto hoy está bien, pero así es como debería sonar». Crecí con esa imagen de Maria Callas como la gran cantante de ópera, la mujer que no solo tenía una gran voz, sino también un increíble dramatismo», cuenta el cineasta por Zoom desde su casa en Chile.

Larraín está a punto de estrenar Maria (7 de febrero en cines), la tercera película de una inesperada trilogía que inició con Jackie, sobre la icónica viuda de Kennedy , y continuó con Spencer , donde Kristen Stewart dio vida a la princesa Diana. «Se han hecho pocas películas sobre el mundo de la ópera y, aunque era arriesgado, decidí lanzarme. Intentar desentrañar el gran enigma que era esta mujer ha sido fascinante. Creemos que sabemos algunas cosas sobre ella, pero en realidad son muy pocas. En el ambiente de las grandes familias europeas en el que se movía, Maria Callas siempre fue un bicho raro. Y eso me intrigaba. Esta película está hecha a partir de las cosas que no sabemos de ella», explica el cineasta, que leyó nueve biografías y vio cada entrevista, cada documental y cada grabación protagonizada por La Divina.

Pese a todo, el cineasta sí tiene una poderosa certeza sobre la cantante de ópera más importante de la historia. «Sí me atrevo a decir que solo fue feliz cuando cantaba en el escenario. Ahí encontró su voz interna, su oficio y su verdadero amor. María Callas fue una mujer a la que utilizaron muchas personas: su marido, su mánager, otros hombres... Fuera del escenario tuvo una vida muy difícil y la película navega la idea de que, tal vez, cuando perdió su voz, ella no tenía nada más que hacer en este mundo. Fue una suerte de muerte asistida, en la que ella se transforma en la suma de todos los personajes trágicos que interpretó», explica el director, que reconoce licencias creativas en la reconstrucción de algunos episodios.

Angeliana Jolie, en el papel de Maria Callas, y Haluk Bilginer en el de Aristóteles Onassis. / diamond films

Los últimos días de Maria Callas

«La vida de Maria Callas está muy documentada, pero nadie sabe qué pasó exactamente en su apartamento de París durante la última semana de su vida», admite Larraín. «Bruna [su cocinera y asistenta] nunca habló mucho, Ferruccio [el mayordomo], que aún está vivo, tampoco fue nunca explícito. Es como un agujero negro y eso, paradójicamente, da muchísimas posibilidades a la ficción».

Un año después de la muerte de Onassis y apenas unos días antes de su propio fallecimiento debido a una insuficiencia cardíaca, la diva vive sumergida en una destructiva rutina de adicción a varios fármacos, alucinaciones megalomaníacas y obsesiones varias, como su manía de hacer mover un piano de cola de un lado al otro del salón. También ha perdido su voz. Es el momento que vertebra la película de Larraín, igual que en Spencer fue la Navidad en la que Diana , que pasaba unos días en Sandringham con la familia real británica, decidió divorciarse de Carlos.

«Son los momentos de crisis los que nos ayudan a conocer al personaje. Porque es en las crisis donde todos nos comportamos tal y como somos. En ese momento, Callas es alguien que decide exponer su cuerpo para recuperar su voz. Y lo hace hasta tal punto, que termina matándola».

Obviamente, dar vida a la diva no estaba al alcance de cualquiera. Mucho menos hacerlo en su versión más autodestructiva y menos glamurosa. Quizá por eso, en el Festival de Venecia , donde la película se proyectó por primera vez en septiembre, Angelina Jolie recibió una ovación de ocho minutos. Más allá de las cotas estratosféricas de fama y de las vidas privadas diseccionadas hasta el hastío por la prensa, Larraín encontró una similitud mucho más terrenal entre ellas.

«La disciplina es algo que Angelina tiene en común con Callas, que era una mujer muy disciplinada, muy ordenada, que ensayaba sus óperas desde la mañana a la noche. Llegó hasta donde llegó por ese incansable trabajo diario», ilustra el director, quien hizo que Jolie tomara clases de canto durante los siete meses previos al rodaje. Después, durante la producción, la actriz siguió ensayando cada noche con un tutor particular para las escenas del día siguiente. Con ayuda de un pinganillo, interpretó algunos temas a capella frente a todo el equipo de la película para después poder empastar su voz con la de Callas. En otras escenas, en cambio, hizo playback.

Conexión Onassis

A estas alturas, es obvio que las cintas de Larraín no encajan en el molde del biopic clásico, por mucho que se hayan ocupado de desmontar a algunos de los personajes más icónicos del siglo XX. Para empezar, porque no se obsesionan con registrar cada momento biográfico (ni con respetar escrupulosamente la verdad histórica), pero también porque aspiran a algo más elevado: entender a la mujer detrás del mito psicoanalizando sus relaciones y comportamiento.

