Horas antes de ofrecer un concierto en la Universidad de Kent, en Reino Unido, hace pocos días, las componentes del colectivo punk ruso Pussy Riot se ríen al ver una tertulia televisiva en la que unos parlamentarios de su país discuten sobre la invasión de Ucrania .
Los políticos debaten sobre cuál debería ser el próximo movimiento de Rusia y sus sugerencias distan de ser las que uno espera escuchar en ese tipo de programas. Uno de ellos llega a sugerir el bombardeo del Reino Unido: «Si convertimos las Islas Británicas en un desierto lunar en tres minutos, la OTAN no reaccionará», asegura.
«Llevamos tantos años escuchando afirmaciones como esta que ya nos las tomamos a broma. Pero, por supuesto, no tienen gracia; son aterradoras y malvadas», reflexiona María Aliójina (Moscú, 1988), una de las fundadoras del grupo. «Los nazis tardaron años en recurrir a este tipo de propaganda, pero a Rusia le han bastado unos meses».
Nadie podrá decir a las Pussy Riot que no nos avisaron. Hace ya cerca de una década, ellas se convirtieron en los rostros –cubiertos con pasamontañas– del movimiento de protesta en su país, tras colarse en una catedral de Moscú para pronunciar una furiosa «oración punk» contra Vladimir Putin, algo así como una versión rusa del himno God save the Queen, de los Sex Pistols.
El castigo que recibieron, eso sí, no fue solo la indignación en las páginas de los periódicos. Tanto María como sus compañeras fueron condenadas a dos años de prisión por un delito de «odio religioso» y permanecieron en la cárcel durante año y medio.
Desde entonces, el colectivo ha recorrido el mundo y, por su condición de abanderadas del movimiento feminista y de la lucha por los derechos de la comunidad LGBT, han recibido el reconocimiento de figuras como Hillary Clinton o Madonna. Han sido encarceladas en más ocasiones, cegadas con gas pimienta, rociadas con agua bendita y hasta golpeadas.
Los grupos defensores de los derechos humanos las han reconocido como presas de conciencia y los partidarios de Putin más religiosos sospechan que pueden ser brujas. En cualquier caso, las advertencias de estas jóvenes sobre la pesadilla distópica en la que el Gobierno de su país se estaba convirtiendo nos parecieron exageradas durante mucho tiempo. Pero ya no.
Cuando nos encontramos en el campus de la universidad, la banda aún está dirigiendo las declaraciones que Putin hizo la noche anterior, en las que aseguraba que su amenaza de usar armas nucleares contra Occidente no es un «farol». El presidente ruso también ha anunciado la movilización de 300.000 reservistas del ejército para intentar cambiar el rumbo de la guerra.
Negándose a aceptar que Ucraina ya no es un estado vasallo de Rusia, asegura María Alióina, Putin está actuando como un marido maltratador. «Ese como un caso de violencia doméstica: el agresor no puede aceptar que el otro cónyuge ahora quiera vivir por su cuenta», señala.
María Alióina
Ella ya se ha liberado del férreo control del presidente ruso. Después de haber pasado por la cárcel en seis ocasiones solo en el último año y medio -estaba entre rejas en febrero, cuando se inició la invasión de Ucraina-, Aliójina tendría que estar bajo arresto domiciliario.
Sin embargo, los agentes de seguridad que vigilaban su apartamento fueron menos eficaces de lo que cabría esperar. Solo necesitó disfrazarse de repartidora a domicilio para escapar y dejó el teléfono en su apartamento para que no puedieran rastrarla. En abril se fugó a Lituania, gracias a un documento de viaje emitido por un país europeo amigo.
María se ha reunido con sus actuales compañeras de grupo - Olga Borisova, Diana Urko y Taso Pletner-, que han salido de Rusia por las vías convencionales. A pesar de las tensiones existentes con Europa, los rusos siguen, en gran medida, siendo libres para salir y entrar en el país, aunque eso no significa que un posible regreso de las Pussy Riot a casa sea una buena idea. Es poco probable que la gira europea en la que están embarcads reciba críticas favorables en los medios estatales rusos.
En sus actuaciones, una mezcla de performance y techno industrial, realizan un ataque no demasiado sutil contra Putin, de quien dicen que «se ha puesto bótox en las mejillas y se ha hinchado el pecho». Los ingresos de la venta de entradas se destinan a ayudar a los refugiados ucranianos.
Dado que los partidarios del presidente probablemente consideren esos conciertos benéficos como una traición, ¿realmente piensan que es posible volver a Rusia? «hmm... físicamente, sí», opina Olga Borisova, de 28 años, antes de hacer una pausa con la que parece sugerir ue esa no es una opción que deba tomarse a la ligera. «En este momento, sin embargo, nos centramos en nuestras giras y en recaudar dinero para Ucrania, y no en ser arrestadas y silenciadas».
