Pamela Anderson estrena The Last Showgirl, de Gia Coppola. /
Cuando Gia Coppola leyó por primera vez el guion de la que iba a ser su tercera película, The Last Showgirl (estreno, 14 de marzo), no le venía nadie a la cabeza para interpretar a la protagonista. Bueno, quizá una persona. La nieta de Francis Ford (y sobrina de Sofia) solo podía visualizar a Marilyn Monroe en el papel principal del drama ambientado en Las Vegas. Hasta que vio el documental Pamela Anderson: una historia de amor y encontró en « nuestra Marilyn moderna», una actriz sensual y vulnerable objeto de presunciones y misoginia, a la nueva ambición rubia.
Intentó, sin éxito, contactar con los diferentes agentes que, a lo largo de su atropellada trayectoria en Hollywood, habían representado a la icónica vigilante de la playa y, antes de tirar la toalla, se dirigió directamente a su hijo mayor, Brandon Thomas Lee, que en los últimos años se había obcecado en dignificar la carrera de su madre.
«Fue maravilloso que Gia tuviera fe en mí. Este oficio pasa por que otra gente crea en ti. No estaba buscando un papel ni me interesaba hacer cine, pero las estrellas se alinearon: había una buen directora, un buen guion y un reparto estupendo. Todo llega a su debido tiempo. Es más, no creo que hubiera podido interpretar este papel de no haber tenido una vida de la que extraer inspiración. Tengo muchas cosas en común con mi personaje», explica la intérprete.
Esa vida turbulenta de la que habla empezó a tomar forma en 1989, cuando Anderson (Ladysmith, Columbia Británica, 1967) fue captada por una cámara de televisión entre la multitud de un partido de fútbol en Canadá. Así despertó el interés de la revista People y voló por primera vez a Los Ángeles.
«Era una niña muy imaginativa y pensaba que los actores simplemente nacían, no se hacían. No sabía cómo funcionaba la industria y, aunque me gustaba leer obras de teatro y estuve tomando clases de interpretación, desconocía lo que era actuar. Pero conseguí un trabajo en la playa, me casé muy rápido y las décadas pasaron volando. Crié a mis dos hijos y ambos salieron bien. El resto fue locura y caos», explica la estrella, con una refrescante propensión a la autoparodia.
La vorágine de la que habla tuvo que ver con su matrimonio relámpago, tras tan solo cuatro días de noviazgo, con el batería de Mötley Crüe, Tommy Lee, y el robo del vídeo sexual de su luna de miel , a la que siguieron 13 portadas en la revista Playboy, innumerables vejaciones y chistes de mal gusto y una caótica vida sentimental recogida de manera extenuante en los tabloides. Pero también las campañas por los derechos de los animales como embajadora de PETA, en las que se sirvió de su propio cuerpo como arma política. Así lo plasmó en su biografía Con amor, Pamela: «Los líderes mundiales querían un beso en la mejilla o un autógrafo y yo, cambiar las leyes. Ambos conseguíamos nuestros objetivos».
«Me siento muy halagada por formar parte de la cultura pop ceñida en un bañador rojo, pero esa imagen también ha sido muy limitante. Romperla fue un reto y llevó su tiempo. Hubo un momento, incluso, en el que pensé que iba a dedicar el resto de mi vida a preparar encurtidos, sentarme en mi jardín, ver películas y leer. Este papel me ha hecho muy feliz, lo siento como una segunda oportunidad. Es más, parece el principio de mi carrera. Aquí estoy, en la tierra del perdón, tratando de probar cosas nuevas», reflexiona. Anderson tiene otras dos películas a la vista: la cuarta entrega de Agárralo como puedas y el thriller dramático Rosebush Pruning, junto a Elle Fanning, dirigido por Karim Aïnouz y rodado en la comarca del Moyanés, en Barcelona.
La redención de Pamela Anderson, no obstante, arrancó en 2022, con su alabado papel de Roxie Hart en el musical de Broadway Chicago, al que siguieron sus memorias; un libro de cocina vegana; un reality sobre la renovación de la casa de sus abuelos en Vancouver y el documental de Netflix que hizo clic en el cerebro de Coppola para darle el papel por el que fue nominada, por primera vez a sus 57 años, al Globo de Oro .
Pamela Anderson. /
The Last Showgirl lleva la firma de la guionista Kate Gersten, que indagó en la historia de las bailarinas de Jubilee!, el espectáculo erótico más famoso y antiguo de Las Vegas, que después de 35 años bajó el telón en 2016. Su ocaso inspiró a Gersten para crear el personaje de Shelly, una vedete estancada en el pasado y madre de una hija a la que tuvo que renunciar para reivindicarse como artista.
