Curiosamente, un año postolímpico no es tan diferente de uno pre para Saúl Craviotto . «Ni soy excesivamente cuidadoso antes de unos Juegos Olímpicos ni me dejo después. No peso la comida, pero me gusta hacer ejercicio hasta en vacaciones. Cuidarme no me cuesta nada, la verdad». Una actitud que sumada a su portentoso físico, su autodisciplina y el trabajo de toda una vida le ha convertido en el mayor medallista olímpico de la historia de nuestro país.
En París , el piragüista sumó la sexta: un bronce que supo a oro. «Es imposible elegir la medalla más especial, pero París ha sido increíble porque la grada estaba teñida de rojo. Han venido mis hermanas, mis sobrinos, los vecinos y, por supuesto, mi mujer y mis hijas, que, aunque son pequeñas, espero que guarden ese recuerdo en la retina. Ha sido muy bonito hacer feliz a todos ellos».
Ahora, está sumergido en una suerte de «gira» de agradecimiento: visitando patrocinadores, dejándose querer por los aficionados, dando conferencias... «Es el momento de devolver. Estoy muy feliz, pero con mucho lío», explica. Parte de ese «lío», y de ese homenaje colectivo, consiste también en recibir el Premio Mujerhoy. «Siempre me habéis tratado muy bien, me siento muy agradecido y os tengo mucho cariño».
El reconocimiento, además, es doble: a toda una carrera, por supuesto, pero también a su compromiso con el deporte femenino. «Me siento orgulloso de formar parte de la foto que reconoce la igualdad entre hombres y mujeres», dijo cuando en Tokio 2020 fue, junto a Mireia Belmonte , abanderado del equipo español. «Deportistas como Mireia, Carolina Marín , Lidia Valentín, Ana Peleteiro o las futbolistas de la Selección han hecho muchísimo por visibilizar ese trabajo. Son un orgullo para todos y esperemos que esa inercia se mantenga. Soy papá de tres niñas, tengo dos hermanas, vivo rodeado de mujeres y me hace muy feliz que, poco a poco, vayamos avanzando hacia esa igualdad cada vez más real».
Hasta 2017, Saúl Craviotto era un deportista de élite, pero también un tipo anónimo que pagaba las facturas trabajando como policía. Y entonces, llegó Masterchef (TVE). «No era consciente de dónde me metía. Hasta que se empezó a emitir no me di cuenta del trampolín mediático brutal que iba a ser», explica. Con la fama, llegaron las marcas, los eventos... Y, ahora, también las conferencias. «Creo que se nace tímido y se muere tímido, pero tienes que ir saliendo de esa línea roja en la que te sientes cómodo. El deporte me ha enseñado muchas cosas que puedo compartir con los demás y cada vez me gusta más».
Hoy, disfruta de una clase de celebridad privilegiada. No tiene haters («alguno habrá...») y es unánimemente percibido como un tipo majo; tímido, pero accesible. Un tío normal. «Hago un poco de trampa, porque pertenezco a un sector muy blanco. No sé qué tipo de hater puede tener un chaval que está cuatro años entrenando para ir a unos Juegos. Tienes que ser muy retorcido para odiar a un pobre atleta. Si yo fuera un jugador del Barça o el Madrid sería otro tema... También creo que soy una persona normal, con una vida súper corriente, que llevo a las niñas al cole y va al supermercado. Quizá eso también se valora, no lo sé».
Además, es un trabajador consumado. Y no sólo en el gimnasio o en la piragua. Consciente de que de las medallas no se vive, mientras las coleccionaba se ocupaba de abrirse otras puertas. «He trabajado para tener un plan B: he seguido estudiando, me saqué las oposiciones a policía, he invertido, doy conferencias... Es importante tener una baldosa a la que saltar antes de dejar la anterior».
Hacer la pregunta de rigor es incómodo, pero también inevitable. Él lo entiende, aunque aún no tenga respuesta. «Los Juegos de Los Ángeles están muy lejos todavía. No me atrevo a anunciar nada porque me gusta lo que hago, soy un privilegiado y me encuentro bien física y mentalmente. Quiero dejar pasar un tiempo y luego, veré si estoy dispuesto a pagar el peaje. Tras cinco Olimpiadas, sé que el precio a pagar es muy alto. Y ahora que soy papá de tres niñas pequeñas, el peaje es pasar menos tiempo con ellas».
Pero no le asusta el reto. Ni le falta ilusión. Ni, por supuesto, capacidad de sacrificio. « La motivación está sobrevalorada, yo creo más en la disciplina. Te mentiría si te dijera que en los días de lluvia, frío y escarcha me apetece hacer piragüismo».
Para él, la clave, repite una y otra vez, está en el propósito. Para todo: el deporte, la familia, los negocios... «Lo más importante y lo más difícil es saber hacia dónde quieres ir. Con 15 años, mi sueño era ir a unos Juegos Olímpicos. Y cuando logré eso, deseaba una medalla. No ha sido fácil, pero siempre he tenido claro lo que quería. Si sabes eso, tienes el 50% del éxito asegurado».
Y ahora, a sus 39 años, con seis medallas y cinco Juego Olímpicos a sus espaldas, ¿cuál es el propósito que alimenta al campeón? «Quiero estar tranquilo y no tomar decisiones precipitadas. Tendemos a exigirnos siempre más y a vivir constantemente frustrados. Solemos pensar que los propósitos significan subir un escalón más, pero a veces consiste en bajarlos. Yo tengo una vida en la que no paro de viajar y, por eso, mi propósito quizá sea echar el freno, pasar más tiempo con mis hijas y desescalar».
20 de enero-18 de febrero
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