Desde el cottagecore (una idealización de la vida campestre) hasta el dystopiacore (la celebración oscura de que todo ha salido mal), cuesta pestañear sin dar con una nueva corriente con miles y miles de seguidores. Ahora es el turno del princesscore. Los medios de tendencias se encuentran en el universo digital y han cambiado el propio significado del término.
Ya no habla de un estilo popular durante unas temporadas, sino de una micro trend que asoma la cabeza unos meses. La fugacidad convive con la democratización de la moda, y a las revistas, las celebridades y los fashion insiders les han reemplazado los creadores de contenido digital, a través de sus redes sociales.
Fue en TikTok donde al calor de Los Bridgerton nació el royalcore. Durante sus primeras cuatro semanas de emisión, Netflix señaló que la serie tendría una audiencia de 63 millones de hogares, periodo de tiempo durante el cual el buscador Lyst anunció que habían aumentado las búsquedas de corsés (+123 %), diademas de perlas y plumas (+49 %), guantes largos (+23 %) y vestidos imperio (+93 %).
Despojados de ese boato y esplendor después de confinamientos (cuando hicimos de nuestra casa nuestro castillo) y de restricciones, muchas personas se niegan a que la oportunidad de arreglarse y de llevar tocados, joyas y vestidos de volúmenes hiperbólicos queden relegados al día de su boda y festejos especiales.
Este movimiento conlleva la apropiación de una estética que parecía reservada a una minoría, por lo que lejos de suponer una moda con la que soñar despiertos, es también una declaración de intenciones que busca terminar definitivamente con los privilegios.
Las firmas de moda captaron esta nueva sensibilidad y celebridades como Kendall Jenner demostraron que los vestidos de firmas como Rodarte, con sus mangas abullonadas y sus volantes, podían convertirnos a todas en princesas sin necesitar sangre azul o palacios.
De esta forma, el princesscore invita a soñar, pero también a vestir como cada uno quiere sin importar el qué dirán. Su vertiente más reivindicativa (si algo nos ha enseñado Disney es que las princesas pueden ser muy guerreras) aflora cuando influencers de tallas no normativas y mujeres racializadas han decidido cambiar la narrativa imperante para apropiarse de ella a su antojo.
Las princesas con discapacidades o las damiselas LGBTIQ+ nunca habían estado presentes en el constructo cultural, y por eso son muchas las creadoras de contenido digital que se escapan de los cánones las que han encontrado en esta tendencia una forma de reivindicar y de disfrutar.
Cuando lo diferente está tradicionalmente excluido de la moda, surgen dos alternativas: emular lo mainstream desde los márgenes, o tomar la libertad conferida por vivir al margen para vestir como se desea. Y al fin y al cabo… ¿Qué mayor fantasía existe que la de convertir un cuento en la vida real, especialmente cuando esta quiere que el relato sea marginal?
Prueba de que esta estética es más que algo visual, pues encierra un estilo de vida concreto y una mentalidad, es que incluso la cultura de consumo masivo intenta crear contenido en el que las princesas dejen de ser marionetas o maniquíes.
Aunque el princesscore sí apuesta por looks opulentos repletos de tules, sedas, terciopelos y encajes, así como de los guantes que las pasarelas han convertido en esenciales más allá de la ópera y del invierno, surgen ficciones como La Princesa (Disney+), una historia de acción ambientada en un mundo de fantasía en el que una heredera del trono se niega a casarse con un sociópata cruel con quien le han concertado un matrimonio, mientras que ha de proteger a su familia y salvar el reino de la ruina. Ya no son damiselas en apuros que esperan abnegadas a ser salvadas, sino que son ellas quienes tienen el poder, la fuerza y la espada por el mango.
El cuento de hadas que reclama la sociedad es uno que no responde a la mentalidad de antaño, sino que refleja las luces y sombras de los miembros de la realeza en la vida real. Supone la disección de lo que es vivir ante la atenta mirada del mundo y las trabas con las que las royals jóvenes se enfrentan hoy.
Por eso nos encontramos con realities como First Class (donde celebran cunpleaños en castillos y visten como en la corte), con la oda al camp de Vanessa Hudgens, Requetecambio de princesa (Netflix) e incluso con la novela Reina de corazones (Planeta), una novela basada en la vida de Lady Di en la que Julie Heiland bucea en los claroscuros de la princesa.
«El mundo necesitaba más mujeres que prendieran fuego a la jaula en la que estaban encerradas», asegura. El princesscore reclama colocarse la tiara sin perder la mirada crítica y abriendo absolutísimamente a todos la sala del trono. Aunque sea digital, claro.
20 de enero-18 de febrero
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