OPINIÓN
OPINIÓN
Abro Instagram distraídamente y me salta un vídeo en el que un grupo de periodistas pregunta a Tamara Falcó por los nombres que baraja para su bebé. «¿Se llamará Isabel si es niña?», le plantean, risueños, micrófono en mano.
«¡Anda, ha conseguido quedarse embarazada!», me digo a mí misma, y me alegro por esa chica a la que no conozco de nada. Vuelvo a reproducir el vídeo y, esta vez sí, lo escucho con atención. Y resulta que no: Tamara no está embarazada. Sólo lo está intentando, como ya ha declarado en múltiples ocasiones.
A ver si me explico. Le están preguntando públicamente a una mujer de 42 años con problemas de fertilidad por el nombre de un bebé que de momento no existe, que quizá (ojalá me equivoque) nunca llegue a nacer, al menos no como fruto de sus propios óvulos. Me explota la cabeza.
Soy especialmente sensible a esta situación porque la viví en carne propia. Yo era más joven que Tamara (tenía 37) cuando inicié un periplo de tratamientos de fertilidad que no llegaron a buen puerto. Y lo que recuerdo con horror de aquella etapa no eran las inyecciones de hormonas en la barriga, ni las consultas en las que los médicos nos informaban una y otra vez de que los embriones no habían logrado evolucionar dentro de mi cuerpo, ni el dineral que mi marido y yo nos íbamos dejando por el camino. No: lo que de verdad me resultó horroroso fue tener que enfrentarme a las preguntas.
« Y tú, ¿para cuándo?«, me soltaban en las reuniones de trabajo al enterarse de que dos personas de mi equipo estaban encintas. »¿Es que no quieres tener hijos?«, me repetían en las cenas de amigos o en las clases de pilates.
Vivimos tiempos en los que no se puede hacer chistes sobre las cosas más nimias por si alguien se ofende. En los que a todos se nos llena la boca hablando de salud mental, de respeto a la diversidad, de empatía. En los que, sin embargo, sigue habiendo barra libre para añadir dolor a una situación ya de por sí dolorosa para las mujeres (muchas más de las que imaginamos) que enfrentan el camino a la maternidad como si de un ochomil se tratase.
Tamara, no te sientas obligada a dar tantas explicaciones. Y suerte.