«Cuando tienes hijos y les sacas partido a tus atributos femeninos, hay mucha culpa y vergüenza asociada, porque tus chavales sienten que su madre está siendo sexualizada. Tengo unos hijos muy protectores [Brandon Thomas, de 28 años, y Dylan, de 27, nacidos de su relación intermitente con Tommy Lee], que se metieron en muchas peleas a puñetazo limpio cuando estaban en el colegio. Pero en ese momento estás desbordada, es algo que no alcanzas a comprender ni tampoco proyectas cómo les va a afectar», asegura la actriz, empatizando con su personaje. «La vida es una batalla y la maternidad es complicada», añade.
Como ella en otros tiempos, Shelly es todo exceso sobre el escenario: viste sujetadores con diamantes de imitación, tocados de plumas de avestruz, pestañas postizas, purpurina o delineadores de ojos que pueden verse desde las butacas de la última fila. Después del show, eso sí, la cara lavada. Es algo que Pamela, famosa por haber renunciado al maquillaje y los cosméticos en los últimos años, introdujo en el guion.
«He estado quitándome todas esas capas para encontrarme con la esencia de quien soy. No estoy en contra del maquillaje, pero así soy más yo. No lo hago para llamar la atención, quería bajarme de ese tren y pensé que era el momento de hacerlo. También me corté el pelo y ahora es más natural. Muchas mujeres se identifican con estas decisiones porque estamos atrapadas en esa terrible tiranía de la belleza».
Tampoco utilizó maquillaje (ni siquiera el de efecto de cara lavada) para interpretar a la Shelly de andar por casa. «Así resulta más vulnerable y la interpretación, más íntima. Gia y yo decimos que Las Vegas de día es como una mujer sin pintarse: más interesante y curiosa». Para sumergirse en esa clase trabajadora de la ciudad a la que la película rinde tributo, la actriz visitó los salones de manicura donde las bailarinas se hacían las uñas y, después, las invitaba a su casa para charlar un rato. Además de la coreografía que ejecuta en la película, Pamela también tuvo que aprender a ponerse y quitarse el exótico vestuario diseñado por el legendario Bob Mackie. «Nos enseñaron a vestirnos en un orden meticuloso: primero, los pendientes; después, los tocados, que pesan 12 kilos; y luego, los guantes y las alas».
Después del descalabro mediático de Karla Sofía Gascón, la favorita para llevarse un Óscar que hace unos meses también apuntaba a Anderson, es ahora Demi Moore . Los paralelismos entre ellas son obvios: artistas veteranas vapuleadas por una industria que las convirtió en chiste. Su rehabilitación demuestra que Hollywood busca redignificar a estrellas que han rebasado los 60 . Por ejemplo, Jamie Lee Curtis, que ganó la estatuilla en 2023, y que también forma parte del elenco de The Last Showgirl. «Me aterrorizaba conocerla, porque es una fuerza de la naturaleza y acababa de ganar el Oscar. Pero cuando me la presentaron, sentí que la conocía de toda la vida: te rodea con sus brazos, te mira a los ojos y es como si te dijera: «Adelante, vamos a hacer esto juntas». Me hacía llorar cada vez que hablábamos de interpretación. Es tan sincera... A pesar de que solo fueron 18 días de rodaje, hubo una maravillosa sororidad en el set. Seguimos en contacto y hablamos a menudo», comparte.
La actriz, que en 1996 recibió el premio Razzie (a la peor interpretación) por Barb Wire, encara el paso del tiempo recordando a su tía abuela Vie. «Era una de mis personas favoritas: con sus pestañas, sus pelucas y aquel libro de cocina que publicó, Una vida de pepinillos y de perlas. Cuando tienes cerca a mujeres tan divertidas y fascinantes, sientes menos miedo de envejecer».
Pese a los sinsabores de una carrera con muchos altibajos, Anderson nunca ha cometido el error de caer en la autocompasión. «Es fácil que te encasillen y después creer que tú eres parte del problema, que no puedes quejarte porque tus decisiones hayan tenido dolorosas consecuencias. En lugar de aferrarme a la amargura y el hartazgo, y entrar en bucle pensando en todo lo que me ha pasado, siempre he creído que no se te puede juzgar ni definir por lo que otra gente te ha hecho. Es algo que suelo repetirme a menudo. Así es como dejas de sentirte una víctima y pasas a tomar las riendas de tu vida».