«No me fascinan tanto los iconos que representan como lo fuertes que eran. Las tres eran mujeres vinculadas al poder, fuera el de la familia real británica, el presidente de Estados Unidos o la élite cultural europea. Y, pese a estar rodeadas de personas influyentes, fueron capaces de encontrar su propia voz en ese contexto y ser quienes realmente eran», analiza el director sobre lo que compartían las protagonistas de su « trilogía accidental».

Fotograma de Jackie, protagonizada por Natalie Portman y dirigida por Larraín. / album.

Quizá por eso, a Larraín le gusta jugar con las coincidencias, las historias entrelazadas y los escenarios compartidos, que en el caso de Callas y Kennedy, que se casó con Aristóteles Onassis después del asesinato de su marido y poniendo fin al affaire del armador con la cantante, fueron evidentemente muchas. «Me gusta jugar con esas conexiones, pero tampoco en plan multiverso. Hay coincidencias naturales y obvias debido, sobre todo, a la figura de Onassis, pero está bastante claro que Jackie y Maria nunca se conocieron en persona. En una ocasión, Jackie la invitó a la Casa Blanca para que cantara. Iba a hacerlo acompañada de Leonard Bernstein al piano, pero él se puso enfermo y Callas no quiso actuar con otro pianista».

Es relativamente desconocido, sin embargo, que la noche que Marilyn Monroe interpretó su icónico happy birthday durante la multitudinaria celebración del 45 cumpleaños de Kennedy, Callas (y Jackie, claro) también estaban en el Madison Square Garden. «Aquella noche cantó Carmen. Lo hizo muy pocas veces en vivo, pero su actuación, lamentablemente, no fue grabada», ilustra el cineasta.

Larraín, que suele operar personalmente la cámara para estar más cerca de sus estrellas, se ha convertido en un fetiche para sus actrices protagonistas: Natalie Portman recibió una nominación al Óscar por ponerse en la piel de la viuda de América; igual que Kristen Stewart por Spencer. «Los premios son atractivos solo cuando te los dan», dice con sorna para restarle importancia a las quinielas que vaticinan que Jolie también estará entre las nominadas de este año.

El otro Pablo Larraín

Pese a todo, Pablo Larraín no es un tipo demasiado arraigado a Hollywood. De hecho, sigue prefiriendo definirse exactamente como lo que es: un director chileno. Principalmente porque, además de las leyendas como Callas o Diana, le interesa la historia contemporánea de su país, que ha desglosado a lo largo y ancho de varias películas. No, protagonizada por Gael García Bernal, giraba en torno al referéndum de 1988 que hizo caer a Augusto Pinochet; Post Mortem exploró el golpe de estado que en 1973 le llevó al poder; Tony Manero, el efecto de la dictadura en la cultura chilena y en Neruda, rindió homenaje al gran poeta. El Club destapó los abusos sexuales encubiertos por la iglesia de su país y en El conde, estrenada el año pasado, Pinochet era un vampiro que, lejos de haber muerto, vivía retirado junto a su mujer y sus sirvientes.

El director hace películas de un mundo que conoce muy bien: criado entre la clase dirigente chilena, su padre, Hernan Larraín, terminó siendo presidente de la formación de derechas Unión Demócrata Independiente y su madre, Magdalena Matte, llegó a ser ministra del gobierno conservador de Sebastián Piñera. Él, en cambio, ha mostrado su apoyo a la socialista Michelle Bachelet en el pasado. Por todo eso, y por la aparente desconexión entre sus dos identidades como cineasta, se suele decir de él que es un director inclasificable.

Pablo Larraín. / juan pablo montalva.

Entiendo por qué se dice eso y podría ser un halago, pero creo que hay una excesiva necesidad de poner a la gente en cajas para definirlas. Eso me interesa menos», dice quitándole hierro. Aunque suele trabajar en varios proyectos a la vez y le gusta presumir de ser un director prolífico, no sabe qué será lo próximo. Tampoco tiene un plan maestro para su filmografía. «No tengo ni idea. No sé ni qué voy a hacer mañana. No tengo ningún tipo de orden. Cuando me topo con algo de interés, trato de hacerlo propio e incorporarlo a mi sistema sanguíneo», cuenta sobre cómo escoge las historias que después lleva a la pantalla.

Sabe, eso sí, que le gustaría trabajar con Javier Bardem y Penélope Cruz . «Son dos genios y hemos conversado sobre hacer algo juntos, aunque al final nunca haya ocurrido. Espero que podamos hacerlo algún día». Cuando la temporada de premios llegue a su fin, Larraín se despedirá de su última película. Y lo hará para siempre. Es parte de su proceso creativo. «No veo mis películas. Trabajo muchísimo en ellas y una vez terminadas, no soy capaz de verlas de nuevo. Me traumatizan. No quiero mirar atrás, solo hacia adelante».