Grace Kelly y María Callas en una imagen de archivo. / /
Hubo un tiempo, ya lejano, en el que el pequeño principado de Mónaco tuvo que soportar a dos divas, Grace Kelly y María Callas , peleando por el poder, la atención y el glamour que les arrebataban sus orígenes plebeyos y su afición al escándalo.
De un lado estaba María Callas, la divina , que vivía el peor momento de su carrera y el punto más álgido de su vida amorosa junto al todopoderoso Aristóteles Onassis. De otro, la princesa plebeya de Mónaco, la oscarizada Grace Kelly, que peleaba en varios frentes a la vez: el primero para conseguir el reconocimiento de sus homólogos principescos europeos; el segundo para resolver las intrigas monegascas (familia política incluída) y el tercero, y más importante, para borrar su pasado como femme fatale de Hollywood.
La relación entre María Callas y Aristóteles Onassis, ambos casados pero no divorciados, se hizo pública en 1959, el mismo año en que la pareja disfrutaba de su amor fondeando a menudo el ostentoso yate Christina en el puerto de Mónaco mientras organizaban fiestas y se tostaban al sol.
Los mentideros afirmaban que Onassis era el príncipe en la sombra de Mónaco, poseía una jugosa participación del Casino de Montecarlo (en aquel momento la principal fuente de ingresos del principado), así como múltiples propiedades en La Roca. Hasta se afirmó que fue el naviero griego quien sugirió a Rainiero que se casara con Grace Kelly .
Desde su boda principesca en 1956 la actriz tuvo que aprender a lidiar con los aires de grandeza del multimillonario y sus estancias con sus amantes en el principado, pero la llegada de María Callas fue, durante los primeros años de su idilio, la gota que colmó el vaso de su paciencia.
Con el romance de María Callas con Aristóteles Onassis la existencia de la diva dio un giro de 180 grados. Ya había experimentado la debacle en Roma, cuando una bronquitis la obligó a abandonar la función de Norma convirtiéndola en el gran bluff de la temporada operística, pero a ese descalabro le siguieron más decepciones profesionales. Sin ir más lejos la prensa española la despedía en aquella época con este titular tras una actuación en Bilbao: «María Callas ha dicho que no se molestará en volver. España no la echará de menos».
Con una carrera en crisis y un matrimonio acabado, María Callas desembarcó en Mónaco rodeada de todo lo que repelía en aquel momento a la princesa Grace : escándalos y paparazzis. Grace Kelly, lidiaba en aquel momento sus propias batallas: peleaba por convertirse en la princesa pura, respetable, glamourosa y católica de un principado que era percibido por la prensa como poco menos que un decorado. Ambos mundos estaban destinados a chocar.
Pero es que además la diva de la ópera tenía todo lo que a la nueva princesa le espantaba: no le veía la gracia a sus salidas de tono, sus enfrentamientos públicos con los periodistas, sus arrumacos en la cubierta del Christina, su afición por decir tacos en público y en privado y su forma liberal de vivir, motivos más que suficientes para decidir no invitarla a la Gal de la Cruz Roja monegasca, la fiesta más glamourosa del principado. a este «feo» oficial, la revista Garbo lo bautizó como la «pequeña guerra».
Para añadir la guinda al pastel, a pesar de comportarse de forma tan desacertada a ojos de la princesa que aspiraba a la perfección, la misma alta sociedad que a ella le cerraba las puertas se las abría a María Callas encantada.
Especialmente relevante fue el famoso rechazo a Grace en el espectacular «Ballo dei Re» celebrado en el Palazzo Serra di Cassano napolitano organizado con la excusa de la celebración de los Juegos Olímpicos. Toda mujer que tenía un título y una tiara acudió a aquel baile. Todas menos Grace Kelly, que a pesar de encontrarse en la ciudad, fue vetada por la mismísima madre de la reina Sofía, la reina Federica de Grecia . Por su puesto, María Callas sí acudió a la velada royal del brazo de su amante y asistió a la humillación pública de la mujer del príncipe Rainiero .
El relato de cómo hicieron las paces las dos estrellas sociales de la época no está claro, pero todo apunta a que fue Callas, que a pesar de su fama odiaba los enfrentamientos, quien decidió hacer concesiones a la etiqueta que quería imponer Grace en el principado.
El mismo año que Callas no fue invitada a la reunión social monegasca por antonomasia se reunió, en privado, con Kelly en el palacio de los príncipes. Acabó dando allí un concierto privado en el patio de honor y participando en una recepción posterior.
El fichaje por parte de Rainiero de un nuevo consejero, Martin Dale, que consiguió inversiones extranjeras para el principado logró que la economía principesca dependiera menos de Onassis. De esa estabilidad económica llegó la sentimental: sin estar obligada a hacerle la pelota a nadie Grace Kelly supo ver en María Callas los puntos que las unían que eran muchos.
Grace Kelly, Rainiero de Mónaco, María Callas y Aristóteles Onassis en Mallorca. / /
Ambas mujeres habían abandonado carreras exitosas por unirse a un hombre que las trataba de forma cuestionable. Ambas sentían la presión de los medios y las críticas. Y ambas eran desgraciadas. Pero lo que las acabó de unir para siempre es que las dos tenían un enemigo común: Jacqueline Kennedy .
La enemistad de Jacqueline Kennedy y Grace Kelly nació el mismo día del asesinato de JFK. Los príncipes de Mónaco se encontraban entonces en Estados Unidos y se negaron a cancelar una fiesta que tenían organizada para respetar el luto de la nación. Cuando Grace intentó días después contactar con la ex primera dama para darle el pésame la contestación no fue agradable. Ambas mujeres se detestaron desde entonces.
Que Aristóteles Onassis abandonara de la peor manera posible a María Callas para casarse con Jackie fue la gran humillación pública de la cantante, un golpe inesperado que la unió aún más a Grace. Atrás quedaron los tiempos en los que la actriz grababa en cintas caseras a la cantante mientras las dos parejas iban juntas de crucero hasta Mallorca. La depresión llegó a la vida de María Callas que se instaló definitivamente en París en un apartamento en el número 36 de la avenida Georges-Mandel donde a menudo Grace le enviaba cartas y flores.
El 16 de septiembre de 1977 «La Divina» en París. El rostro más conocido que acudió a su funeral en la iglesia ortodoxa de la avenida Georges-Bizet fue el de Grace Kelly que acudió a despedirse de su ami-enemiga junto a su hija, la princesa Carolina de Mónaco . Quién le iba a decir, cuando conoció a Callas, que el principado acabaría creando una gala y unos premios en honor de la cantante que en un primer momento aborreció.