ley del mínimo esfuerzo
ley del mínimo esfuerzo
«No tengo que hablar con gente y solo vengo a la oficina dos días por semana. Me encanta mi lazy girl job». «Todo lo que hago es copiar y pegar emails, hacer tres o cuatro llamadas al día, tomarme pausas súper largas y… cobrar un buen salario». En las últimas semanas, el hashtag #lazygirljob (LGJ) se ha convertido en un fenómeno en TikTok con más de 17 millones de menciones y cientos de testimonios de mujeres sobre por qué trabajos poco exigentes, sin proyección profesional ni excesivo prestigioso social se han transformado en la nueva carrera aspiracional de la generación Z.
Acuñado por primera vez por la tiktoker y creadora de contenido Gabrielle Judge en junio, los lazy girls jobs (LGJ) son ocupaciones que no requieren habilidades particularmente técnicas, pero en general sí implican una formación universitaria. Conllevan responsabilidades limitadas y muy bien definidas, no están remuneradas con grandes sueldos, pero sí con salarios dignos. Por supuesto, se les supone una gran flexibilidad (en forma de trabajo en remoto o, al menos, híbrido) y dosis mínimas de estrés.
Para Judge la clave, en realidad, está en el equilibrio trabajo-vida que las nuevas generaciones ponen por delante de la ambición y la proyección profesional. «No queremos ser vagas, simplemente no queremos trabajar tan duro para un sistema que funciona contra nosotras», ha explicado a la revista Fortune. Y los estudios le dan la razón: según uno de la consultora Deloitte un 49% de la generación Z afirma que su trabajo es un elemento central de su identidad. Entre los millennials, en cambio, alcanza el 62 por ciento.
Sin embargo, más que un movimiento, el fenómeno LGJ parece una reacción visceral contra la cultura de las girl boss que definió la década de los 2010 con libros convertidos en manifiestos como el ahora denostadísimo Lean In, de Sheryl Sandberg, o el Girl Boss de Sophia Amoruso, CEO y fundadora de la firma de moda Nasty Gal y gurú millenial del liderazgo femenino.
Con la ambición y dedicación profesional en el centro del mensaje, indispensable para lograr el ascenso, el puestazo, un mejor salario o conquistar el estatus deseado, las millennials han terminado siendo una generación mucho más definida por el síndrome del burnout que por el éxito y la realización profesional. De hecho, el término girl boss ha perdido tanta mística y brillo en los últimos años que emprendedoras tan exitosas como Jennifer Hyman, CEO de Rent the Runaway, han renunciado activamente a usarlo por temor a alimentar narrativas engañosas.
Aunque intencionadamente provocador por su apelación y reivindicación de la vagancia, el fenómeno viral lazy girl job define, más que el estado de ánimo de una generación, un nuevo estilo de vida preferido por los Z: ese que, sencillamente, pone la vida personal por delante del trabajo. Y que se traduce en trabajos remotos o híbridos de 9 a 5 y en más tiempo libre para invertir en la vida social, la familia, los viajes o las pasiones personales.
El movimiento, sin embargo, tiene varias contraindicaciones. Quizá la más obvia de todas es el desafío que representa la irrupción de la inteligencia artificial en el mercado laboral y la automatización de procesos que no requieren ni grandes dosis de creatividad ni esfuerzos superlativos como pueden ser la redacción de informes corporativos o la planificación y trabajos de asistencia a ejecutivos. Es decir, los lazy girl jobs de manual.
El otro es que esta tendencia, que se une a otras similares como el quiet quiting (también conocida como renuncia silenciosa y que se caracteriza por aplicar la ley del mínimo esfuerzo en el trabajo) o los bare minimum mondays (que abogan por rendir a medio gas el primer día de la semana), es exclusivamente femenina. De hecho, el hashtag #lazyboyjob ni siquiera existe.
La última, sobre la que la propia Judge se ha encargado de evangelizar en sus redes, es que presumir en TikTok de falta de actitud puede poner en riesgo tu trabajo de chica vaga. O hacer imposible que consigas otro. Y convertirte, irremediablemente, en una 'no job girl'. Y eso, de momento, ni es un fenómeno viral ni está de moda.