En su documental Pussy Riot: una plegaria punk (2013) se explican los orígenes del espíritu del grupo: una protesta no solo contra el Gobierno de Putin sino también contra los valores que promovía, machistas y en sintonía con la Iglesia Ortodoxa rusa, que alentaban a las mujeres jóvenes a procrear para la Madre Rusia.
En aquella película se podían ver imágenes de su ya citada actuación en 2012, en el interior de la Catedral del Cristo Salvador, durante la que saltaron alrededor del altar gritando: «Madre de Dios, líbranos de Putin». Mientras, una monja les perseguía gritando: «¡Dios os juzgará!».
También los tribunales rusos las juzgaron. María Aliójina y otras dos jóvenes que por entonces eran miembros de la banda, Nadezhda Tolokónnikova y Yekaterina Samutsévich, fueron sentenciadas a dos años de cárcel cada una, aunque la pena no fue especialmente disuasoria.
Dos meses después de salir en libertad, Aliójina celebró otro concierto para sabotear los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi 2014, que Putin había diseñado para convertirse en reluciente escaparate del país. Sin embargo, lo que el mundo pudo ver fue cómo los guardias de seguridad cosacos la golpearon.
La protesta en la catedral consternó a los fieles ortodoxos rusos, escandalizados hasta con el nombre del grupo. «La traducción más acertada es 'vaginas trastornadas', afirma en el documental en hombre. Sin embargo, la ira de la banda no iba dirigida contra la iglesia en sí misma, sino contra su líder, el patriarca Kirill, que presta apoyo incondicional a la visión conservadora e imperialista de Vladimir Putin.
Kirill era poco conocido más allá de las fronteras rusas cuando tuvo lugar la protesta, pese a la existencia de informes que aseguraban que había trabajado para la KGB en el pasado. Sin embargo, desde la invasión de Ucrania el clérigo de barba gris se ha erigido en el más destacado defensor de la guerra. Su nombre incluso aparecía en la lista de personas a las que la Unión Europea impuso sanciones el pasado junio, pero fue eliminado finalmente a causa de las quejas planteadas por las autoridades de Hungría.
«Un agente de la KGB lo es para siempre. Kirill no es ni más ni menos que Putin vestido de civil», sentencia Aliójina, que no oculta su frustración por la cautela mostrada por Occidente a la hora de aplicar sanciones a su país. Si Europa hubiera reaccionado de forma tan firme contra Putin cuando Rusia invadió y se anexionó la península de Crimea en 2014 como lo fue antes con el dopaje de los atletas rusos en los Juegos Olímpicos, comenta, hoy la situación podría sermuy diferente. «Europa se preocupa por los escándalos de dopaje, pero no por los activistas encarcelados».
¿Cree que sus compatriotas rusos podrían alzarse y derribar a Putin ahora, por el creciente número de soldados muertos en la guerra y las llamadas a la movilización de los reservistas? «Muchos rusos siguen protestando a pesar del riesgo de prisión al que se enfrentan, pero el estado tiene más recursos que los manifestantes -lamenta con gesto resignado-.
Podría ocurrir otra Revolución Naranja (el nombre por el que se conocieron las protestas que tuvieron lugar en Ucrania entre 2004 y 2005 y que obligaron a repetir las eleccones), pero solo si existe una ola de solidaridad internacional».
El tiempo que han encontrado para realizar la entrevista llega a su fin y eso supone un alivio para los organizadores del concierto de esta noche. Con las prisas y los compromisos previos, la banda aún no ha tenido oportunidad de hacer la necesaria prueba de sonido.
Cuando más tarde asisto al espectáculo -entre el público se distingue una mezcla de universitarios y vecinos que se han acercado por curiosidad-, no estoy seguro de que nadie se haya dado cuenta del poco tiempo que han tenido para prepararse.
Al ritmo de una cacofonía de tecno industrial acompañada de tambores y silbatos, el grupo relata sus batallas en Rusia mientras las letras de sus canciones aparecen traducidas al inglés en una pantalla gigante que muestra imágenes de protestas y policías amenazantes. El patriarca Kirill aparece en ella de vez en cuando, frunciendo el ceño con severidad como una versión (poco) ortodoxa de algún villano de cuento infantil.
Crudo, desafinado y discordante, el repertorio hace que, comparados con las Pussy Riots, los Sex Pistols suenen a pop comercial. En cualquier caso, es un show que atrapa. Para ellas, el antiautoritarismo no es solo la típica pose de estrella de rock. En comparación, las bandas contestatarias como Rage Against the Machine parecen estar solo un poco mosquedas.
Como todos los buenos punks, sin embargo, las Pussy Riot siempre están innovando y ya tienen nuevos ases en la manga con los que molestar aún más a Putin. «Nos han invitado a dar un concierto en Kíiv», explica María cuando le pregunto qué sucederá en cuanto la gira europea llegue a su fin. El escenario y las fechas aún están por confirmar. Pero si algún promotor ucraniano conoce un club dotado de refugio antimisiles, tal vez reciba una llamada...
20 de enero-18 de febrero
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